SPOILER: “Qué sorpresa, no sabía nada. Es que aún es pronto y además le faltan algunos apoyos, por lo que le pediría discreción hasta que sea un hecho”
En Sueños de Libertad, pocas conversaciones son inocentes, y la que protagonizan Pedro y Marta esta semana lo confirma. Lo que comienza como una charla educada entre colegas pronto se convierte en un cruce afilado de insinuaciones, tensiones políticas y recelos personales. Una escena donde las palabras dicen mucho menos de lo que se insinúa y donde cada frase lleva una carga de sospecha.
Todo arranca de forma aparentemente cordial. Pedro, siempre atento, invita a Marta a pasar a su despacho. Con gesto cortés, le ofrece algo de beber, pero Marta —prudente y profesional— rechaza el ofrecimiento: está en horario laboral y no quiere dar lugar a malos entendidos. Hasta ahí, todo parece una simple conversación de oficina.
Sin embargo, Pedro no tarda en mostrar sus cartas. Le menciona, casi al pasar, que el día anterior vio a su marido, Pelayo, tomando champán con Alonso Cobeaga, uno de los clientes más influyentes de Perfumerías De la Reina. Marta, rápida y con firmeza, aclara el malentendido: no fue una reunión entre dos hombres, sino una comida en la que ella también estuvo presente. Pero Pedro no se queda conforme. Insiste en que notó cierta tensión entre Pelayo y Cobeaga, una especie de desacuerdo que fue rápidamente silenciado por su marido.
Lo que Pedro realmente busca es otra cosa. Con tono inquisitivo, le pide a Marta que le cuente qué ocurrió realmente con el encargo de Cobeaga, insinuando que hay más detrás del aparente éxito de esa comida. Según Pedro, el propio Cobeaga le expresó dudas serias respecto al proyecto y la posibilidad de romper su vínculo con la empresa. Marta, sin perder la calma, explica que es cierto que Cobeaga rechazó las primeras muestras que le presentó Luis, pero que en esa comida lograron reconducir la situación, y ahora el cliente confía nuevamente en ellos.
Aquí Pedro da un giro sutil pero punzante: sugiere que fue Pelayo, con su encanto y habilidades de persuasión, quien logró salvar la situación. Pregunta con fingida curiosidad si él y Cobeaga ya se conocían de antes, a lo que Marta responde que se habían conocido apenas unos días antes. Pedro, con ironía afilada, comenta que eso suena al comienzo de una “hermosa amistad”, especialmente si el encuentro acabó con una copa de champán.
Marta empieza a tensarse. Su rostro cambia ligeramente, su voz también. Le deja claro a Pedro que no hay nada de particular en que dos hombres tomen una copa después de comer, sin que sus esposas estén presentes. Pero Pedro, fiel a su estilo provocador, lanza una frase cargada de veneno: “De mujeres, pocas, tengo entendido”. Es una alusión peligrosa, que apunta directamente a la naturaleza de la relación entre Pelayo y Cobeaga, sin decirlo abiertamente.
Marta, evidentemente molesta, lo encara: “¿Está insinuando algo, Pedro?”. Él, con esa habilidad para esconder el puñal bajo una sonrisa, lo niega con firmeza. Aclara que no quiere decir nada indebido, que su única preocupación es que Pelayo no solo es su esposo, sino también un hombre llamado a ocupar un cargo clave: podría ser el próximo gobernador civil de Toledo.
Ese comentario cambia el tono de la conversación por completo. Marta queda genuinamente sorprendida. No tenía idea de que ese ofrecimiento existía. Pedro le aclara que aún no es oficial, que necesita más apoyos políticos, pero que Miguel Ángel Vaca ya se lo ha propuesto. Por eso, le pide discreción total hasta que el nombramiento se confirme. Marta promete guardar el secreto, consciente de que, si se materializa, esa posición podría beneficiar enormemente los intereses empresariales de la familia.
En medio de esta tormenta emocional y política, la conversación empieza a buscar un cierre, pero aún quedan heridas abiertas. Marta, intentando recobrar la compostura, se disculpa si alguna de sus palabras o gestos han sido malinterpretados, sobre todo respecto a algo que califica como “obsceno”. Defiende con fuerza la integridad de su marido, asegurando que Pelayo es un hombre ejemplar y que jamás cruzaría una línea inapropiada, ni en lo profesional ni en lo personal.
Pedro asiente con un gesto contenido. No da su brazo a torcer del todo, pero tampoco insiste. Cierra la conversación como quien ha conseguido lo que quería: sembrar la duda, dejar a Marta inquieta y posicionarse como conocedor de todos los movimientos de poder que circulan en las sombras. La tensión queda suspendida en el aire, como si todo hubiera terminado… pero no realmente.
Lo que esta escena deja claro es que la política, los negocios y los sentimientos están más entrelazados que nunca en la trama. La aparición de Cobeaga como figura clave en la empresa no solo reaviva viejas tensiones, también abre nuevas sospechas sobre Pelayo. ¿Qué tipo de relación los une realmente? ¿Es simplemente un contacto útil o hay algo más? ¿Y hasta dónde llegará Pedro para defender su influencia?
El posible ascenso de Pelayo como gobernador civil promete cambiar las reglas del juego, pero también lo expone como blanco fácil para las intrigas y la manipulación. Marta, hasta ahora firme, empieza a darse cuenta de que su entorno está lleno de trampas disfrazadas de cortesía. Y Pedro, que nunca mueve una pieza sin calcular sus consecuencias, parece decidido a jugar su propia partida.
En definitiva, este nuevo enfrentamiento deja muchas preguntas en el aire, pero una certeza en el corazón de los espectadores: en Sueños de Libertad, nada es lo que parece y cada conversación es una jugada de ajedrez encubierta bajo sonrisas, brindis y frases aparentemente inocentes.