🎩 “La promesa: el secreto que desatará la traición en el palacio”
¿Listo para redescubrir la nobleza, la lealtad y la ambición? Imagina un salón iluminado, un banquete opulento donde murmuran los invitados y en el centro resuena una sola palabra: promesa.
Doña Leocadia de Figueroa ha convocado esta gala no por mera ostentación, sino para sellar un acuerdo que cambiará el destino del marquesado—y el rostro de Adriano. La atmósfera está cargada: copas chocan, vestidos brillan, pero tras ese glamour se teje una estrategia sutil, tan letal como cualquier daga. La promesa de otorgar un título, ese enigmático condado, precipitará revelaciones y encenderá una conspiración que lo convertirá todo en un juego de poder.
La tensión crece: Lisandro, implacable con las formalidades, sube al escenario, tambaleado por la etiqueta pero firme en su propósito. Entre bambalinas, Leocadia observa cada tic, cada duda de Lisandro; su sonrisa está tan calculadora como afilada. Y justo ahí, en el momento cumbre, cuando Lisandro pronuncia el nombre de Adriano… todo cambia.
Sobre el estrado, Adriano escucha, inmóvil. El silencio lo envuelve; los aplausos se congelan. Cuando Lisandro alza la copa y anuncia a Adriano como conde, él niega con la cabeza. Un rechazo inesperado que sacude los cimientos del salón: dignidad para algunos… escándalo para otros. La nobleza se parte en dos, y el eco del oficio pronunciado se convierte en detonante de un terremoto emocional.
Pero aún no termina. Del tumulto emerge un testigo: portador de una carta prohibida, un discurso enterrado y un pacto sellado en tinta y sangre. Esa misiva, reveladora y prohibida, destapa un vínculo oscuro entre Leocadia, Lisandro y Adriano. Un secreto que desarma lealtades, cruza promesas y convierte la promesa de un título en testimonio de traición.
Mientras las luces se apagan y la sala queda en sombras, el espectador queda sin aliento. El palacio no volverá a ser el mismo. Porque la promesa que hoy suena como preludio… muy pronto se convertirá en el ruido del caos, la semilla de una guerra de ambiciones. Y tú, en medio de toda esa magnitud, solo puedes preguntarte: