La Promesa, avance del capítulo 648: “El cuadro maldito desaparece… y alguien lo ha destruido”

El capítulo 648 de La Promesa traerá consigo un giro inesperado que sacudirá todos los cimientos del palacio: el inquietante retrato de Cruz, que desde su llegada ha alterado los ánimos de todos, desaparece sin dejar rastro… y, aún más impactante, alguien lo ha destruido deliberadamente. La identidad del autor del acto es un misterio, pero sus consecuencias se sentirán profundamente en cada rincón de la finca.

Desde el momento en que el retrato fue colgado, ha generado un malestar colectivo difícil de explicar. Su presencia parecía cargar el ambiente de una tensión invisible pero palpable. Nadie podía mirarlo sin sentir una presión extraña en el pecho, como si la marquesa aún habitara entre ellos a través de esos ojos inmóviles que parecían observarlo todo. La atmósfera del palacio se volvió más densa, más pesada, y los vínculos entre los personajes comenzaron a tensarse peligrosamente.

El episodio arranca con los efectos secundarios del desvanecimiento de Martina. Su repentina caída la jornada anterior no se percibe como un simple desfallecimiento. Todos lo relacionan con el cuadro y su energía opresiva. La joven no deja de repetir que algo en esa pintura la paraliza, que le roba el aliento. Catalina, visiblemente afectada por la fragilidad de su sobrina, comienza a cuestionarse si ese retrato debería haber sido traído en primer lugar. Sin embargo, su dolor interno se mezcla con la tensión que arrastra desde hace días, especialmente en lo que respecta a su relación con Martina.

El intento de reconciliación entre ambas parece estancado. Martina, con lágrimas en los ojos, le suplica comprensión, le habla desde la herida abierta que dejó aquella discusión en la que la llamó “mala madre”. Pero Catalina, aunque la escucha, mantiene la frialdad. Está dolida y se siente traicionada, no solo por las palabras, sino por la indiferencia que Martina demostró en el pasado. Para ella, la confianza entre ambas ha sido quebrada de manera casi irreparable. Y aunque no hay odio en su mirada, sí hay una tristeza profunda, la de quien siente que ya no queda nada que rescatar.

Mientras tanto, la inquietud crece también en la planta de servicio. Pía comete un error que desencadena un nuevo conflicto: olvida entregar una carta crucial a Cristóbal. El mayordomo, lejos de reaccionar con mesura, estalla. Su reacción es tan desproporcionada que hasta los criados más cercanos se alarman. Momentos antes, él mismo le había pedido a Pía que aromatizara el palacio con lavanda, un detalle aparentemente sin importancia pero que refleja su obsesión por el control. Su estallido, sin embargo, parece ser el síntoma de una presión interna mayor.

En otro rincón del palacio, Petra se muestra más sombría que de costumbre. La figura de Cruz en el cuadro parece haberle abierto viejas heridas. La exniñera revive silenciosamente su pasado junto a la marquesa, una época que recuerda con temor, sumisión y secretos inconfesables. Petra no lo dice, pero su lenguaje corporal delata su incomodidad. Sabe más de lo que aparenta, y su silencio puede esconder claves fundamentales sobre lo que realmente ocurrió en torno a Cruz.

En el hangar, Toño sigue compartiendo tiempo con Enora. La alegría que siente al estar con ella es evidente. Sus gestos son dulces, torpes incluso, como los de alguien que está descubriendo el amor por primera vez. Y aunque vive con ilusión cada instante, no puede evitar sentir un leve temor: sabe que todo lo que nace en La Promesa también puede acabar con la misma rapidez.

Manuel, por su parte, se muestra cada vez más atormentado. La pérdida de su madre aún lo golpea con fuerza, pero lo que verdaderamente lo inquieta es la forma en que ese cuadro le habla. En conversaciones íntimas con Curro, le confiesa que ha llegado a hablarle al retrato como si Cruz aún pudiera oírlo. Lo mira, le habla, espera respuestas. Su cordura se tambalea, y lo sabe. Pero hay algo en esa imagen que no le permite apartarse: lo atrae y lo repugna al mismo tiempo. Lo domina.

Además, Manuel continúa sus negociaciones con Leocadia sobre la posible venta de la empresa familiar. A pesar de que ella insiste en que él seguiría al frente como director creativo con total autonomía, el joven heredero no deja de desconfiar. Percibe que hay algo más detrás de la propuesta. Y no se equivoca: Leocadia oculta que antes de contactar a Manuel ya había hablado con Pedro Farre, un dato que deliberadamente mantiene en secreto. Su aparente honestidad es solo fachada.

Y entonces sucede lo impensable.

El cuadro desaparece.

De un momento a otro, la pintura ya no está en su sitio. Nadie lo ha visto retirarse, nadie ha oído nada, nadie sabe cómo ha ocurrido. La noticia corre como pólvora por el palacio. Las miradas se cruzan, las sospechas se multiplican. Pronto se descubre lo peor: no solo ha sido retirado… alguien lo ha destruido. De forma meticulosa, como si el objetivo fuera borrar su existencia para siempre. Lo que parecía una simple pieza decorativa se ha convertido en el centro de una gran intriga.

¿Quién lo ha hecho? ¿Y por qué?

Hay quienes creen que fue un acto impulsivo, producto del miedo. Otros piensan que hay razones más profundas, incluso peligrosas, tras este hecho. Petra, Jacobo, Catalina, Lorenzo… todos podrían tener un motivo. Incluso Pía, marcada por la culpa. El silencio reina. El ambiente se enrarece. El misterio se instala definitivamente en La Promesa.

Este capítulo marcará un punto de inflexión. La destrucción del cuadro no solo borra una imagen: abre una puerta a lo desconocido. A los secretos que muchos han intentado mantener ocultos durante años. Las máscaras comienzan a resquebrajarse, y las verdaderas intenciones empiezan a asomar. El retrato de Cruz tal vez no haya dicho su última palabra, ni siquiera después de su desaparición.

Mañana en La Promesa, el pasado se enfrentará con el presente, y los errores cometidos saldrán a la luz… incluso si alguien está dispuesto a todo con tal de mantenerlos enterrados.