Don Pedro amenaza a José, el padre biológico de Cristina – Sueños de Libertad

¿Cuánto tiempo hace que no nos veíamos?

El destino, siempre caprichoso, decide que después de casi tres décadas de silencio, dos vidas que parecían destinadas a no cruzarse más vuelvan a encontrarse. La escena arranca con una pregunta cargada de asombro y melancolía: “¿Cuánto tiempo hace que no nos veíamos?” La respuesta llega como un golpe seco al corazón: “Veintiocho años.” Veintiocho años de distancia, de secretos guardados, de promesas rotas y de heridas que nunca llegaron a cerrarse del todo.

La mirada de quien responde no es la de un desconocido, pero tampoco la del amigo que un día fue. El tiempo ha dejado huella en sus rostros, pero la tensión que flota entre ellos es la misma que en aquel último encuentro. “¿Cómo ha dado conmigo?”, pregunta con una mezcla de incredulidad y temor. La respuesta es fría, calculada, con el eco de alguien que jamás se rinde: “Ya sabes que siempre consigo lo que me propongo.”

Juanjo Puigcorbé interpreta a Don Pedro, el padre de Mateo que amenaza con  revolucionarlo todo en Sueños de libertad

Pronto queda claro que este reencuentro no ha sido casual. “El recado que me dieron en la pensión no era suyo”, acusa el recién llegado. El otro asiente, sin perder la compostura: “Estaba seguro de que si te decía que era de mi parte no vendrías. En cambio, sabía que no te negarías si creías que venía de parte de Cristina.” El nombre de Cristina resuena como un eco doloroso, un puente con el pasado que ninguno de los dos ha logrado destruir del todo.

Entonces, llega la revelación que desnuda años de vigilancia silenciosa: “Me he enterado que todo este tiempo has estado trabajando como portero en la finca de los Ricarde.” El acusado se defiende con vehemencia: “Le juro por Dios que no he contado nada.” Sus palabras son sinceras, pero no logran borrar la desconfianza.

El otro, sin embargo, deja claro que su presencia no se debe solo a sospechas. “Pero no era eso lo que queríamos”, dice, con voz grave. “Me alejé de Irene como usted quería, pero no de la niña. No podía renunciar a ella también, no podía dejar de verla crecer, de verla convertirse en la mujer que es hoy.” Sus ojos se humedecen al recordar esos momentos robados, esas miradas que lo mantenían unido a su única razón para quedarse.

La respuesta que recibe es un mazazo al corazón: “Ya lo hiciste. Ya renunciaste. Y ahora ella se ha convertido en una adulta, y no hay ninguna razón para que sigas cerca de ella.” Cada palabra es un muro más que lo aparta de lo que ama. Pero él no se deja vencer tan fácilmente. “¿Cómo has dicho?”, responde, incrédulo. “No voy a irme y dejarlo todo atrás otra vez. No.”

La tensión alcanza su punto más alto. “Te vas a marchar de Toledo. Vas a hacer el equipaje y dejarás esa finca. Y, sobre todo, vas a desaparecer de la vida de mi sobrina para siempre. Está claro.” La amenaza es directa, sin espacio para la negociación. El tono deja claro que no se trata de una simple recomendación, sino de una orden definitiva.

Pero él, con el corazón ardiendo de orgullo y de amor, sabe que no puede cumplirla. “Y si me niego a hacerlo…”, deja la frase en el aire, como si esperara que el otro reconsiderara sus palabras. La respuesta, sin embargo, es aún más inquietante: “Tendré que convencerte de otra manera.”

La música de fondo se intensifica, marcando el peso del momento. Ya no se trata solo de un reencuentro cargado de recuerdos, sino de un pulso entre dos voluntades dispuestas a llegar hasta el final. Uno lucha por preservar un vínculo que le da sentido a su vida; el otro, por cortar de raíz cualquier contacto que considere una amenaza para su sobrina.

Ambos saben que esta conversación no termina aquí. La sombra de una confrontación mayor se cierne sobre ellos. Y mientras se miran fijamente, cada uno evalúa sus próximas jugadas. Él, el hombre que ha vivido casi tres décadas en silencio, no piensa ceder sin antes agotar todas las posibilidades. Y su adversario, que ha movido todas las piezas para orillarlo a esta situación, está dispuesto a usar cualquier recurso para que desaparezca.

Capítulo 274 de Sueños de libertad; 28 de marzo: Don Pedro le oculta a  Digna la verdad sobre la muerte de Jesús

En Sueños de Libertad, el pasado nunca se queda enterrado. Las decisiones que se tomaron hace años vuelven como fantasmas, reclamando un precio más alto del que nadie imaginó. Este reencuentro, marcado por el amor, la lealtad y la amenaza, abre un nuevo capítulo donde la verdad y la mentira caminarán de la mano, y donde cada paso puede ser el último.

Lo que nadie sospecha es que este enfrentamiento podría desencadenar una cadena de acontecimientos que pondrá en riesgo no solo la estabilidad de la familia, sino también secretos mucho más oscuros que ambos han guardado durante años. Porque en esta historia, cada silencio esconde una traición, y cada reencuentro, una batalla que apenas comienza.

En el próximo episodio, la lucha por permanecer o desaparecer de la vida de una mujer convertida ya en adulta pondrá a prueba hasta dónde son capaces de llegar por amor… o por control. Y tal vez, en ese pulso, alguien termine perdiendo mucho más de lo que estaba dispuesto a sacrificar.

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