SPOILER: “Una profunda sombra…”
Un silencio glaciar se extiende por el marquesado, cubriendo los muros y ocultando los secretos de cada estancia. En su despacho, el marqués Alonso lucha con su consciencia: rodeado de mapas y cartas, el peso de sus fracasos le oprime el pecho en cada trazo de piel y tinta. Sus ojos cansados reflejan noches en vela y desaliento: lo que antes fue riqueza ahora le parece un laberinto de errores irreversibles.
En ese momento entra Leocadia, con una voz suave pero firme. Al ver su gesto resignado, le confiesa lo que ya muchos saben: la disputa entre Catalina y Martina ha dejado de ser una pelea pasajera. Ahora es una herida abierta que divide la casa en dos bandos irreconciliables. Fortalecidas por ego y orgullo, no hay espacio para el acuerdo. Entre ellas no hay punto medio.
Leocadia revela que esta división fortalece a sus enemigos: aquellos que se alimentan del caos, internos y externos, desde el varón hasta manipuladores sin escrúpulos. No acusa a nadie directamente, pero planta una sospecha peligrosa: ¿qué si esta pelea es usada como trampolín para tomar el control desde dentro?
El marqués, confundido y apesadumbrado, se lo pregunta directamente. Leocadia responde con un susurro: solo un palacio unido resiste amenazas. Solo su autoridad puede restaurar el equilibrio y evitar que el conflicto destruya lo que aún queda en pie.
Con estas palabras, Alonso queda solo entre sus dudas, consciente de que en el tablero familiar se ha jugado una partida clave. Leocadia no venía a curar heridas, sino a recordarle en quién reside el verdadero poder.
Mientras tanto, en otro rincón del palacio, Pía Adarre sufre la humillación y el acoso de Santos, el hijo del conde. Él no grita ni golpea: su arma es el desprecio sutil, el susurro venenoso, revelación de secretos que amenazan con destruirla. Ella trabaja en la platería, exhausta por el miedo que la impulsa a permanecer callada. Santos la manipula con amenazas disfrazadas de cautela: sabe que exponerla significaría percibir al Ricardo que ella cree su aliado con otras ojos.
Ricardo, ahora relegado en su cargo, observa todo desde la sombra del pasillo. No necesita escuchar palabras: ha visto el cuerpo tenso de Pía, el terror en su rostro. Y siente que no puede seguir en silencio. Su furia interna lo empuja hacia una decisión que cambiará sus vidas.