Título: “María y la ausencia de milagros”
Una vez más, María recibe la visita de la doctora, acompañada por Olga, quien se retira con discreción para que la especialista pueda realizar su trabajo. El ambiente es íntimo, tranquilo, pero cargado de una tensión emocional difícil de ignorar. Al saludarse, intercambian algunas palabras formales, y la médica pregunta cómo se encuentra. María, con honestidad y sin rodeos, contesta que está igual que la última vez que se vieron. Su tono no es quejoso, pero deja claro que el tiempo ha pasado sin avances, sin mejoras.
La doctora le informa que va a examinarla, y María asiente con naturalidad. Está acostumbrada a estos procedimientos, y aunque no espera sorpresas, mantiene la compostura. Le pregunta si ha continuado con los ejercicios que le recomendó junto a Olga, y María responde con una palabra que lo dice todo: “religiosamente”. Esa expresión muestra su compromiso, su esperanza silenciosa, y también su rutina diaria llena de esfuerzo, incluso cuando los resultados son invisibles.
El examen avanza. La médica le revisa la otra pierna mientras suena una música suave de fondo, casi como un eco de los sentimientos contenidos en la habitación. Entonces, llega la pregunta crucial: “¿Has notado algo?” Es una interrogante simple, pero cargada de peso emocional. María guarda un momento de silencio antes de responder, y lo hace con una negativa rotunda: no ha sentido nada, ni siquiera dolor. Esa ausencia total de sensación no es liberadora, sino desgarradora.
La doctora se apresura a disculparse. No quería generar falsas esperanzas. Explica que su pregunta no pretendía ilusionarla, sino saber si había ocurrido algún mínimo cambio. Pero no lo ha habido. María lo confirma con calma, aunque con un dejo de tristeza. Le gustaría decir que sí, que ha habido alguna mejora, pero lamentablemente no es así.
La consulta termina ahí. No hay más que hacer por hoy. La doctora, con profesionalismo, informa que desde su punto de vista todo se mantiene dentro de lo normal. No hay ninguna novedad clínica. Solo un detalle: en un momento, la piel de María se puso de gallina. Algo que podría parecer una reacción, una señal… pero enseguida aclara que no significa nada. La piel puede responder a estímulos externos como un cambio de temperatura. No es un indicio médico, y mucho menos un milagro.
María escucha con atención, sin interrumpir. Agradece la sinceridad. Ella no necesita palabras dulces que endulcen la realidad. Sabe perfectamente cuál es su situación. Ella, Olga y la doctora comparten un entendimiento silencioso sobre el futuro. No se trata de negar la esperanza, sino de no alimentar falsas ilusiones. Y aunque le duele, acepta que lo que la espera no es un milagro, sino la dura continuidad de una condición que no muestra signos de mejora.
La escena, aunque breve, está impregnada de una poderosa carga emocional. María es una mujer fuerte, que se enfrenta cada día a su realidad con valentía. Aunque no sienta dolor físico, el dolor emocional de no avanzar, de no experimentar mejoras, es constante. Sin embargo, no se deja vencer. Continúa con los ejercicios, cumple con las revisiones, y mantiene una actitud serena frente a la adversidad.
Este encuentro médico es un reflejo de lo que significa vivir con una discapacidad que no mejora, que no cambia, que permanece. María no está esperando un milagro, pero tampoco ha perdido del todo la esperanza. Se aferra a la rutina, a los pequeños gestos de quienes la rodean, a la sinceridad de su doctora, y a la compañía constante de Olga. No necesita promesas vacías. Lo que valora es la claridad, la verdad y el respeto por su proceso.
Cuando la doctora se marcha, y María queda nuevamente con Olga, lo hace con la frente en alto. Aunque no haya habido cambios, aunque no haya milagros, ella sigue adelante. Porque vivir también es eso: aceptar lo que no se puede cambiar, pero seguir buscando razones para levantarse cada día.
Así, entre silencios y miradas, se construye el día a día de María. Un camino sin promesas mágicas, pero lleno de coraje, dignidad y una fuerza interna que no depende de sensaciones físicas, sino de una voluntad que se mantiene firme frente a lo irreversible.