⚠️ Spoiler: “Ya, ya lo sabía. Bueno, algo me contaron ayer, pero no te dije nada porque en política hay muchos rumores” ⚠️
En una escena intensa y cargada de dilemas éticos, Pelayo y Damián se enfrentan a una conversación crucial en el salón, donde lo personal y lo político se entrelazan peligrosamente. Damián, con su habitual tono cordial, saluda a Pelayo y lanza una broma sobre su consumo de café. Sin embargo, Pelayo no está de humor. Admite que no ha desayunado y que la ansiedad lo tiene sin apetito. Damián asume que se trata de los nervios por su posible nombramiento como gobernador civil de Toledo, pero Pelayo lo corrige de inmediato: las cosas ya no son tan claras. Aparece un nuevo competidor: Francisco Cárdenas.
Ante la mención del nombre, Damián cambia su actitud. Ya había escuchado algunos rumores el día anterior, pero no les dio demasiada importancia. Ahora, al confirmarse, se muestra preocupado. Reconoce al instante a Cárdenas y lo describe como un contrincante muy fuerte: es carismático, proviene de una familia reconocida, es popular entre la sociedad toledana y cuenta con una imagen pública intachable. Sin embargo, Pelayo sugiere que hay grietas en esa imagen. Afirma tener en su poder información confidencial que, de salir a la luz, no solo destrozaría la reputación del candidato, sino que también arrastraría a toda su familia al escándalo.
La reacción de Damián es de sorpresa. Conoce a los Cárdenas y le cuesta imaginar algo tan oscuro. Pide detalles, pero Pelayo no revela nada concreto. Solo insinúa que, si decidiera usar esa información, eliminaría de inmediato a Cárdenas de la contienda. Aquí surge la gran disyuntiva: ¿usar un arma sucia para defender un objetivo noble?
Damián se muestra reflexivo. Reconoce que, a lo largo de su carrera empresarial, siempre ha trazado una línea clara: nunca ha recurrido a la vida privada de nadie para ganar ventaja. Le expresa su esperanza de que Pelayo también comparta esa integridad. Pero no tarda en señalar lo obvio: en política, las reglas cambian. A veces, los ideales deben ceder ante la crudeza de la estrategia. Damián lanza una pregunta punzante: “¿Tú crees que si fuera al revés, Cárdenas dudaría en usar algo contra ti?” Pelayo guarda silencio. La duda es evidente. Entonces Damián responde por él: no, no dudaría ni un segundo.
El empresario va aún más lejos en su razonamiento. Le plantea que, si Pelayo desea el cargo por un verdadero compromiso con el bienestar público —y no solo por ambición personal—, entonces tiene la obligación moral de asegurar que la persona más apta llegue al puesto. Le deja una pregunta abierta pero fulminante: ¿qué es más inmoral, destruir la candidatura de un rival con información sensible o permitir que alguien inadecuado gobierne, sabiendo que pudo evitarlo?
Pelayo escucha en silencio, con el rostro sombrío. La presión, el dilema ético, la responsabilidad, todo pesa sobre sus hombros. Agradece el consejo, aunque no dice mucho más. Es evidente que está digiriendo cada palabra. Recolecta sus pertenencias y la conversación concluye con Damián retirándose del lugar, dejando al aspirante a gobernador civil en una encrucijada personal, atrapado entre el juego sucio de la política y la honestidad de sus principios. El destino de su carrera, y posiblemente de toda una comunidad, depende de la decisión que tome a partir de este momento.