Spoiler: “La fe de una niña”
En un emotivo y luminoso momento de Sueños de libertad, la conversación entre María y su sobrina Julia se convierte en un remanso de ternura que llena de calidez el alma. La inocencia y el cariño de la pequeña logran tocar el corazón herido de su tía, regalándole un instante de esperanza en medio de sus dificultades.
La escena comienza con Julia regresando de su clase de gimnasia, agotada pero alegre. Al entrar, se sorprende al ver a María con una sonrisa inusual, como si algo bonito le hubiera ocurrido. Intrigada, le pregunta qué hizo durante el día. María, con los ojos brillantes, le cuenta que salió al campo con el tío Gabriel. Describe la experiencia como algo hermoso, recordando especialmente un paisaje con una pequeña isla en medio del río, un lugar nuevo para ella que le hizo valorar la belleza de lo simple.
La pequeña Julia, entusiasmada por la historia, le sugiere que le pida a su madre que la lleve también a conocer ese sitio mágico. Luego, como sólo los niños saben hacerlo, propone con total naturalidad un plan espontáneo: que la próxima vez que María salga con el tío Gabriel, la lleven a ella también. María, sonriente, le pregunta si realmente quiere ir, y Julia responde con un sí rotundo y lleno de ilusión.
La conversación da un giro aún más profundo cuando Julia recuerda el deseo que hizo con su piedra volcánica. “Pedí que te recuperaras del todo y que volvieras a caminar”, le confiesa con la mayor ternura del mundo. Ese deseo puro e incondicional conmueve profundamente a María, que se queda sin palabras, tocada por la sinceridad de su sobrina. Julia, convencida, le dice: “Ahora solo falta que se cumpla”, como si no hubiera ninguna duda de que los milagros son posibles.
Mientras la niña se distrae momentáneamente, retoman la conversación y Julia lanza una nueva propuesta: un viaje a las Islas Canarias. Quiere que los tres —ella, su tía y el tío Gabriel— hagan una excursión hasta Tenerife, la isla donde vivía Gabriel, o incluso a La Palma, donde está la famosa caldera de Taburiente. María, enternecida por la imaginación de la niña, le dice que eso sería muy difícil debido a su estado de salud. Pero Julia no se rinde. En un gesto profundamente simbólico y amoroso, le entrega su piedra volcánica, la misma en la que confió para pedir su primer deseo.
María, sorprendida, intenta rechazar el regalo. “No deberías darme algo tan importante”, le dice. Pero Julia insiste con una dulzura desarmante: “Prefiero que la tengas tú. Así tendremos suerte las dos”. Ante esas palabras, María no puede más que aceptar, emocionada, sosteniendo en sus manos no solo una piedra, sino la fe incondicional de una niña que cree en los milagros.
Para cerrar el momento con una nota de ternura y humor, Julia anuncia que pedirá su deseo otra vez, allí mismo. María, entre risas, le recuerda algo muy terrenal: “Y de paso, lávate las manos”. “Vale”, responde Julia con su alegría habitual.
La escena concluye con una atmósfera luminosa, un delicado equilibrio entre sueños y realidad, donde el lazo entre tía y sobrina se fortalece aún más. Y deja un mensaje profundo: a veces, la esperanza más poderosa nace del corazón de un niño que, sin saberlo, puede encender una chispa de fe en los adultos que ya casi la han perdido.