LA PROMESSA – ¿Matrimonio en peligro? ¡Pelayo quiere huir justo después de las bodas con Catalina!
Las campanas aún no han terminado de repicar cuando ya se cierne una sombra sobre lo que debía ser una unión feliz. La historia entre Pelayo y Catalina, que parecía al fin encaminarse hacia la estabilidad tras tantas tribulaciones, está a punto de estrellarse contra una inesperada realidad: él quiere marcharse justo después de la boda.
La promesa de amor, el intercambio de anillos, los brindis y los buenos deseos se desvanecen en el aire como humo. Pelayo, quien hasta hace apenas unos días se mostraba dispuesto a formar un futuro junto a Catalina, empieza a revelar una inquietud interna que ni él mismo puede disimular. Sus gestos, su mirada perdida y los silencios prolongados no pasan desapercibidos, especialmente para alguien tan observadora como Catalina.
Durante una conversación íntima en el jardín, ella intenta acariciar su rostro con ternura, pero él se aparta con un gesto casi imperceptible. No dice nada, pero su cuerpo grita lo que su boca calla. Catalina, herida y confundida, empieza a unir piezas que no encajan. ¿Por qué alguien que parecía amar con devoción ahora evita el contacto físico y emocional?
La respuesta se filtra lentamente a través de los pasillos del palacio, en susurros discretos entre los sirvientes y miradas cómplices de los más cercanos. Pelayo no solo está agobiado, quiere escapar, dejar atrás la finca, el título, la responsabilidad… y a Catalina. La razón de fondo aún no es clara, pero hay algo que le quema por dentro. Algunos dicen que teme no estar a la altura del papel que le corresponde como esposo de una marquesa; otros murmuran que hay otra mujer en su corazón o incluso un pasado que lo atormenta.
La noticia estalla como una bomba en la residencia. Margarita, que había estado todo este tiempo planeando los detalles del matrimonio con esmero, no puede evitar el escándalo. Se siente engañada, burlada, y no duda en enfrentarse a Pelayo con severidad. Le exige una explicación, y él, atrapado, ofrece una excusa endeble sobre “necesitar tiempo para reflexionar”. Pero la verdad es mucho más compleja.
Pelayo ha cambiado. Desde hace semanas, una inquietud lo devora. El casamiento con Catalina, lejos de aportarle paz, le ha generado un peso que lo ahoga. Aunque no hay señales evidentes de engaño, sus acciones sugieren que no está convencido de su elección. La noche después de la boda, en lugar de quedarse con su esposa, se encierra en su habitación. Y al amanecer, deja una nota en su escritorio: “Necesito respirar. Volveré cuando me entienda a mí mismo.”
Catalina, al encontrar el mensaje, siente cómo su mundo se desmorona. La marquesa que todos admiran se ve ahora frágil, devastada. A solas en su habitación, rompe en llanto, pero luego se recompone con una dignidad admirable. No se deja vencer. Llama a la doncella y exige que no se diga ni una palabra al respecto. El escándalo debe evitarse a toda costa. Al menos por ahora.
Mientras tanto, Lorenzo aprovecha la ocasión para sembrar discordia. En su estilo manipulador y venenoso, empieza a sugerir que quizás Pelayo nunca estuvo enamorado de verdad. Y lo peor: insinúa que Catalina fue usada para obtener posición y beneficios. Esta idea envenena aún más el ambiente y coloca a Catalina en una situación complicada. ¿La compadecen o la juzgan? ¿Fue víctima o cómplice de su propio engaño?
Jana, quien ha estado observando desde la distancia, es testigo del dolor de su amiga y no puede permanecer en silencio. Se enfrenta a Pelayo cuando lo encuentra merodeando cerca del bosque, quizás intentando reunir valor para regresar o, tal vez, para huir definitivamente. Le exige que dé la cara, que no se esconda como un cobarde. Él no niega nada. Con voz entrecortada, admite que tiene miedo, que no sabe si ama a Catalina como debería, que no sabe quién es en realidad. Confiesa que quiso intentarlo, pero algo dentro de él se resiste.
La sinceridad desarma a Jana, pero también la enfurece. “Entonces no deberías haberle prometido nada. El amor no es una deuda ni una obligación, pero la dignidad de una mujer no se negocia”. Sus palabras resuenan en Pelayo, que se marcha en silencio, cabizbajo.
En los días siguientes, Catalina se comporta con una entereza sorprendente. Asume sus deberes con más decisión que nunca, como si quisiera demostrar que nada la quiebra. Pero quienes la conocen bien notan que algo en su mirada se ha apagado. Su sonrisa ya no es la misma. Su fe en el amor ha sido herida, quizás irremediablemente.
En el pueblo, los rumores se expanden con rapidez. Algunos comentan que Catalina fue abandonada, otros creen que el matrimonio fue una farsa desde el principio. Incluso hay quienes se preguntan si Pelayo fue obligado por intereses familiares. La verdad, sin embargo, permanece oculta tras los muros de La Promessa.
Lo que sí está claro es que Catalina no piensa dejar que esto la destruya. Aunque aún guarda la esperanza de que Pelayo regrese para ofrecerle una explicación honesta, ya no está dispuesta a esperarlo de rodillas. Si vuelve, deberá demostrar con hechos que merece una segunda oportunidad.
Y en medio de todo, una figura inesperada regresa al palacio con intenciones aún desconocidas: Cruz, la marquesa madre, cuya presencia podría desestabilizar aún más el delicado equilibrio de poder y emociones dentro de la finca. Su llegada, anunciada con pompa y misterio, coincide con los días más oscuros de Catalina. ¿Será apoyo o más dolor?
La historia de amor entre Catalina y Pelayo, que prometía redención y futuro, se ha convertido en un campo de incertidumbre. Y mientras el palacio entero contiene la respiración, solo una cosa es segura: nada volverá a ser como antes.