Ah, le pongo su perfume. Intrigas, desapariciones y secretos que sacuden la calma de Toledo
Las próximas escenas nos arrastran a un torbellino de emociones, donde los pequeños detalles cotidianos esconden grandes revelaciones y donde cada gesto parece cargar con un peso dramático imposible de ignorar. Todo comienza de manera aparentemente trivial, con un simple gesto de amabilidad: Marta, atenta como siempre, se dispone a rociar un perfume. El ambiente, sin embargo, pronto cambia de tono. Entra en escena una conversación con Marta, que es recibida con la cordialidad acostumbrada, pero a los pocos segundos la tensión asoma con fuerza.
La primera señal de que algo no marcha bien surge cuando se menciona la falta de suministros de jabón. En una fábrica donde el jabón no es solo producto, sino símbolo de sustento, esta carencia amenaza con convertirse en un verdadero problema. Las encargadas se ven en apuros: no pueden responder a las exigencias de las tiendas, y las reformas necesarias parecen inevitables. Sin embargo, lo que más preocupa a Marta no es solo el negocio, sino algo mucho más íntimo y personal.
El ambiente se enrarece cuando se revela que una trabajadora ha desaparecido sin avisar a sus compañeras. Marta, con la serenidad que suele mostrar, confirma lo que todas temían: su compañera se ha marchado sin despedirse. Las reacciones oscilan entre incredulidad y desconcierto. Nadie entiende cómo ha podido tomar una decisión tan drástica, ni por qué ha guardado silencio al respecto.

Entonces estalla la bomba: Marta revela que todo está relacionado con una fuga de prisión. El nombre de Santiago Ojeda resuena como un trueno en la sala. Este hombre, que en su momento trabajó como comercial para la fábrica, carga con un oscuro historial. Su obsesión por Fina lo llevó a traspasar los límites de lo tolerable: ante la negativa de ella a corresponderle, no dudó en agredirla e incluso en presentar una falsa denuncia que empañó aún más su reputación. Este episodio doloroso dejó cicatrices profundas en la vida de Fina, cicatrices que, por respeto a su intimidad, apenas habían salido a la luz entre sus compañeras.
El relato de Marta hiela la sangre: Santiago, tras haber estado encarcelado, ha logrado fugarse aprovechando un permiso que se le concedió para asistir a un funeral. El miedo, comprensible, llevó a Fina a tomar una decisión desesperada: huir de Toledo y refugiarse en un lugar seguro, lejos de la sombra amenazante de su antiguo acosador. Marta, protectora y comprensiva, aconsejó a la joven que se marchara. El destino elegido fue París, donde contaba con amistades dispuestas a tenderle una mano.
La noticia sacude a todas. París suena lejano, casi inalcanzable, y la idea de que Fina haya tenido que cruzar fronteras por miedo causa un vacío doloroso. Ester, que trabajó en la fábrica antes de instalarse en Francia, aparece como el único vínculo tangible que podría confirmar el paradero y la seguridad de Fina. Marta promete que, en cuanto la joven se instale, dará señales de vida. Entre tanto, la Guardia Civil se moviliza, y todas confían en que el fugitivo será capturado pronto para que Fina pueda regresar.
En medio de este clima de preocupación, las trabajadoras insisten en que si Marta logra comunicarse con Fina, le transmita cuánto la extrañan y lo mucho que desean su regreso. La lealtad del grupo y el afecto genuino hacia su compañera se hacen palpables, reforzando la idea de que la fábrica no es solo un lugar de trabajo, sino una verdadera familia.
La tensión se traslada después a la intimidad del hogar de Marta. La vemos sola, abatida, con la mente perdida en pensamientos oscuros. La entrada de Andrés rompe el silencio. Su instinto le permite percibir la inquietud de Marta, y con ternura se acerca para reconfortarla. La primera reacción de Marta es disimular, lanzando un comentario ligero sobre los hábitos de bebida de Andrés. Sin embargo, la fachada no dura demasiado. Pronto admite que la fábrica la preocupa, aunque en realidad su mente está atrapada en la angustia por Fina.
Andrés intenta reconducir la conversación hacia lo práctico: la necesidad de seguir produciendo jabón, la urgencia de buscar soluciones tras el cierre de la planta de saponificación, los riesgos de que la fábrica entre en una crisis. Marta responde con ironía y cierta evasión, dejando claro que su espíritu está demasiado cargado para pensar con frialdad en el negocio. Andrés percibe la contradicción y, con paciencia, la anima a confiar en él. Recuerda con ternura que desde niños siempre fue su “caballero”, aquel que espantaba sus miedos. Marta sonríe, lo llama cariñosamente “Mico”, revelando la complicidad y confianza que los une desde hace años.
La conversación se torna más grave cuando Marta por fin confiesa lo que la atormenta: la marcha repentina de Fina. Andrés se sorprende, pregunta los motivos y escucha con creciente preocupación el relato de la fuga de Santiago Ojeda. Se estremece ante la idea de que Fina haya tenido que huir casi a escondidas, presa del miedo. Su primer impulso es ofrecerse a intervenir directamente, a mover hilos para protegerla, pero Marta lo detiene con firmeza. Explica que el sargento encargado del caso prometió mantenerla al tanto y que no pueden hacer más que esperar.
El momento íntimo entre ambos se ve abruptamente interrumpido por la llegada de Pelayo, que trae un recado urgente: hay una llamada de la fábrica. Andrés, con frustración contenida, se levanta para atender el deber, prometiendo a Marta que retomarán la conversación más tarde. La escena subraya el choque constante entre lo personal y lo profesional, entre las obligaciones que no dan tregua y las emociones que claman por ser atendidas.

Paralelamente, la tensión se desplaza hacia otro frente: las estrategias ocultas que se manejan tras bambalinas. Pelayo recibe el agradecimiento de alguien cercano por haber salido en su defensa ante su padre, cuando este último propuso recurrir a Ángel Ruiz. La mención de este hombre enciende las alarmas: sabe demasiado y representaría un riesgo imposible de correr. La decisión de contratar a un detective privado demuestra hasta qué punto la situación está impregnada de secretos y peligros. La promesa de confianza mutua cierra este momento, revelando que la trama se mueve en varios niveles a la vez: lo sentimental, lo empresarial y lo conspirativo.
En conclusión, este episodio no solo retrata la huida desesperada de Fina y el temor generalizado que provoca la sombra de Santiago Ojeda, sino que también muestra el enorme peso emocional que soporta Marta. Su papel como líder, amiga y protectora la coloca en el centro de un huracán de responsabilidades, donde debe equilibrar el futuro de la fábrica con el bienestar de quienes la rodean. Andrés aparece como un refugio emocional, pero incluso su presencia se ve amenazada por los constantes deberes laborales. La historia deja en claro que, aunque el peligro de Ojeda parece externo, lo cierto es que cada personaje enfrenta su propia batalla interna, marcada por el miedo, la lealtad y la incertidumbre de un futuro que se tambalea entre la esperanza y el peligro.