Kazim ha regresado a casa preguntando por Seyran. Esme y Hattuç le han mentido a la cara, diciéndole que estaba dormida, pero él no ha creído ni media palabra.

Para comprobar si era verdad, se ha dirigido hacia la habitación. Pero Esme lo ha parado en seco. Se ha acercado a su marido, ha olido su camisa, lo ha mirado y no ha dudado: “¿Has estado con es puta llamada Zerrin?”, le ha preguntado muy enfadada.

Esme ha perdido el control. Le ha gritado, lo ha empujado, le ha pegado. No por celos, sino por dignidad. Por todo lo que ha tragado durante años. “Ojalá te murieras”, le ha dicho gritándole.

Pero Kazim también ha estallado. La ha empujado con fuerza y Esme ha acabado en el suelo. En ese instante, todo podría haber acabado muy mal… si no fuera porque Seyran ha aparecido justo a tiempo.

La joven ha corrido hacia su madre para protegerla. Esme, rota por dentro, ha intentado tranquilizarla. Le ha susurrado que todo ha sido un teatro. Que ha montado esa escena para despistar a Kazim y que no descubriera la verdad: que Seyran no estaba en casa.

Esme ha demostrado que el amor de madre es el arma más poderosa. Incluso frente al hombre que lleva años intentando aplastarla.