🔴 Avance Sueños de Libertad, capítulo 364, 4 de agosto: Andrés jura venganza

Avance ‘Sueños de libertad’ (4 de agosto): Andrés jura venganza, capítulo 364

El lunes 4 de agosto amaneció en Toledo con un aire electrizado, como si el cielo acechase tormentas elocuentes. En Perfumerías De la Reina, los secretos se habían acumulado como nubarrones estivales, y ahora, los primeros truenos anunciaban un conflicto inminente que sacudiría cada pasillo de la fábrica y cada corazón que latía dentro de sus muros.

Andrés, el hombre de mirada firme y voluntad de hierro, estaba dispuesto a todo. Había llegado el momento de desenmascarar a Gabriel de la Reina. Para Gabriel aquel día comenzó con el sabor metálico de una victoria clandestina y un temor que lo devoraba por dentro. Con paso sigiloso, buscó a María en un retiro íntimo entre los jardines posteriores de la mansión, donde el murmullo de una fuente pudiera ocultar palabras peligrosas. Entre la luz que colaba un magnolio antiguo y los patrones cambiantes sobre su rostro tenso, el ambiente estaba cargado de implicaciones no dichas.

—Lo he logrado, María —murmuró él, con una mezcla de arrogancia y alivio—. Cobeaga está furioso, y Brossard ya descorcha champán. Nuestra fórmula está en sus manos.

María, normalmente serena, retrocedió como si las palabras le quemaran la piel. Sus ojos reflejaban inquietud profunda.

—¿Perfecto? ¿Llamas a esto perfecto, Gabriel? —respondió con un siseo—. Has encendido un fuego imposible de controlar. Esto no es solo sabotaje, has puesto en riesgo nuestra empresa.

Gabriel, con una sonrisa que pretendía tranquilizar pero resultaba depredadora, corrigió:

—Nuestra empresa no. La empresa de ellos: de Damián, de Jesús, y ahora de Andrés. ¿Has olvidado por qué hacemos esto? ¿El desprecio, la humillación?

Ella respondió con voz titubeante:

—No he olvidado nada. Todo lo que quiero es recuperar lo que es mío. Mi futuro, el de mi hijo, junto a Andrés… no destruirlo todo.

María, temerosa de la ambición de Gabriel, lo miró con desconfianza:

—Si esto nos salpica, si nuestro nombre es traído por tu imprudencia, te juro que desearás no haberme conocido nunca.

Gabriel la sostuvo firme:

—Todo saldrá como planeé, confía en mí.

Esa conversación fue un presagio sombrío: María aceptó un aliado, pero había desatado una fuerza capaz de devorarlos a ambos. Gabriel se marchó hacia asuntos personales no revelados, dejando detrás un escalofrío a pesar del calor de la mañana. María sintió que caminaba sobre hielo frágil, con el abismo de la ruina bajo sus pies.


En otro lugar…

Don Pedro Carpena, matriz y columna de Perfumerías De la Reina, sufría en silencio. Su cuerpo dolía como nunca. La noticia del robo a Cobeaga no aliviaba. Su esposa, Digna, le ofreció tila y cuidados, pero las sugerencias de descanso encendieron su orgullo.

—Renunciar ahora —resopló él— ¿Señora? Rendirse con la tormenta en pleno curso? ¡Jamás! Mi legado, mi vida, esta empresa… no puedo abandonar el barco.

Digna, exasperada pero compasiva, secó las lágrimas silenciosas y se retiró. Don Pedro cerró los ojos, atrapado entre el dolor físico y el peso de su terquedad: el fracaso parecía más cerca que nunca.

Avance semanal 'Sueños de libertad' (del 4 al 8 de agosto): Andrés y  Cristina desenmascaran a Gabriel


El colapso del favoritismo

Mientras tanto, en el laboratorio, Cristina emergía orgullosa con la noticia de que recibiría el 5 % de las ventas del perfume nuevo. Su mentora Irene celebró la noticia. Pero al compartirla con Luis, su reacción fue fría, una reproche helado:

—¿Y para mí? E Irene también está excluida. Esto es nepotismo en su mayor expresión.

Sus palabras desinflaron la euforia de Cristina y confrontaron a Don Pedro con la injusticia. Finalmente, este accedió: el reparto del cinco por ciento quedaría abierto a todo el equipo, una decisión justa y necesaria. Luis triunfó por el grupo, reafirmando su sentido de justicia frente al favoritismo familiar.


La sombra se expande

Dentro del despacho central, Marta, tras una reunión tensa con Cobeaga, revela algo devastador: la filtración no habría podido originarse en el taller externo. Él guardó todo bajo llave. Si no fue fuera, entonces el topo estaba dentro de la fábrica. El traidor, alguien de confianza, sonreía en sus reuniones.

Andrés captó la gravedad al instante. Tenía culpable en mente: Gabriel. Su intento de incriminar a Cobeaga fracasó. Con voz gélida anunció:

—Iniciaremos una investigación interna exhaustiva. No pararemos hasta dar con la sabandija que nos ha vendido.

Gabriel, enfrentado a esa acusación implícita, mantuvo una apariencia de colaboración, pero la tensión resultó mortal. Andrés, con paso decidido, se acercó peligrosamente:

—Cuando lo encuentre, lo haré pagar. Su traición será su condena.

Y no era amenaza, era sentencia. La casa por fin se estremecía en su núcleo.


El ultimátum y la guerra privada

Más tarde, Andrés va al encuentro de Gabriel en el jardín donde brotó su triunfo esa mañana. Sin preámbulos, le advierte:

—Lo suyo ha terminado. Tómelo como aviso de cortesía.

Gabriel apenas pudo responder. Andrés dio un paso más y, susurrando, remató:

—No habrá clemencia.

Cada palabra era un jarrón frío lanzado con precisión, una declaración de guerra en la que su familia y su empresa eran el imperio en juego.


Ecos en la periferia

La tensión interior cruzaba fronteras simbólicas. Begoña, que había rechazado una gala por proteger a su hija y su dolor, ahora sentía el temblor de lo que se avecinaba: temía que esa certeza frágil que sostenía su esperanza con Gabriel se rompiera. No estaba dispuesta a renunciar sin pelear.

Fina, por otra parte, vivía un drama íntimo. En el cuarto de revelado, la luz roja teñía sus manos de miedo mientras veía cómo las imágenes aparecían en el papel. La voz cruel de la señora Almenar gravaba el síndrome del impostor en su mente: “Solo una aficionada”. Cada foto emergía defectuosa, perfecta evidencia de su supuesta mediocridad. El sueño de capturar belleza se desmoronaba en frustración y lágrimas.


Salud y revelaciones

Don Pedro, finalmente convencido por la doctora Luz, accedió a ser hospitalizado. La punzada fue persistente y peligrosa. De nada sirvió su orgullo. Con valentía, se rindió al cuidado, mostrando su vulnerabilidad libre del orgullo patriarcal.


La escena final

La tarde moría mientras Toledo se teñía de ocres y morados, preludio de la batalla por venir. Andrés, con el corazón helado y la certeza del traidor, acudió a Gabriel. La confrontación ocurrió bajo los mismos árboles donde esa mañana habitaban sus planes de venganza. Gabriel desvaneció la cordialidad con una frialdad nacida de la traición. Andrés, en tono calmado, lanzó el guante:

—Esta investigación es tu sentencia. ¿Estás listo para rendir cuentas?

La palabra traidor quedó flotando entre ellos. Gabriel apenas pudo esbozar una respuesta mientras Andrés se alejaba dejando una amenaza implícita: la destrucción total de quien osara traicionar a su familia.


Epílogo emocional

La guerra ya no era solo empresarial, era personal. Gabriel enfrentaba dos frentes: la investigación impuesta por Andrés y la presión de María, que lo sostenía como aliado pero ahora temía por su imprudencia. Andrés, implacable, estaba transformado en justiciero. Begoña, en la intersección de ese conflicto, temía perder lo frágil que aún protegía: su posibilidad de amor y normalidad.

La noche cayó sobre Perfumerías De la Reina. No trajo paz, solo oscuridad más densa. Los sueños de libertad, de verdad y justicia habían sido convocados. La batalla apenas comenzaba. Y quien pensara que todo era palabras, descubriría que se había declarado guerra total.

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