Spoiler: Pero ¿cómo pensabas utilizar esta información en contra de mi hermano?
La tensión entre Irene y su interlocutor se hace palpable en una conversación que revela heridas profundas, traiciones encubiertas y emociones al borde del colapso. Irene lanza la primera acusación sin rodeos: exige saber cómo pensaba él utilizar la información que descubrió, específicamente, en contra de su hermano. Sus palabras no son solo una pregunta, son una condena moral.
Él intenta negarlo al principio, balbucea, intenta evitar la confrontación directa. Pero Irene no está dispuesta a permitir evasivas. Ya no le cree. Le deja claro que no piensa aceptar una versión edulcorada de la historia, menos aún la fantasía de que todo esto fue hecho con la noble intención de reunir a una madre con su hija. Esa versión, para ella, es simplemente inverosímil.
La verdad empieza a emerger, paso a paso. Él confiesa que cuando comenzó a investigar a Cristina, lo hizo con un objetivo muy claro: esperaba encontrar algo turbio que involucrara a su hermano. Sospechaba que había algo oscuro en el proceso de adopción, alguna acción deshonesta que pudiera salir a la luz y servirle para sus propios fines.
Irene lo mira con el corazón hecho trizas. Con voz casi quebrada, le suplica que le diga si, efectivamente, encontró lo que estaba buscando. Le pide la verdad, una verdad desnuda, sin artificios ni excusas. La música de fondo —si se tratase de una escena dramática— intensifica ese instante de espera silenciosa, ese vacío que solo puede llenarse con sinceridad… o con una mentira definitiva.
Entonces, el diálogo da un giro emocional aún más profundo. Irene, dolida y agotada, le recuerda algo que ha cargado durante años: la razón por la que nunca pudo casarse con él. No fue por falta de amor, quizás, sino por algo más hondo y peligroso. Porque él, le dice, es capaz de herir a quien sea con tal de alcanzar sus objetivos. No importa a quién tenga que aplastar en el camino.
Él se defiende. Asegura que, pese a todo, llevó a Cristina a la colonia por una razón más íntima y compasiva. Lo hizo, según dice, por ella, por Irene. Cuando descubrió que Cristina había sido madre soltera, muchas cosas comenzaron a tener sentido para él: la obsesión de Irene por ayudar a Fermin a encontrar a su hijo, su silencioso dolor, su culpa contenida. Y fue ahí cuando, según dice, comprendió lo que significaba haber entregado a su propia hija.
Irene no puede soportar esa supuesta empatía. Le parece una burla. Lo acusa de cinismo: ¿cómo puede pretender que todo fue por su bien, cuando todo lo que ha hecho demuestra lo contrario? A sus ojos, él nunca ha actuado por amor o compasión, sino por intereses encubiertos. Le lanza una sentencia que lleva acumulando durante años: si algo ha aprendido de él en todo este tiempo es que no se puede confiar en su palabra.
Ella lo confronta con una certeza que ha ido forjando en lo más hondo de su ser: sus acciones, por muy envueltas que vengan en discursos emocionales, siempre tienen una motivación oculta. No sabe exactamente cuál es esta vez, pero está convencida de que existe. Si no, él no habría actuado como lo hizo.

Y sin embargo, en medio de toda esa confusión, él revela su última intención. Afirma que su deseo era que Irene conociera a Cristina, incluso sin saber la verdad sobre su vínculo. Tal vez —insinúa— porque presentía que había algo entre ellas que debía ser descubierto. Pero Irene, profundamente herida, no puede tolerar tanta invasión. Estalla.
Le pregunta quién se cree que es para meterse así en la vida de alguien, para remover un pasado lleno de dolor sin siquiera consultarlo. Cristina tiene una vida, una historia, una identidad que no puede ser manipulada como una ficha en un juego. Ese tipo de interferencia, para Irene, no solo es arrogante, sino cruel.
El clímax emocional llega cuando Irene le lanza una última acusación, la más demoledora: en esta guerra, pensada para hacerle daño a su hermano, la verdadera víctima ha sido ella. Él, en su afán de desenmascarar a otros, ha terminado por destruir lo poco que quedaba intacto en ella. El daño no se lo ha hecho a su objetivo, sino a quien menos lo merecía.
Él intenta detenerla, suplica que lo escuche, que le dé otra oportunidad para explicar. Pero ella, firme, le hace una última petición, la más dura de todas: le pide que no vuelva a entrometerse en su vida nunca más. Que desaparezca. Que se mantenga lejos de ella y de su mundo. Ha cruzado una línea que no puede deshacerse.
La escena culmina con Irene rechazando su compañía. No quiere que la acompañe a la salida. Le dice, con una mezcla de dignidad y tristeza, que sabe perfectamente cómo salir sola. Y así se marcha, dejando tras de sí no solo una relación rota, sino una verdad descubierta que ha cambiado para siempre el rumbo de sus vidas.