No, no, no, no, no, no. No vuelvas a ponerme en duda la honestidad de don Pedro

La tensión en la fábrica alcanza un punto sin retorno en una escena cargada de secretos, confrontaciones y acusaciones que ponen en jaque las lealtades más profundas. Lo que comienza como una visita rutinaria de Begoña a la oficina de Andrés pronto se convierte en un campo de batalla emocional donde la verdad más oscura sale a la luz. El ambiente, ya de por sí cargado por la enfermedad y la incertidumbre, se transforma en un auténtico polvorín cuando Joaquín hace su entrada.

La escena arranca con un gesto cotidiano: Begoña lleva consigo una lista actualizada de los trabajadores enfermos, un documento que no es solo un registro, sino también el reflejo del dolor, la angustia y la devastación que se están apoderando de la fábrica. Consciente de que don Pedro necesita estar informado, Begoña se lo entrega a Andrés, esperando que al menos la administración dé señales de humanidad. La lista cada vez más extensa es como una herida abierta, imposible de ignorar, que recuerda a todos la gravedad de lo que está ocurriendo.

Pero la aparente calma se rompe de golpe cuando Joaquín entra en la oficina. Su presencia no es casual ni amistosa: llega con una intención clara, la de destapar lo que se ha mantenido oculto demasiado tiempo. El aire se espesa, la tensión se hace tangible y lo que parecía una conversación más sobre la crisis sanitaria se convierte en un duelo verbal que amenaza con acabar en tragedia.

Begoña, al percibir la creciente tensión, trata de retirarse. No quiere estar en medio de lo que ya parece una confrontación inevitable. Sin embargo, Joaquín la detiene con firmeza. Su insistencia en que permanezca es reveladora: sabe que lo que está a punto de confesar no solo afectará a Andrés, sino también a ella, a todos los trabajadores y, en definitiva, al destino de la fábrica.

El choque estalla sin preámbulos. Joaquín, cansado de medias verdades, acusa a Andrés de forma directa y brutal. El motivo de los trabajadores enfermos no es la fatalidad ni un accidente imprevisible, sino una trama de engaños en la que la familia Carpena tiene responsabilidad directa. El golpe de la revelación cae como un martillo: en lugar de contratar a un técnico en riesgos laborales, la familia había puesto al frente a un impostor. Ese hombre, presentado como experto en seguridad, no era más que un detective, un tal Amador Rojas, cuya verdadera misión era espiar a don Pedro en medio de una guerra de poder familiar.

Las palabras de Joaquín son dinamita. La verdad sale a la superficie: por culpa de esta maniobra, la inspección anual de seguridad nunca se llevó a cabo. Lo que significaba que los trabajadores estuvieron expuestos, sin ninguna protección, durante todo este tiempo. Los casos de enfermedad, las muertes, las vidas arruinadas, todo era consecuencia directa de esta traición.

Andrés, acorralado contra la pared, intenta defenderse. En su voz se percibe la desesperación de quien sabe que las pruebas son irrebatibles. Trata de desviar la culpa hacia su padre, alegando que nunca fue idea suya. Insinúa que él mismo fue una víctima de la obsesión de los Carpena por mantener el poder y que solo actuó siguiendo órdenes. Sin embargo, su argumento se tambalea desde el inicio. Joaquín no le concede ni un respiro. Con frialdad y rabia contenida, lo acusa de ser cómplice, de haber aceptado conscientemente el juego sucio y, sobre todo, de haber acompañado personalmente al supuesto técnico en su visita a la fábrica.

La acusación es devastadora porque expone lo que Andrés quería ocultar: que no fue un simple espectador, sino un actor activo en la farsa. Al guiar al detective por las instalaciones, selló su complicidad y dejó a los trabajadores indefensos frente a un peligro mortal. Joaquín lo enfrenta con una dureza que no admite réplica. Para él, todo lo ocurrido es la consecuencia directa de la obsesión de la familia Carpena por conservar su poder y su prestigio, incluso a costa de la salud y la vida de quienes dependen de ellos.

En medio del enfrentamiento, Begoña apenas puede procesar lo que escucha. Su rostro refleja la mezcla de horror, impotencia y rabia. Durante meses ha sido testigo del sufrimiento de los trabajadores, ha sentido en carne propia la desesperación de quienes lo han perdido todo, y ahora descubre que detrás de tanto dolor no había solo negligencia, sino una decisión consciente, una estrategia fría y calculada.

El momento se vuelve insoportable cuando Joaquín, con un tono cargado de desprecio, sentencia las palabras más duras que Andrés podía escuchar. Le dice que ha cruzado todos los límites, que su silencio y sus actos lo hacen tan culpable como cualquiera de los responsables, y que sus manos están manchadas con la desgracia de decenas de familias. Lo que alguna vez pudo haber sido respeto o amistad se rompe en mil pedazos en ese instante.

La escena culmina en una conclusión demoledora. Joaquín, incapaz de seguir viéndolo como el hombre que conocía, declara que ya no lo reconoce. La confianza se ha quebrado para siempre. Andrés queda reducido a una sombra de lo que fue, un heredero marcado por la culpa y la traición, incapaz de limpiar su nombre o recuperar el vínculo perdido.

Este enfrentamiento no solo expone el secreto más oscuro de la fábrica, sino que redefine el futuro de todos. La verdad revelada no puede deshacerse y sus consecuencias marcarán un antes y un después en la historia de la familia Carpena y de los trabajadores que han sufrido bajo su mando. A partir de este momento, nada volverá a ser igual: la fábrica, la amistad y la confianza han quedado heridas de muerte.