Spoiler: El contrato que desata la guerra entre Leocadia y Manuel en La Promesa
La tensión estalla entre doña Leocadia y Manuel cuando un contrato firmado entre ambos se convierte en el epicentro de un conflicto que amenaza con fracturar por completo su relación profesional y personal. Todo comienza con una aparente malinterpretación del documento, pero pronto queda claro que no se trata de un simple malentendido, sino de un choque frontal de poder y orgullo.
Leocadia se siente traicionada. Cree firmemente que se le ha menospreciado, que ha sido excluida de decisiones fundamentales dentro de la empresa. “¿Desde cuándo contratar personal es una cuestión técnica?”, cuestiona, visiblemente molesta. Manuel, sin perder la compostura, le recuerda que lo estipulado en el contrato fue acordado previamente por ambos y que, de hecho, ella tuvo tiempo suficiente para revisarlo, discutirlo e incluso modificarlo con ayuda de su hija, que estudia Derecho.
“No me trates como si fuera tonta”, espeta Leocadia, herida en su orgullo. Manuel insiste en que nunca tuvo intención de engañarla. Asegura que simplemente plasmó en el contrato lo que ya habían acordado, y que no hay espacio para interpretaciones ambiguas. “El contrato es claro”, afirma. Pero para Leocadia, la realidad es otra: lo que Manuel define como decisiones “técnicas” ella lo considera decisiones de peso, estratégicas, que afectan la esencia del negocio.
La disputa crece cuando se menciona un nuevo nombre: Enora. Se trata de la nueva incorporación al equipo, una mujer que Manuel defiende a capa y espada, asegurando que su llegada no solo no retrasará los procesos, sino que será un impulso positivo para la empresa. “Es más competente que muchos hombres que conozco en este sector”, comenta con firmeza, en un intento por apaciguar el enojo de Leocadia.
Pero Leocadia no está para discursos inspiradores. “Las decisiones importantes las tomas tú”, le recrimina. Y cuando Manuel le responde que solo toma las decisiones técnicas —como la contratación de personal, según la cláusula final de la segunda página—, ella se muestra aún más enfadada: “¡Déjate de cláusulas y de páginas!”
La confrontación escala al terreno simbólico del poder. “El que pone el dinero soy yo”, lanza Leocadia, creyendo que eso le da la autoridad absoluta. Pero Manuel, con frialdad legalista, le recuerda que lo que manda es el contrato. Un documento firmado libremente por ambos, que deja claro quién tiene potestad sobre qué áreas. “Me alegra que empiece a entender las condiciones de nuestro acuerdo”, concluye, sin intención de ceder ni un centímetro.
A pesar de las palabras duras, Manuel intenta suavizar la situación asegurándole a Leocadia que no tiene nada de qué preocuparse. Que Enora no representa una amenaza, sino una oportunidad. Le recuerda, casi con ironía, que con esta nueva incorporación ya no será la única mujer en su empresa, intentando convertir una crisis en un gesto de inclusión y progreso.
Sin embargo, el daño está hecho. Leocadia se siente desplazada, manipulada y desautorizada. La tensión entre ambos revela una grieta profunda, no solo en su relación laboral, sino en la confianza que alguna vez se tuvieron. La lucha por el control, la interpretación de los acuerdos y la autoridad dentro del negocio parece apenas haber comenzado.
Así, lo que parecía un simple desacuerdo contractual se convierte en un duelo de voluntades. La palabra “traición” flota en el ambiente, y el equilibrio de poder dentro de la empresa de La Promesa queda peligrosamente comprometido. ¿Será este el inicio del declive de la alianza entre Leocadia y Manuel? ¿O habrá una tregua posible antes de que la disputa llegue demasiado lejos?
En el corazón del conflicto no solo hay cláusulas y firmas: hay ego, ambición y dos maneras opuestas de entender el liderazgo. Mientras tanto, el resto del equipo observa desde las sombras, sabiendo que esta batalla apenas comienza y que, como en todo juego de poder, pronto habrá vencedores… y vencidos.