🔥 SPOILER – Todo está preparado para que te encuentres lo mejor posible en casa
‘Sueños de libertad’, avance del capítulo 328 – 13 de junio
El ambiente en la casa está cargado de tensión apenas contenida. Los muros del hogar, testigos de tantas disputas y silencios, se preparan para recibir de nuevo a María, cuya vuelta no deja a nadie indiferente. Todo parece haber sido dispuesto para hacerla sentir cómoda, para que nada le falte… al menos en apariencia.
Pero la armonía es frágil, y el resentimiento se filtra por cada rincón.
Desde su llegada, María deja claro que no piensa aceptar la lástima de nadie. No hay palabras de consuelo que puedan devolverle lo que ha perdido: la movilidad, la independencia… y, en su mente, el control. El recibimiento es cálido, al menos por parte del servicio. Manuela, fiel y solícita, le da la bienvenida con un sincero afecto. “Qué alegría tenerla de vuelta, señora”, le dice, con una sonrisa genuina. “¿Cómo se encuentra?”. María, con un deje de ironía, responde que no está lista para bailar, pero que, por fortuna, el sentido del humor no lo ha perdido. Esa chispa, esa mordacidad afilada, sigue intacta.
Mientras tanto, la tensión con los demás miembros de la familia es otra historia. Su regreso al comedor se convierte en un campo minado de miradas y palabras envenenadas disfrazadas de cortesía. Manuela anuncia la comida con su amabilidad habitual, pero el ambiente se enfría en cuanto María lanza la primera piedra.
“¿De verdad te importa cómo estoy?”, pregunta con voz firme, dirigiéndose a Begoña. La pregunta no espera respuesta, porque ella misma se la da: “No hace falta que fingáis. Sé que os molesta que haya vuelto”. El silencio incómodo que se instala en la mesa confirma sus sospechas… o al menos refuerza su paranoia.
Begoña intenta mantenerse serena. “Nadie aquí desea tu mal”, asegura, “lo que te ha pasado es desolador”. Pero María no se deja engañar por lo que considera palabras vacías. Sabe que la compasión que le ofrecen no es más que una forma más sutil de desprecio.
Y es entonces cuando deja caer una bomba: no va a denunciar a Gabriel, el hermano de Begoña, por lo que pasó. Lo dice sin rodeos, dejando claro que no lo hace por piedad, sino por estrategia. Begoña suspira aliviada, pero María no le concede tregua. “No perdona… lo que es injusto es que yo esté condenada a esta silla de ruedas de por vida”, espeta, su voz cargada de rabia.
Todos en la sala intentan calmarla, decirle que entienden su dolor, que solo quieren ayudar. Pero cada intento solo enciende más la chispa del resentimiento. “Yo me ofrezco como enfermera si lo necesitas”, le dice Begoña con suavidad. María le corta en seco: “No necesito tu ayuda. Tengo a mi marido… o eso espero”.
Andrés, siempre presente, intenta transmitir seguridad. “Te voy a cuidar, te lo prometí”, dice con ternura. Pero su esposa lo mira con una mezcla de desconfianza y posesividad. Esa promesa es más que una declaración de amor: es un juramento que María piensa hacerle cumplir, cueste lo que cueste.
Cuando llega el momento de sentarse a comer, María lo rechaza. “No tengo hambre”, dice, dejando claro que no participará en esa farsa familiar. “Quiero ir a mi habitación. Quiero descansar”.
Pero antes de retirarse, el verdadero conflicto estalla fuera del comedor, en otro rincón de la casa. Una discusión acalorada entre Andrés y Gabriel amenaza con desencadenar una nueva crisis. Gabriel, altanero y desafiante, exige respeto. “Voy a echarlo de esta casa como sea”, dice Andrés entre dientes. “Tú no tienes lo que hay que tener para echarme”, responde Gabriel con una sonrisa provocadora. “Eres un cobarde… no como tu hermano, que al menos tuvo el valor de disparar a esa furcia”.

La frase cae como un latigazo. Andrés pierde el control. “¡Que te calles!”, grita, abalanzándose sobre él. Manuela y Digna, alertadas por los gritos, acuden a separarlos. “¡Vamos a la puerta!”, insiste Andrés, arrastrándolo. “¡Que me dejes!”, replica Gabriel, forcejeando.
La casa, que minutos antes parecía un refugio de aparente tranquilidad, se convierte en un hervidero de emociones reprimidas que finalmente estallan. Los conflictos que se han gestado durante semanas salen a la luz: los celos, las traiciones, las culpas mal resueltas… y, sobre todo, los resentimientos que María ha alimentado en silencio.
Desde su habitación, María escucha el bullicio. Su expresión no es de preocupación, sino de satisfacción contenida. Sabe que su presencia vuelve a alterar el equilibrio. Y, en cierto modo, le agrada. Porque mientras todos discuten, se posicionan, se enfrentan… ella recupera el control.
Y aunque su cuerpo esté postrado, su mente trabaja con precisión quirúrgica. Observa, analiza, mueve hilos invisibles. Su regreso no es un simple retorno: es una declaración de guerra silenciosa.
Lo que nadie imagina es que cada gesto amable, cada palabra de consuelo, cada acto de cuidado puede ser usado en su contra. Porque María ya no quiere curarse. Quiere reinar. Y para ello está dispuesta a convertir su debilidad física en su arma más letal.