Spoiler: La oferta de Lisandro y las nuevas tensiones en La Promesa
En el próximo episodio de La Promesa, la vida en el palacio se sacude por completo cuando Lisandro realiza un gesto tan inesperado como polémico: ofrece un ducado a Adriano, un campesino con un pasado rodeado de misterio. Esta propuesta, proveniente de un duque reconocido por su dureza, reserva emocional y fidelidad a la tradición, causa un auténtico terremoto entre los nobles y el servicio del palacio. La pregunta que todos se hacen es una sola: ¿qué ha hecho Adriano para ganarse semejante distinción?
Sin embargo, lejos de sentirse halagado, Adriano percibe la oferta como algo ajeno a su esencia. Para él, los actos que lo han llevado a esta situación —proteger una vida, defender lo justo— no son gestos heroicos, sino simples deberes humanos. La grandeza, en su visión, no se mide en títulos sino en acciones. Por ello, rechaza con respeto pero sin titubeos la propuesta de Lisandro. Adriano pertenece a la tierra, a lo simple y auténtico. El mundo de las intrigas cortesanas nunca fue el suyo.
Pese a su negativa, muchos en el palacio lo admiran aún más por esa humildad. Catalina cree que Adriano merece un lugar más alto en la jerarquía por su nobleza interior. Emilia y Rómulo, con años de experiencia en el servicio, coinciden: pocos como él han demostrado tanta honestidad y valentía. Entre los sirvientes, su ascenso representa algo más que un honor personal; simboliza la posibilidad de que el mérito supere a la cuna, que las reglas no escritas del linaje puedan romperse. Y sin embargo, Adriano insiste en su decisión: no quiere cargar con la etiqueta de duque, pues para él ese título representa una prisión, no un premio.
Esta firme postura despierta una pregunta crucial dentro del palacio: ¿de dónde proviene el verdadero valor de un hombre? ¿De su apellido, o de sus elecciones? La respuesta de Adriano, clara y contundente, deja una huella profunda, tal vez más duradera que cualquier distinción nobiliaria.
Pero no todos celebran esta revolución simbólica. Leocadia, feroz defensora del orden establecido y de la pureza del linaje, ve la propuesta de Lisandro como un ataque directo a todo aquello que ha defendido durante años. Considera que permitir a un campesino ascender a la nobleza es desprestigiar su clase, y empieza a sospechar que Lisandro actúa con motivaciones ocultas. Además, percibe que el ascenso de Adriano podría consolidar la influencia de Catalina, una idea que la inquieta profundamente.
Aunque intenta mantener la compostura, su descontento es evidente, y Lisandro no tarda en notarlo. La actitud de Leocadia, quien empieza a sembrar un ambiente de desaprobación en el palacio, termina por cansar al duque. Fiel a su estilo, Lisandro no repite las cosas dos veces: la reprende con firmeza, recordándole que su rol no es cuestionar decisiones, sino obedecerlas. El gesto es más que una advertencia; es una demostración de poder que deja claro que incluso Leocadia puede ser desplazada si desafía la autoridad del duque.
Esta escena marca un punto de inflexión. Por primera vez, Leocadia se ve obligada a retroceder. Pero su aparente sumisión es solo táctica. Sabe que su influencia está en peligro y no está dispuesta a perderla sin luchar. Lo que se avecina es una guerra silenciosa, una de esas que se libran entre sonrisas, comentarios velados y maniobras desde las sombras.
En paralelo, Curro y Pía toman un riesgo considerable para acercarse a la verdad sobre la misteriosa botella encontrada en el palacio. Saben que puede contener veneno, así que deciden hacer una prueba lejos de miradas curiosas. El resultado es inmediato y aterrador: al verter el líquido sobre una planta sana, esta muere en segundos. Ya no hay lugar a dudas: se trata de cianuro.
Para Curro, este hallazgo es más que una prueba. Es el símbolo de un peligro oculto que amenaza con destruir no solo vidas, sino la frágil estructura de confianza dentro del palacio. Está claro que esa botella no apareció allí por accidente. Es parte de un plan meticuloso y siniestro. A su lado, Pía se muestra decidida a llegar al fondo del asunto. Ahora las preguntas se multiplican: ¿quién colocó el veneno? ¿Quién era el objetivo real? ¿Y qué propósito se esconde detrás de este intento de asesinato?
Curro ha tomado una decisión: no callará más. Ya no se trata solo de descubrir al culpable, sino de proteger a quienes ama y defender la verdad. Esta es su lucha. Y está dispuesto a enfrentarlo todo.
Por su parte, María Fernández enfrenta una crisis personal tras la excomunión del padre Samuel. Para ella, Samuel era más que un guía espiritual: era un amigo de alma pura, alguien en quien confiaba plenamente. El escándalo ha dejado una herida profunda. María se culpa, se cuestiona si pudo haber hecho más para evitar la caída del sacerdote. Mientras Samuel se aísla, herido y desconfiado, María se enfrenta a su propio dolor, atrapada entre la culpa y el deseo de reparar lo perdido.
En contraste, Leocadia disfruta de una fugaz sensación de alivio tras la partida de Ángela hacia sus estudios. Siempre incómoda con la cercanía entre la joven y Curro, Leocadia ve esta salida como una victoria, una forma de retomar el control de lo que considera “su” mundo. Sin embargo, ignora que Ángela no se ha retirado por sumisión, sino por estrategia. Su aparente marcha no es una derrota, sino el inicio de un regreso más fuerte y decidido. Ángela planea volver, pero esta vez desde una posición que le permita confrontar a quienes antes la subestimaron.
Así, mientras cada personaje enfrenta sus batallas internas, las tensiones se multiplican en La Promesa. El equilibrio en el palacio es más frágil que nunca. Hay secretos, venganzas, decisiones que marcarán destinos. Y sobre todo, hay una certeza: las verdaderas confrontaciones apenas comienzan.