Spoiler: “Verdades que duelen y heridas que no cierran”
En el nuevo capítulo de Sueños de libertad, Cristina mantiene una conversación telefónica con su madre adoptiva que lo cambia todo. Un diálogo cargado de dolor, reproches y verdades guardadas durante demasiado tiempo, donde cada palabra pesa como una confesión largamente pospuesta.
Todo comienza con la madre agradeciendo que Cristina haya contestado finalmente el teléfono tras varios intentos. Pero lejos de mostrarse receptiva, Cristina contesta con frialdad y cierto rencor: solo respondió por accidente, y señala que su insistencia llegó incluso a incomodar a su jefe. La madre, con tono suave y cariñoso, trata de justificarse diciendo que no podía evitar preocuparse. Pero Cristina ya no tiene paciencia para rodeos y va directa: “¿Qué quieres, mamá?”.
La madre intenta acercarse, le dice que solo quiere verla, hablar, explicarle todo lo que necesite saber. Cristina entonces lanza una bomba emocional: va a dejar su trabajo. Le aclara, sin embargo, que eso no significa que estén bien. “No te hagas ilusiones”, le advierte. Asegura que no piensa volver con Beltrán y que buscará otro empleo, preferiblemente cerca de Madrid, lejos del lugar donde todo comenzó a desmoronarse.
Ante las palabras duras de su hija, la madre intenta defenderse. Dice que ella y su esposo siempre respetaron las decisiones de Cristina, pero ella ya no se deja engañar. Ha tomado una decisión firme: no permitirá que nadie vuelva a imponerle nada. “Ya sé lo que quiero y nadie me va a frenar, ni tú”, sentencia Cristina con determinación.
La madre intenta suavizar el conflicto, diciéndole que lo que dijo Irene no cambia nada entre ellas. Pero Cristina, profundamente herida, la contradice: “Sí que lo cambia. Lo cambia todo.” En ese momento, la madre finalmente admite que fue un error ocultarle la verdad sobre su origen. Le dice que fue una decisión tomada por miedo, porque pensaron que si Cristina sabía que era adoptada, perdería seguridad y felicidad. Con el tiempo, al verla feliz, pensaron que era mejor callar.
Pero Cristina no lo acepta. Con la serenidad amarga de quien ha sido traicionado, le responde que si se lo hubieran contado antes, todo podría haberse manejado entre ellos tres, sin necesidad de más heridas. “Ya soy mayor”, dice, reafirmando que no necesitaba ser protegida, sino respetada.
La madre, con la voz rota, intenta recordarle que siempre la han amado y la seguirán amando. “Eres nuestra hija, Cris, y siempre lo serás. Te queremos muchísimo”, le dice. Pero Cristina, con una frase tan simple como devastadora, deja claro lo que siente: “Pero no es bueno vivir engañada”.
La llamada termina ahí. No hay gritos, pero sí un silencio denso, una distancia que, aunque no rompe completamente el vínculo entre madre e hija, lo deja herido. Una herida abierta por una verdad que, aunque necesaria, llegó demasiado tarde. Y ahora, Cristina debe caminar su propio camino, con la herida aún fresca y la convicción de que nadie más tomará decisiones por ella.