MARTA AND FINA – Sueños de Libertad 380 (Marta, Te pasa algo?

Bien, ¿te pasa algo? Marta, entre tensiones, sospechas y confidencias ocultas

La escena se abre con un aire cargado de incertidumbre. Marta entra en la casa con paso sereno, aunque en su mirada ya se percibe un cansancio que va más allá de lo físico. Dentro se encuentra con Pelayo y María. El ambiente parece relajado, pero en realidad esconde un trasfondo de preocupaciones y secretos que pronto saldrán a la luz. María, siempre con su tono cálido y conciliador, rompe el silencio con un saludo amistoso: “Hola, Marta”. Ella responde de manera cortés, aunque un tanto distante, con un “buenos días”. Pelayo, que intenta mantener la compostura, también la saluda y, para disipar cualquier tensión, le pregunta cómo va la mañana. Marta, sin detenerse demasiado en protocolos, responde con brevedad: todo va bien. Sin embargo, María, perceptiva como siempre, nota enseguida que esas palabras no se corresponden con lo que reflejan sus ojos ni con el peso de su voz.

Intrigada, María decide ahondar un poco más y le pregunta con suavidad si le ocurre algo. La reacción de Marta no tarda en llegar, y con un suspiro profundo admite que no se trata solo de los problemas habituales de la fábrica. La joven deja entrever que últimamente su vida no ha sido otra cosa que una sucesión de incendios que apagar, problemas que aparecen uno tras otro y que no le dejan tregua. En sus palabras hay un tono de frustración, pero también de vulnerabilidad. A ello se suma un asunto que la tiene especialmente inquieta: la enfermedad que afecta a los trabajadores. Esa preocupación, más humana que empresarial, resuena con fuerza en la conversación.

Petra se enfrenta a Marta antes de irse: "¡Solo quiere proteger a Fina y  por algo será!"

María, que entiende perfectamente la carga emocional de Marta, responde con empatía. Reconoce lo difícil que debe ser estar en su lugar y cómo ese cúmulo de responsabilidades puede desgastar incluso a la persona más fuerte. Mientras tanto, Pelayo —que no pierde ocasión de mostrarse cercano y conciliador— interviene con palabras de ánimo. Con voz firme le asegura a Marta que ella y su equipo, como siempre, encontrarán la manera de resolver cada obstáculo. Sus frases buscan transmitir seguridad, aunque su serenidad resulta un tanto forzada, quizá porque en su interior sabe que las cosas no están tan bajo control como aparenta.

El intercambio de palabras deja un eco de desasosiego. María, percibiendo la tensión acumulada, decide proponer un cambio de escenario. Con una sonrisa suave, sugiere salir al jardín para tomar aire fresco. Su invitación no es solo una cortesía; es un gesto de apoyo, una manera de decirle a Marta que a veces un respiro es necesario en medio de tanta tormenta. Sin embargo, Marta declina amablemente. Dice que prefiere quedarse dentro y tomar una tisana. Su respuesta es reveladora: más que aire fresco, lo que necesita es un momento de calma en un entorno controlado, lejos de miradas curiosas o conversaciones que la obliguen a dar más explicaciones de las que puede soportar en ese instante.

María no insiste. La comprende y la respeta. Con voz tranquilizadora, le recuerda que las rachas, sean buenas o malas, siempre pasan. Esa frase, sencilla pero cargada de sabiduría, se convierte en un bálsamo para Marta, aunque el alivio sea momentáneo. Finalmente, María llama a Olga, su fiel acompañante. La joven aparece con rapidez y, con la misma discreción de siempre, se coloca detrás de la silla de ruedas para llevar a María al jardín. El movimiento es pausado, casi solemne, y marca el cierre de esta interacción dentro de la casa.

La escena, aparentemente sencilla, refleja un mundo de emociones subterráneas. Marta está agotada, atrapada en un torbellino de responsabilidades y preocupaciones que la superan. Se siente sola en su lucha, aunque cuenta con la comprensión y el apoyo de María. Pelayo, por su parte, intenta mostrarse como un aliado, pero sus verdaderas intenciones permanecen en la sombra. Su serenidad impostada revela que oculta más de lo que dice, y ese doble juego no pasa desapercibido para el espectador atento.

Lo que parece una conversación cotidiana entre tres personajes se convierte en una ventana a la fragilidad humana. Marta, con su carácter fuerte, se muestra vulnerable por primera vez en mucho tiempo. María, símbolo de empatía, actúa como una figura de apoyo que ofrece consejo sin imponer nada. Y Pelayo, siempre ambiguo, añade a la escena una tensión subyacente, pues su presencia deja la sensación de que algo no está del todo claro.

En el trasfondo, la enfermedad de los trabajadores funciona como una metáfora de lo que ocurre en la propia casa: una estructura aparentemente sólida que empieza a resquebrajarse. Marta sabe que no puede bajar la guardia, pero su rostro la traiciona, dejando entrever el miedo y la desesperación que siente al no tener todas las respuestas. María, consciente de esa carga, intenta aliviarla con palabras de aliento, recordándole que la adversidad no es eterna. Sin embargo, también entiende que el dolor de Marta no se disipa con frases bonitas, sino que es fruto de una batalla interna que solo ella puede enfrentar.

La tensión se acrecienta cuando María se marcha al jardín con Olga. El silencio que queda en la estancia parece hablar más que las palabras. Marta, aunque agradecida por el apoyo, se queda con la sensación de que los problemas no hacen más que multiplicarse. Pelayo, en cambio, aprovecha ese instante para recuperar su calma, ocultando bajo una máscara de serenidad los pensamientos que lo inquietan.

Avance del capítulo 9 de 'Sueños de libertad': Petra quiere quitarle el  sitio a Fina

Este momento es clave porque anticipa lo que está por venir. Marta tendrá que enfrentarse no solo a la crisis de la fábrica y a la incertidumbre por la salud de los trabajadores, sino también a la desconfianza y a los secretos que se esconden en su propio entorno. María seguirá siendo un pilar, pero su propia fragilidad física la limita, obligándola a apoyar desde la palabra más que desde la acción. Y Pelayo, cuya lealtad se tambalea entre intereses ocultos, seguirá moviéndose en esa línea peligrosa entre el aliado y el traidor.

En definitiva, la escena no solo retrata un simple encuentro en una casa. Es un retrato de la lucha constante entre la fuerza y la vulnerabilidad, entre las apariencias y la verdad, entre la necesidad de apoyo y el miedo a mostrar debilidad. Marta, María y Pelayo representan tres caras de una misma realidad: la del ser humano enfrentado a las pruebas más duras, donde cada gesto, cada palabra y cada silencio esconde un significado más profundo de lo que parece.

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