MARTA AND FINA-Sueños de Libertad 358 (Cristina se va de la fábrica, ¿pero por qué realmente?🔥🔥)

Era un día complicado en la fábrica

⚠️ SPOILER: Este momento revela una conversación clave entre Luis y Cristina, marcada por emociones contenidas, dudas personales y verdades a medias que podrían alterar el rumbo de varios personajes.

En un día especialmente tenso dentro de la fábrica, con el ambiente cargado de trabajo acumulado y decisiones urgentes, Luis sabía que no podía dejar pasar más tiempo. Sentía que ese era el momento —tal vez el último— para intentar detener a Cristina antes de que tomara una decisión definitiva. Una decisión de la que, estaba seguro, podría arrepentirse más adelante.

Con paso decidido, pero con un tono genuino, se acercó a ella. Sus palabras, lejos de la autoridad de un jefe, brotaron con sinceridad. Le agradeció todo el esfuerzo, la dedicación, el compromiso que había demostrado desde el primer día. Pero también lamentó profundamente que se marchara. “Cristina, de verdad, mil gracias. Pero precisamente por cosas como esta es por lo que no deberías irte”, le dijo, buscando hacerle ver que su presencia era necesaria, incluso más allá de lo profesional.

Cristina no se mostró sorprendida. Su expresión se volvió aún más seria al confirmar que ya estaba al tanto de que sus intenciones de irse se habían hecho públicas. “Sí, ya te habrás enterado”, murmuró con resignación, evidenciando que no le quedaba energía para defenderse de rumores o especulaciones.

Luis, aún sin comprender del todo los motivos profundos que empujaban a Cristina a tomar esa ruta, intentó encontrar lógica en lo evidente: el exceso de trabajo, la responsabilidad, el equipo que dependía de ella. No entendía cómo podía dejarlo todo de un momento a otro. Cristina, por su parte, abrió un poco más su corazón. Le confesó que una parte de su decisión estaba motivada por la culpa que cargaba desde que cometió un error en la fórmula del perfume conmemorativo por el 25 aniversario de la empresa. Sentía que había fallado en algo esencial.

Pero Luis no permitió que ese argumento la derrumbara. Con tono sereno y sabio, le recordó algo que todo profesional debería tener presente: en cualquier trabajo, especialmente en uno tan complejo como el laboratorio, hay dos tipos de personas: las que ya se han equivocado, y las que tarde o temprano lo harán. Todos, sin excepción, habían pasado por errores similares. Lo importante no era el tropiezo, sino la forma de levantarse. “Cometiste un error, sí, pero lo enfrentaste. Eso te hace más fuerte, no más débil”, le aseguró. La animó diciéndole que no solo había demostrado ser competente, sino que su capacidad de superación la hacía aún mejor.

Cristina asintió con la cabeza, agradeciendo sus palabras. Sin embargo, quedó claro que su renuncia no era solo una cuestión profesional ni consecuencia de un fallo técnico. Su decisión iba más allá. Luis lo percibió y, con paciencia, trató de hacerla pensar en todo lo que estaba dejando atrás. Admitió que él mismo era un jefe exigente, quizás demasiado. “Soy duro, igual que lo fue tu padre, pero no puedes negar todo lo que has aprendido aquí”, dijo con una mezcla de orgullo y autocrítica.

Fina, decepcionada con Marta tras dejarla plantada: “Entiendo que la  empresa es lo primero para ti”

Ella sonrió ligeramente. Era cierto. Había crecido mucho desde que empezó. Pero la sonrisa duró apenas un instante. Bajando la mirada, con voz contenida, reveló lo que realmente la estaba empujando a marcharse. “Luis, si me quedo, voy a encontrarme con Irene a cada paso. Y eso no lo puedo soportar. No puedo vivir mi vida en un lugar donde esté ella”. Era un dolor demasiado profundo, una herida que no sanaba. Ver a Irene diariamente, cruzársela por los pasillos, respirar el mismo aire, le resultaba asfixiante. Por mucho que le doliera irse, sentía que era lo único que podía hacer para seguir adelante con su vida.

Luis comprendió que la decisión estaba casi tomada. No había rencor en su reacción, sino respeto. Aun así, como amigo, quiso ofrecerle un último consejo, uno que él mismo consideraba vital. “Antes de irte, habla con Irene. Si no lo haces, te vas a arrepentir. Quizá no hoy, pero sí con el tiempo”. Cristina escuchó en silencio, sin prometer nada con palabras, aunque su rostro denotaba confusión y una tristeza que no podía esconder.

Cuando parecía que la conversación llegaba a su fin, Luis tocó un tema que hasta entonces había evitado. Le preguntó directamente por qué había llegado a la fábrica. Cristina, algo incómoda, respondió que su ingreso se había dado por recomendación de su tío Damián. “Ya lo sabes”, dijo intentando cerrar el tema rápidamente. Pero Luis no se quedó conforme. Algo en todo lo ocurrido últimamente le hacía sospechar que esa versión no era toda la verdad.

Con tono reflexivo, casi como si pensara en voz alta, soltó una idea que llevaba tiempo dándole vueltas. “Sí, eso dices. Que te recomendó Damián, un buen amigo mío. Pero después de todo lo que ha pasado con Irene… ¿no será que tu presencia aquí tiene más que ver con ella que con tu tío?” La pregunta quedó flotando en el aire, sin respuesta inmediata. Cristina no lo negó, pero tampoco confirmó nada. Se limitó a mirar al suelo, pensativa, como si esa posibilidad nunca hubiera querido admitirla, ni siquiera ante sí misma.

La atmósfera se volvió espesa, cargada de preguntas sin resolver. ¿Fue casualidad su llegada a ese lugar? ¿O había una historia más profunda entre ella e Irene que motivó todo desde el principio?

Lo que está claro es que, más allá de los errores laborales, la verdadera batalla de Cristina es interna. Entre el dolor del pasado, la sombra constante de Irene y la necesidad de comenzar de nuevo, su marcha parece inevitable. Pero lo que deja atrás —las relaciones construidas, las enseñanzas, el respeto ganado— no desaparecerá tan fácilmente.

Luis, consciente de todo lo que implica su partida, no insiste más. La deja ir con dignidad, esperando que algún día entienda que, aunque haya escapado del entorno, hay heridas que solo se curan enfrentándolas.

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