Spoiler: María se ve obligada a traicionar sus principios para salvarse de la inhabilitación orquestada por Gabriel
En una escena cargada de tensión, amenazas veladas y decisiones desgarradoras, María se enfrenta a una encrucijada que la obliga a elegir entre su dignidad y su supervivencia política. La conversación con Gabriel se convierte en un choque frontal entre la integridad de María y las estrategias implacables del clan de Damián.
Todo comienza cuando Gabriel interrumpe a María momentos antes de salir a pasear con la nueva enfermera. Su tono urgente no deja lugar a dudas: algo grave se avecina. María, que ya presiente lo peor, intuye rápidamente que quieren encerrarla en una casa de reposo. Sin embargo, Gabriel le aclara que el plan de Damián es aún más radical: quiere inhabilitarla legalmente para que no pueda votar en la junta a favor de don Pedro. La revelación no toma del todo por sorpresa a María, quien admite que ya sospechaba esa intención. Pero en lugar de amedrentarse, responde con rebeldía: “Entonces, con más razón voy a votar por Pedro.” Esa actitud desafiante deja desconcertado a Gabriel.
Gabriel intenta hacerla entrar en razón, apelando a la lógica y al pragmatismo. Le plantea que si se alinea con Damián y Andrés —su suegro y su marido— podría evitarse muchos problemas. Pero María, indignada, rechaza esa idea de forma tajante. Considera que ceder ante quienes quieren destruirla sería claudicar ante una injusticia. Para ella, votar por Pedro representa no solo un acto político, sino una forma de defender la memoria de su hijo Jesús y el legado que él dejó.
Gabriel, viendo que la persuasión suave no funciona, empieza a presionar. Le advierte que está arriesgando su estatus como representante de las acciones de Julia, lo cual sería un duro golpe para su posición dentro de la familia y en la empresa. María reacciona furiosa. Acusa a Gabriel de traicionar la promesa que le había hecho y de actuar en connivencia con Damián. Pero lo que más la impacta es lo que él le revela a continuación: “Si te estoy hablando de la inhabilitación, es porque yo soy quien la va a ejecutar.” Esa confesión es como una puñalada para María, que se da cuenta de que quien creía su aliado, en realidad, es el ejecutor de su caída.
A partir de ese momento, Gabriel cambia el tono. Deja de lado las formas y pasa a enumerar uno a uno los escándalos del pasado de María: su intento de suicidio, el robo del niño de la casa cuna y su embarazo fingido. Son pruebas suficientes para justificar su inhabilitación, y Gabriel lo sabe. La amenaza es clara: si no coopera, la destruirán sin pestañear. Le aconseja que vote a favor del bando de la Reina, no por convicción, sino por supervivencia. Porque —según él— saben perfectamente cómo deshacerse de quien se convierte en un estorbo.
María, postrada en su silla de ruedas y sintiendo que la historia se repite, recuerda por qué está en esa situación: “Estoy aquí porque me querían echar de esta casa.” Y es esa conciencia de vulnerabilidad lo que la lleva, finalmente, a ceder. Con resignación, acepta votar a favor de Damián, sabiendo que no hacerlo implicaría su ruina. Su decisión no es libre ni justa, sino fruto de una coacción disfrazada de consejo. También reconoce que así ayuda a Gabriel… o al menos eso cree.
Antes de terminar la conversación, María le lanza una última pregunta a Gabriel, llena de suspicacia: “¿Y por qué te importa tanto cómo vote yo, si Pedro ganando también te deja en una buena posición?” Pero Gabriel, siempre calculador, no responde con claridad. Le dice que sus planes son demasiado complejos para explicarlos y que mostrar sus cartas, incluso a sus compañeras, no es parte de su estrategia. María, derrotada pero no ingenua, entiende que está siendo utilizada y que ni siquiera puede confiar en quien supuestamente está de su lado.
Gabriel se marcha dejando tras de sí una estela de incertidumbre. María queda sola, con la amarga sensación de haber tenido que traicionar sus ideales para protegerse, atrapada en un juego de poder en el que los principios no tienen cabida y donde las lealtades se compran, se manipulan o se destruyen. La escena cierra con la idea clara de que María ha perdido una batalla, pero también con la semilla de una futura revancha que podría germinar si encuentra el momento y la fuerza para volver a levantarse.