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⚠️ Spoiler
El relato comienza con un tono cercano y confesional. La voz narradora explica que no se encuentra del todo bien, que el verano le ha pasado factura con tanto aire acondicionado y bebidas frías. Esa combinación, dice, terminó por provocarle un fuerte dolor de garganta hasta el punto de pasar la noche prácticamente en vela, sin poder respirar bien hacia las cuatro y media de la madrugada. Sin embargo, gracias a unos jarabes milagrosos de los que habla con alivio, logró recuperarse lo suficiente para estar nuevamente frente a su público. Subraya que, aunque esté resfriado o incluso de vacaciones, jamás deja de cumplir con su cita diaria, porque lo verdaderamente importante son ellos, sus “promisers”, a quienes considera como una familia.
Después de esa introducción íntima, el narrador pasa al asunto central: un gran secreto que Leocadia de Figueroa ha guardado durante años, y que ahora parece comenzar a desvelarse. Ese secreto no es otro que la verdadera identidad del padre de Ángela. La situación se describe con dramatismo: Leocadia se ha mantenido en silencio a pesar de las súplicas de su hija. Incluso cuando Ángela le ofreció marcharse de la Promesa —cumpliendo así el deseo de su madre de apartarla de allí—, Leocadia no cedió. El narrador plantea una cuestión fundamental: ¿qué clase de motivo puede ser tan poderoso como para mantener un silencio de hierro? Solo caben dos posibilidades: o el padre de Ángela es un noble de gran renombre, cuyo nombre no debe mancharse, o se trata de alguien del servicio, alguien a quien Leocadia jamás reconocería como su igual.
En este punto se introduce un nuevo elemento: Cristóbal Ballesteros, el mayordomo recién llegado a la Promesa. Se lo describe como un hombre misterioso, de carácter reservado, que guarda silencios tan profundos como los de la propia Leocadia. Sus maneras, su trato discreto y la forma en que se acerca a Ángela levantan sospechas. El narrador se pregunta si él podría ser en realidad el padre oculto de la muchacha. Hasta ahora nadie se lo había planteado, pero algunas pistas invitan a pensarlo: la cercanía con la joven, la manera protectora con la que se comporta, e incluso ciertos gestos que lo muestran cuidando a los más vulnerables de la casa. Todo parece apuntar a que Ballesteros esconde un pasado íntimamente ligado a Leocadia y a su hija.
Sin embargo, no es el único candidato. Otro nombre que surge es Lorenzo de la Mata, apodado “el capitán Garrapata”. Su relación con Leocadia en el pasado es un hecho conocido, lo que lo convierte en sospechoso natural. No obstante, la falta de afecto hacia Ángela despierta dudas. Si realmente fuera su hija, se esperaría una actitud más cálida. En lugar de eso, Lorenzo siempre se ha mostrado distante, frío, e incluso despreciativo con ella. Este detalle recuerda otros momentos de la historia, como cuando el marqués trataba con cariño especial a su sobrino Alonso sin saber que era su propio hijo, movido únicamente por la fuerza de la sangre. Con Ángela y Lorenzo ocurre lo contrario: la ausencia de esa conexión visceral hace que muchos lo descarten como posible padre. Para el narrador, lo más razonable es dejarlo en la cárcel y apartarlo de la ecuación.
Luego aparece en escena una teoría más oscura y perturbadora: la posibilidad de que el padre de Ángela sea don Juan Izquierdo, el monstruoso progenitor de doña Cruz. Este hombre, recordado como un ser despreciable, violento y abusador, marcó para siempre la vida de varias mujeres, entre ellas Pía. El narrador se pregunta si Leocadia también pudo ser una de sus víctimas o, en otro escenario, una de sus amantes. Si esa hipótesis se confirmara, todo encajaría: Cruz habría tenido motivos para ordenar a Rómulo acabar con Leocadia, intentando así evitar un escándalo de grandes dimensiones. Pero el mayordomo, en lugar de matarla, le permitió escapar con la promesa de no regresar jamás. Una promesa que Leocadia rompió dos décadas después, volviendo al palacio cargada de resentimiento y con ansias de venganza. Si Ángela fuera hija de don Juan, no sería descabellado pensar que esa fue la razón principal por la que Cruz intentó eliminar a Leocadia.
Pese a lo macabro de esa opción, hay todavía otra alternativa que entra en juego: don Lisandro, duque de Carvajal y Cifuentes. Su cercanía con el rey y su capacidad de influir en las decisiones del reino lo convierten en un personaje poderoso. Se recuerda que acudió a la Promesa cuando Leocadia se lo pidió, lo que demuestra la influencia que ella tenía sobre él. Esa relación privilegiada podría esconder un vínculo mucho más personal. Aunque en su visita no mostró una cercanía especial con Ángela, el simple hecho de que Lisandro sea un noble tan influyente lo coloca como un posible padre. Reconocerlo, sin embargo, supondría un escándalo de dimensiones colosales.
El narrador insiste en que el silencio de Leocadia no es gratuito: revelar la verdad sería devastador, ya sea porque implicaría a un noble poderoso o porque dejaría al descubierto que el padre era alguien del servicio. Cada vez que Ángela insiste en conocer su origen, su madre responde con un muro infranqueable, una negativa que intensifica el misterio. En la Promesa, recuerda el narrador, nada ocurre por casualidad: cada secreto, cada silencio, cada mirada tiene un propósito, y tarde o temprano acaba explotando.
Con la llegada de los avances semanales, promete que se descubrirá más sobre la relación entre Leocadia y Ballesteros. Esa conexión parece ser la clave que podría confirmar que él es el verdadero padre de Ángela. Si se confirma, todo el rompecabezas de la historia tendría sentido. Y si no lo es, necesariamente deberá salir a la luz otra verdad oscura que Leocadia intenta ocultar. El narrador describe a la mujer como alguien que ha irrumpido en la Promesa como un elefante en una cacharrería, causando ruido y desorden, pero también trayendo consigo secretos que no quiere que nadie descubra.
El destino de la trama parece depender de este misterio: la identidad del padre de Ángela no es solo un detalle biográfico, sino la pieza central que puede alterar todas las relaciones de poder dentro de la Promesa. Sea quien sea —noble o sirviente, monstruo o amante—, el secreto terminará por salir a la luz y marcará el rumbo de todos los personajes. La historia avanza hacia un clímax en el que la verdad será revelada, y cuando eso ocurra, el equilibrio del palacio cambiará para siempre.
Finalmente, el narrador se despide con cariño, como es habitual, recordando que pronto compartirá más adelantos sobre lo que se verá en el próximo capítulo. Con un tono afectuoso, promete emociones intensas, giros inesperados y secretos que por fin verán la luz.
