El destino de Ziya: entre el filo de la verdad y el peso de la traición
El eco de los pasos de Ziya resonaba en el pasillo como un recordatorio constante de que cada segundo lo acercaba a una verdad que podía cambiarlo todo. Afuera, la noche se cernía sobre la ciudad, oscura y silenciosa, pero en su interior una tormenta rugía con más fuerza que cualquier viento. Había pasado demasiado tiempo observando, guardando silencio y aceptando medias verdades. Ahora, las piezas del rompecabezas parecían encajar de forma dolorosa y, aunque sabía que el camino por recorrer no estaba libre de espinas, no pensaba retroceder.
En la penumbra del salón, un grupo de personas conversaba en voz baja, intercambiando miradas rápidas que Ziya conocía bien: miradas que esconden algo. Al entrar, sintió cómo esas voces se apagaban de golpe, como si su presencia fuera una amenaza silenciosa. En su interior, algo se tensó. Esa reacción solo confirmaba lo que ya sospechaba: había un secreto, y él estaba peligrosamente cerca de descubrirlo.
Recordó las palabras de su padre, dichas años atrás, cuando aún confiaba ciegamente en quienes lo rodeaban: “La verdad es como un filo: te libera o te destruye, pero nunca te deja intacto”. Ahora, con el corazón acelerado, Ziya sentía que estaba a punto de comprobarlo en carne propia.
Mientras cruzaba la sala, sus ojos se posaron en Halit, su supuesto aliado, que evitaba mirarlo directamente. Ziya había confiado en él más de lo que debería, pero últimamente sus acciones hablaban de otra lealtad, una que no incluía protegerlo. Esa sospecha, alimentada por pequeños indicios, había crecido hasta convertirse en una certeza incómoda. Halit sabía algo.
—Necesito hablar contigo —dijo Ziya con una firmeza que no dejaba espacio a evasivas.
Halit tragó saliva, intentando mantener la compostura. El silencio que se extendió entre ambos fue tan denso que cualquiera que lo presenciara habría sentido el peso de las palabras no pronunciadas. Finalmente, Halit asintió y lo siguió hacia un rincón apartado.
—No sé de qué hablas, Ziya —murmuró, pero su voz temblaba lo suficiente como para delatarlo.
—Sabes perfectamente de qué hablo —respondió él, acercándose un paso más—. Y si no me lo dices tú, lo descubriré por mi cuenta.
La amenaza no estaba en su tono, sino en su mirada. Era la mirada de un hombre que ya no tenía nada que perder.
Sin obtener una respuesta clara, Ziya se dio media vuelta y salió del salón. La noche lo recibió con un aire frío que le heló la piel, pero también le aclaró las ideas. Iba a seguir las pistas, aunque lo llevaran a lugares de los que no pudiera regresar. Su instinto le decía que lo que estaba buscando no solo tenía que ver con él, sino con un juego de traiciones en el que varios ya habían caído.
Horas más tarde, frente a la vieja casa de su infancia, sintió un nudo en la garganta. Allí, entre esas paredes, habían nacido muchas de las mentiras que ahora trataba de desenmascarar. Al abrir la puerta, un olor a polvo y madera húmeda lo envolvió, junto con una sensación de déjà vu que lo descolocó.
Buscó entre cajones y cajas viejas, y entonces lo encontró: un sobre cerrado con su nombre escrito a mano. Sus dedos temblaron al abrirlo. Dentro, había una carta que revelaba más de lo que estaba preparado para leer. No solo confirmaba que había sido engañado durante años, sino que señalaba con claridad a las personas responsables… personas a las que había amado y protegido.
La rabia lo atravesó como un rayo. Todo cobraba sentido: las miradas esquivas, las conversaciones interrumpidas al entrar él, la sensación constante de estar fuera de un círculo de confianza.
Sin embargo, lo que más le dolió fue descubrir que no se trataba solo de un engaño hacia su persona, sino de una traición que había condenado a alguien inocente. Esa revelación no era solo un golpe a su orgullo, era una herida que difícilmente podría cicatrizar.
Mientras el amanecer teñía de naranja el cielo, Ziya se miró al espejo y juró que no descansaría hasta que cada responsable pagara por lo que había hecho. Ya no buscaba solo la verdad; buscaba justicia. Y aunque eso significara caminar por un sendero peligroso, estaba dispuesto a hacerlo.
Lo que no sabía era que, en las sombras, alguien más observaba cada uno de sus movimientos, esperando el momento exacto para detenerlo… o para destruirlo.
En el juego que estaba a punto de comenzar, la verdad sería un arma de doble filo, y Ziya tendría que aprender a manejarla antes de que lo cortara a él.