SPOILER: LA PROMESA – Eugenia recuerda todo… una verdad que puede destruir a Leocadia
En el episodio del jueves 8 de mayo de La Promesa, Eugenia regresa al palacio tras un largo período de ausencia. Su mente, aunque aún frágil, comienza a recuperar fragmentos de recuerdos y sospechas que empiezan a tomar forma. Conversaciones con Giana, Catalina y la misma Leocadia despiertan sentimientos reprimidos e intuiciones inquietantes.
Un día, Eugenia encuentra a Leocadia absorta en su bordado, con esa expresión sofisticada que la caracteriza. Leocadia, ajena a la tormenta que se avecina, recibe a Eugenia con una sonrisa cortés. Eugenia se acerca con paso decidido, su mirada fija en Leocadia. Leocadia inicia la conversación con voz firme.
Eugenia: “Mi mente ha comenzado a recordar cosas… cosas interesantes.” El color desaparece del rostro de Leocadia y deja caer el bordado en su regazo. Leocadia, sorprendida, responde: “¿Interesantes? No entiendo a qué te refieres.” Eugenia se acerca un paso más y afirma: “Conozco tu secreto, Leocadia.” La tensión en la habitación se vuelve palpable. Leocadia parpadea, su máscara de serenidad comienza a agrietarse.
Leocadia: “¿Mi secreto? ¿De qué estás hablando, Eugenia? ¿Estás delirando?” Eugenia, con voz firme, responde: “No estoy delirando. Por primera vez en mucho tiempo, mi mente está clara y recuerdo todo, o al menos lo suficiente para entender la verdad.” Hace una pausa, dejando que el silencio amplifique sus palabras.
Eugenia: “Sé quién es el verdadero padre de tu hija.” Leocadia permanece inmóvil, con los ojos abiertos de par en par y el terror reflejado en su rostro. Balbucea con voz ronca: “No sé de qué hablas.” Eugenia, con determinación, responde: “Sí, lo sabes. El padre de tu hija no es quien dices que es. No es el hombre que todos creen.” Eugenia se mantiene firme, inquebrantable.
Eugenia: “Sé quién es realmente el padre de esa chica. Y esa persona está mucho más cerca de lo que imaginas.” Leocadia, acorralada, siente que el mundo se le viene encima.
Leocadia, intentando mantener la compostura, se levanta furiosa, la silla cruje fuerte contra el suelo y el cesto de bordado, que hasta ese momento había estado pacíficamente apoyado, cae con un estruendo al suelo. Silencio. Leocadia: “Eugenia, estás delirando, son todas mentiras.”
Leocadia agita las manos en el aire como si pudiera rechazar físicamente las palabras de Eugenia, como si negando con fuerza la realidad pudiera borrarla mágicamente. Una sonrisa amarga curva los labios de Eugenia, una sonrisa que no prometía indulgencia, sino la firme convicción de quien posee una verdad indiscutible.
Eugenia: “Nadie te creerá, Leocadia, créeme, tengo pruebas. Y aunque no las tuviera, mi palabra tiene un peso muy diferente al tuyo, llena de engaños y artimañas.”
Un silencio denso cae sobre la habitación, un silencio cargado de insinuaciones, de acusaciones no expresadas, de un pasado oscuro que ahora exige su verdad.
Eugenia da un paso adelante, su mirada fija en los ojos de Leocadia, una mezcla de compasión y determinación.
Eugenia: “Y yo tengo la conciencia limpia, Leocadia.
El rostro de Leocadia se contorsiona en una máscara de furia y pánico. Sus ojos brillan de terror y su respiración se vuelve agitada. Se acerca a Eugenia con aire amenazante, el cuerpo tenso, a punto de explotar.
Leocadia: “Si te atreves a decir algo a alguien, Eugenia, te juro que lo lamentarás amargamente. No tienes idea de con quién estás tratando. Hay secretos que es mejor dejar enterrados en el olvido.”
Pero los ojos de Eugenia no titubean. Por el contrario, en ellos se enciende una nueva llama, una determinación inesperada.
Eugenia: “Algunas sombras deben ser iluminadas, Leocadia. Y esta es una de ellas. Durante demasiado tiempo esta mentira ha envenenado nuestras vidas. Basta, Leocadia, basta de falsedades, de pequeños engaños. La verdad, la verdad saldrá a la luz, ya no puedes esconderla.”
El enfrentamiento verbal alcanza su punto culminante. El aire vibra con una tensión insoportable. Dos mujeres unidas por la sangre, ahora separadas por un abismo de secretos y resentimientos. El rostro de Leocadia es una tela pintada con terror y ciega, desesperada determinación. El de Eugenia, por su parte, irradia una calma sorprendente, una firmeza interior que incluso ella misma encuentra desconcertante.
Leocadia: “No terminará así, Eugenia.” Susurra Leocadia con voz cargada de veneno sutil pero letal. “Habéis abierto la caja de Pandora, habéis declarado la guerra y os aseguro que no tenéis idea del peligro que eso conlleva. Pagaréis, queridos, por vuestro gesto.”