MARTA AND FINA-Sueños de Libertad 373 (Andrés miente sobre su mañana y María sospecha🔥🔥)

⚠️ SPOILER – “María y Andrés: verdades incómodas”

La mañana transcurría con una tensión casi palpable en el aire cuando María irrumpió en la habitación, su rostro marcado por un ceño fruncido que delataba molestia y una inquietud latente. No perdió tiempo en rodeos. Con un tono que mezclaba reproche y exigencia, lanzó su primera pregunta como si fuera una acusación directa:

—Andrés, ¿dónde estabas? No solo te has levantado tarde, sino que encima saliste sin siquiera despedirte. ¿De verdad crees que no merezco al menos un “adiós”?

La voz de María no era solo la de alguien que pide explicaciones; era la de una persona que se siente ignorada y quizás desplazada. Andrés, sorprendido por la intensidad de la confrontación, trató de restarle importancia al asunto. Se acomodó, esquivó la mirada por un segundo y, con un tono algo defensivo, respondió:

—No es nada, María. Se me derramó el café esta mañana y luego tuve una discusión desagradable en el trabajo. Eso fue todo.

Pero aquella justificación, tan simple y directa, no convenció a María ni por un instante. Su expresión se endureció aún más, como si quisiera atravesar con la mirada esa fachada que Andrés estaba levantando.

—No me mientas —replicó, su voz ahora más grave y pausada—. Hay algo más detrás de eso, y lo sé por la forma en que hablas.

Ese instante marcó un cambio sutil. María, aunque no ocultaba su desconfianza, intentó suavizar la conversación, tal vez buscando que Andrés se abriera sin sentirse acorralado. Respiró hondo y, con un tono más conciliador, le ofreció un consejo que sonaba tanto a advertencia como a propuesta:

—Mira, deberías relajarte un poco. Gabriel está al frente de todo lo relacionado con las pruebas y, sinceramente, es bastante bueno en eso. ¿Por qué no confías un poco más en él y le dejas manejar las cosas?

Marta le revela a Andrés que está enamorada de Fina en 'Sueños de  Libertad': "No he sido tan feliz en mi vida"

Andrés guardó silencio unos segundos. Su mirada denotaba una mezcla de resignación y cansancio, como si llevara tiempo luchando una batalla interna. Finalmente, con un suspiro, admitió:

—Lo sé, María, y no te reprocho nada por eso.

Ella asintió, pero en su rostro apareció una ligera sonrisa enigmática, una de esas que no muestran del todo sus verdaderas intenciones. Sus ojos brillaron con un destello que oscilaba entre la provocación y la complicidad.

—Andrés —dijo, inclinándose un poco hacia él—, creo que ya es hora de que pases página.

La frase, aunque breve, cayó como un golpe inesperado. Andrés frunció el ceño, genuinamente desconcertado.

—¿A qué te refieres exactamente? —preguntó, buscando aclarar si estaba entendiendo bien lo que María insinuaba.

Ella, en lugar de responder de inmediato, se cruzó de brazos. En su gesto había una seguridad desafiante, y cuando habló lo hizo con una sonrisa sarcástica, midiendo cada palabra para que impactara lo justo y necesario.

—Escuché a Manuela decir que no tuvo que hacer la cama de Gabriel esta mañana… porque la cama no estaba deshecha.

El silencio que siguió fue casi insoportable. El ambiente se volvió denso, cargado de una mezcla de incredulidad, sorpresa y una punzada de dolor que se reflejó en los ojos de Andrés. Sus labios se entreabrieron, pero no encontró palabras.

En ese instante, todo cobró sentido para él. La insinuación era clara: María había pasado la noche con Gabriel. No era una sospecha vaga ni un comentario ambiguo; la frase estaba impregnada de una certeza hiriente. Andrés sintió cómo un frío repentino le recorría el cuerpo, como si esa revelación le arrancara de golpe la poca estabilidad emocional que había logrado mantener.

Por un momento, ninguna palabra parecía adecuada para llenar el vacío que acababa de abrirse entre ellos. María lo observaba, sin apartar la vista, como si estuviera midiendo el efecto de su confesión. En su expresión no había arrepentimiento, sino una calma que, lejos de tranquilizar, resultaba inquietante.

Andrés, por su parte, trataba de procesar la magnitud de lo que acababa de escuchar. Las imágenes se agolpaban en su mente: las ausencias de María, la cercanía que ella había mostrado con Gabriel en las últimas semanas, las miradas que antes había querido ignorar. Todo encajaba de una manera dolorosa y definitiva.

La traición no estaba solo en el hecho en sí, sino en la forma en que se lo había soltado, sin rodeos, como si fuera una verdad que debía aceptarse y punto. Era más que un golpe a su orgullo; era un recordatorio cruel de que las lealtades podían romperse de la noche a la mañana.

María permanecía inmóvil, con esa postura erguida y autosuficiente que tantas veces había mostrado. Para ella, las relaciones parecían formar parte de un tablero de ajedrez, y cada movimiento estaba calculado para obtener una ventaja, aunque en el proceso alguien saliera herido.

Andrés sintió una mezcla amarga de ira y tristeza. Quería preguntarle por qué, quería exigirle explicaciones, pero intuía que cualquier respuesta que recibiera solo aumentaría su dolor. Además, había algo en la mirada de María que le decía que ella ya había tomado su decisión mucho antes de esa conversación.

Avance del próximo capítulo de Sueños de libertad: Marta le contará a  Andrés que está enamorada de Fina

El tiempo parecía haberse detenido. Los segundos se alargaban y el aire se volvía más denso con cada respiración. Andrés sabía que, tras esas palabras, nada volvería a ser igual entre ellos. El golpe había sido demasiado certero, y aunque intentara recomponerse, la herida estaba abierta y sangrando.

María, al ver que él no decía nada, decidió dar por cerrada la conversación. Dio un par de pasos hacia la puerta, y justo antes de salir, se volvió para mirarlo por última vez.

—Es hora de aceptar las cosas como son, Andrés —dijo con una voz serena, casi fría—. A veces, seguir adelante significa dejar atrás más de lo que quisiéramos.

Y con esas palabras, abandonó la habitación, dejando tras de sí un silencio ensordecedor y un Andrés sumido en una tormenta de emociones. La puerta se cerró con un leve clic, pero para él fue como un portazo definitivo a lo que alguna vez creyeron que compartían.

En el interior de Andrés quedaban flotando mil preguntas y ninguna respuesta satisfactoria. Sabía que, más allá del dolor inmediato, lo que acababa de suceder marcaría un antes y un después en su vida. Porque no era solo la pérdida de confianza en María, sino la constatación de que, en su mundo, los afectos podían cambiar de bando con la misma facilidad con que se mueve una pieza en un juego donde las reglas nunca están del todo claras.

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