En una escena tranquila y acogedora

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En un rincón cálido y sereno de una cafetería, se desarrolla una conversación íntima entre Irene y Cristina. La escena comienza cuando Irene entra buscando algo que la reconforte: una infusión caliente. Aprovechando la atmósfera tranquila, se cruza con Cristina, quien ya ha terminado su bebida —una manzanilla— y, con una sonrisa, acepta la invitación de Irene para compartir un momento.

Desde los primeros instantes, el ambiente entre ambas se percibe natural, relajado y lleno de confianza. No es una charla forzada ni circunstancial, sino un encuentro en el que las palabras fluyen con soltura. Irene, con auténtico interés, quiere saber cómo marcha el nuevo trabajo de Cristina en el laboratorio. La respuesta es inmediata y sincera: Cristina se siente feliz, ilusionada, y lo expresa con entusiasmo. Su nueva etapa laboral ha traído cambios positivos y una motivación renovada.

Ambas coinciden en que uno de los acontecimientos más relevantes en esta nueva etapa ha sido la colaboración con Alonso Kobeaga, un reconocido diseñador de moda. Para la empresa, ha supuesto un paso importante; para Cristina, un reto personal. Ella recuerda con cierta vergüenza cómo, al conocerlo, los nervios la traicionaron al punto de tener que alejarse un momento con una excusa improvisada. A pesar de ser una situación algo embarazosa, Irene la interpreta como un gesto entrañable que refleja la humildad de Cristina y la admiración sincera que siente por el prestigioso creativo.

La conversación toma un giro más personal cuando Irene trae a colación un proyecto muy especial: el encargo de un perfume personalizado. Le recuerda a Cristina aquel pedido que le hizo hace tiempo, uno que buscaba capturar la esencia de un instante feliz de su vida. Cristina comparte que, aunque el proceso fue desafiante y recibió varias sugerencias para mejorar la fórmula, Kobeaga quedó conmovido con el resultado final. Le dijo que el perfume tenía “alma”, una palabra que no solo validaba su trabajo como perfumista, sino que también la tocó profundamente a nivel emocional.

Irene, conmovida por el recuerdo y por el impacto que el comentario tuvo en Cristina, decide abrirse aún más. Le confiesa que, la primera vez que olió esa muestra, algo en ella se activó de forma inmediata. Fue como si el aroma hablara directamente a su interior, generando una conexión profunda que no podía explicar con palabras. Aquella fragancia evocó en su mente una imagen nítida y luminosa: un sendero entre árboles —pinos, abedules y robles— que Cristina solía recorrer en su infancia junto a su madre. Una escena sencilla, pero colmada de felicidad, de esas que quedan impresas para siempre en la memoria sensorial.

Cristina se queda perpleja. No esperaba que Irene tuviera una percepción tan íntima del perfume, ni mucho menos que hubiera captado con tanta claridad el recuerdo que le había inspirado. La reacción de Irene, sin embargo, no es una casualidad. Ella le explica que siempre ha visto en Cristina una sensibilidad especial, una capacidad de emocionar desde lo sutil. Esta observación sorprende a Cristina, que no suele ser reconocida por esa faceta de su personalidad, la cual habitualmente mantiene reservada.

La escena se va cerrando con una sensación de ternura compartida. Irene se muestra vulnerable, auténtica y receptiva, mientras Cristina deja ver esa parte emocional que rara vez expone. El perfume, que comenzó siendo un encargo profesional, se convierte en un puente de conexión emocional entre ambas. Es más que una fragancia: es un catalizador de memorias, un testimonio olfativo de una vivencia feliz, una obra que trasciende su función estética para tocar fibras profundas.

Ese momento compartido en la cafetería revela muchas cosas. Por un lado, deja en evidencia el talento de Cristina como creadora: su capacidad de transformar emociones y recuerdos en notas aromáticas que despiertan sentimientos auténticos en quienes los perciben. Por otro, nos muestra a Irene como una mujer abierta, perceptiva, capaz de reconocer lo valioso que hay en los demás y de expresar afecto sin reservas.

La escena destaca también algo que no se menciona directamente, pero que se siente: la complicidad silenciosa entre ambas. No solo se entienden, sino que se respetan y se admiran mutuamente. Es una conversación que podría haber pasado desapercibida para quienes las rodean en el local, pero que para ellas representa mucho más: un instante de verdad compartida, un intercambio genuino, donde lo profesional y lo personal se entrelazan de manera sutil y significativa.

Finalmente, el recuerdo de aquel sendero entre árboles queda como imagen simbólica. No es solo un paisaje evocador, sino una metáfora del viaje que ambas han emprendido: Cristina, con su crecimiento profesional y emocional; Irene, con su apertura a lo sensible y a lo intangible. Ambas mujeres encuentran en ese perfume un punto de encuentro, un reflejo de lo que han sido y de lo que aún pueden ser.

En conjunto, esta escena no solo enriquece el desarrollo de los personajes, sino que también resalta el poder evocador de los sentidos —en este caso, el olfato— como vehículo de conexión emocional. Es una pausa delicada en la narrativa, una especie de suspiro que habla de memoria, identidad y empatía.