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Marta y Fina: Sueños de libertad (Capítulo 320) – “Mentir solo trae problemas, señora Montes”
En este intenso capítulo, los secretos del pasado comienzan a salir a la luz cuando Begonia Montes es interrogada en una situación que no solo pone en jaque su credibilidad, sino también su libertad. Una conversación aparentemente formal con el sargento de la policía se convierte en un duelo psicológico donde cada palabra cuenta, cada silencio pesa y cada mentira se vuelve un arma de doble filo.
La escena se abre con una afirmación directa y sin rodeos: el sargento le dice a Begonia que tuvo tanto el motivo como la oportunidad de asesinar a su exmarido, Jesús de la Reina. La frase cae como un martillo sobre la atmósfera tensa del cuarto de interrogatorio. Lejos de ser un mero trámite, esta conversación es una verdadera disección emocional y lógica de los acontecimientos que rodearon la misteriosa muerte de Jesús, cuyo fallecimiento sigue generando más preguntas que respuestas.
El oficial comienza solicitando que Begonia confirme si estuvo con Jesús la noche de su muerte. Sin rodeos, ella admite que sí lo vio. Fue un breve encuentro, explica, que ocurrió entre las 8:00 y las 8:15 de la noche. Hasta ahí, todo parece dentro de lo normal. Pero al ser cuestionada por el motivo del encuentro, las emociones comienzan a mezclarse con la estrategia.
Begonia revela que Jesús planeaba mudarse a París con su hija —una niña que, aunque no es biológicamente suya, ella considera como propia— y con Julián, una figura clave en el entramado familiar. Ese inminente cambio de vida fue lo que impulsó a Begonia a buscar una conversación con su exmarido. Su deseo era claro: proponía que todos se mudaran juntos, que no la separaran de la niña que ella sentía como su hija. Sin embargo, el sargento rápidamente le recuerda que legalmente ella no tenía ningún derecho sobre la menor. El divorcio con Jesús, al haber concluido con nulidad matrimonial, dejó la custodia exclusivamente en manos de él.
La frialdad con la que el sargento le expone esa realidad legal contrasta con la ansiedad que empieza a transparentarse en la voz de Begonia. Para ella, los papeles no son más importantes que los vínculos afectivos. Pero para la ley, los hechos formales sí importan. Y para la policía, todo lo que no encaja en esa estructura legal se vuelve sospechoso.
Poco a poco, el interrogatorio toma un tono más incisivo. El sargento le exige que le cuente con detalle cómo fue el desarrollo de esa conversación con Jesús. Begonia no tiene más remedio que admitir que no fue un diálogo amable: hubo una discusión. No llegaron a ningún acuerdo. Ella sentía miedo, angustia, una mezcla de emociones alimentadas por la idea de perder a la niña y por la desconfianza hacia Jesús. Según sus propias palabras, temía que él le hiciera daño a la pequeña.
Pero la historia no termina ahí. El sargento, con un expediente en mano y una memoria afilada, le recuerda a Begonia que ya antes había acusado a Jesús de hechos sumamente graves: de haberla drogado, de haber asesinado a su primo y a la esposa de este, incluso de haberle disparado. El perfil que ella ha dibujado de su exmarido es el de un hombre peligroso y violento. Sin embargo, hasta ahora, no ha logrado probar nada de esas acusaciones. El oficial le plantea entonces una pregunta que parece sencilla, pero que esconde un abismo: ¿por qué seguía viviendo en la casa de los De la Reina si tanto temía por su vida?
La respuesta de Begonia es emocional, casi desesperada. Dice que lo hizo por la niña, que para ella era su madre sin importar los papeles ni los títulos legales. Para todos en esa casa, ella era parte de la familia, y por eso permaneció allí. Pero el sargento no deja que la emoción nuble los hechos. Va directo a la herida más sensible del interrogatorio: la mentira.
En su primera declaración, Begonia ocultó que había sido la última persona en ver con vida a Jesús. Y ahora lo admite. Lo hizo por miedo, confiesa, porque no quería que la vieran como sospechosa. Sabía que su historia, con todas sus acusaciones pasadas y su relación rota con Jesús, la colocaban en una posición complicada. Pero insiste en su inocencia: dice que no tuvo nada que ver con su muerte y asegura que no cree que Jesús se haya suicidado.

La tensión se vuelve casi insoportable. El sargento no la acusa directamente, pero cada afirmación va acompañada de una advertencia velada. Le dice, en tono severo pero contenido, que mentir solo le traerá problemas. Es una frase que funciona como cierre y amenaza al mismo tiempo. Begonia, en ese instante, parece comprender que su situación es más grave de lo que imaginaba.
Lo que este capítulo muestra con brillante intensidad es cómo las verdades a medias, las omisiones y las emociones no resueltas pueden convertirse en armas de doble filo. Begonia no es una figura plana: es una mujer rota por el dolor, atrapada entre la justicia y el amor no correspondido, entre el deseo de proteger y el miedo a perderlo todo. Pero eso no la exime de las consecuencias.
La historia nos invita a reflexionar sobre los límites entre la verdad y la mentira, sobre cuánto pesa una declaración en falso cuando se investiga una muerte. La policía no está buscando solo culpables; está tratando de entender qué ocurrió realmente, y cada nueva contradicción debilita la credibilidad de Begonia.
Este episodio, lejos de cerrar tramas, abre nuevas interrogantes:
- ¿Es Begonia culpable, o simplemente una víctima de su entorno y sus emociones?
- ¿Qué ocurrió realmente esa noche con Jesús?
- ¿Y por qué hay tantas sombras alrededor de su muerte?
La figura del sargento funciona como una fuerza de presión constante, que no permite a los personajes refugiarse en sus justificaciones emocionales. Y aunque no acusa directamente, deja a Begonia en la cuerda floja, una posición peligrosa desde la cual cualquier paso en falso puede ser fatal.