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El relato comienza con un reconocimiento inesperado: Curro de la Mata ha recibido el agradecimiento del propio Ejército español, un gesto que sorprende incluso al mismo joven. Con valentía, se atrevió a señalar al que parecía intocable, el capitán Lorenzo de la Mata, conocido por muchos como el “capitán garrapata”, un hombre que durante demasiado tiempo había actuado al margen de la ley, aprovechándose de su posición de poder.
Este episodio abre un debate mayor: si el Ejército y, por extensión, el Estado, reconocen que están en deuda con Curro, ¿no sería justo que también le devolvieran aquello que una vez le arrebataron? Su nombre, su título, su linaje y, sobre todo, su honor. La justicia, aunque a veces tarde en llegar, puede tener un efecto reparador que borra las heridas del pasado.
En esta reflexión se pone de manifiesto la pregunta clave: ¿estamos ante el momento de redención definitiva de Curro? Su historia ha sido una montaña rusa de caídas y levantamientos, de humillaciones y de pequeñas victorias. Ahora, tras haber puesto en evidencia al capitán, podría abrirse el camino hacia la recuperación de lo perdido.

Durante mucho tiempo, Curro fue reconocido como barón de Linaja, título que heredó gracias a la renuncia de su primo Manuel, un gesto generoso que lo colocó de inmediato en la esfera de la nobleza. Sin embargo, este reconocimiento no duró demasiado. Todo se vino abajo cuando salió a la luz la verdad sobre su nacimiento: era hijo ilegítimo, fruto de la relación clandestina entre su madre, Dolores, y don Alonso de Luján, el marqués. Ese secreto, cuidadosamente ocultado durante años, lo condenó de un golpe al repudio y a la humillación.
La reacción fue inmediata y cruel. El propio rey Alfonso XI intervino, despojándolo de su título y obligando al marqués a repudiarlo públicamente. En cuestión de días, Curro pasó de ser tratado como un noble respetado a un bastardo repudiado. La caída fue dura, humillante y brutal. Y como si fuera poco, se vio obligado a permanecer en La Promesa ya no como señorito, sino como un simple lacayo. Fue un descenso en toda regla: de la cúspide al suelo en apenas un suspiro.
Esa herida aún lo acompaña. Sin embargo, el destino le ofrece ahora una nueva oportunidad. Su valentía al denunciar al capitán garrapata ha cambiado la percepción de muchos. Arriesgó su vida al enfrentarse a quien había actuado como su padre durante años. Puso en palabras lo que otros callaban, y ese gesto no pasó desapercibido.
El coronel Fuentes lo reconoció personalmente, asegurándole que “el Ejército español está en deuda contigo”. Y, si el Ejército se lo debe, en última instancia, también lo hace el Estado, cuyo jefe supremo es el rey. Aquí es donde aparece la gran incógnita: ¿podría esta deuda transformarse en justicia real? ¿Podría el monarca reconsiderar la orden que lo desterró de la nobleza y devolverle el título de barón de Linaja?
Curro se lo ha ganado con creces, no solo por derecho de sangre, sino por la entereza con la que se ha enfrentado al peligro. Sería una reivindicación poderosa: aquello que la nobleza le arrebató con desprecio podría devolvérselo el Estado en nombre de la justicia y de la verdad.
Pero la historia no está exenta de obstáculos. En La Promesa nunca faltan las sombras que conspiran en silencio. Y aquí surge un nombre clave: doña Leocadia de Figueroa. Muchos sospechan que fue ella quien, moviendo hilos en secreto, aceleró la caída de Curro. ¿Por qué? Porque con él fuera del mapa, su hija Ángela tenía vía libre para abrirse camino y marcharse a estudiar al extranjero, algo que siempre deseó.
Leocadia ha demostrado ser una estratega silenciosa, una manipuladora experta que rara vez actúa a plena vista. Cada vez que parece desaparecer, en realidad está urdiendo planes desde las sombras. Y si Curro recuperara su estatus, toda su estrategia se derrumbaría como un castillo de naipes. La pregunta es clara: ¿permitirá Leocadia que el joven al que tanto odia renazca de sus cenizas? ¿O volverá a aliarse con personajes oscuros como el duque de Carvajal y Cifuentes para hundirlo una vez más?
Lo cierto es que con ella nunca hay casualidades. Todo movimiento está calculado, y siempre busca tener la última palabra.
Mientras tanto, la situación de Curro representa un ejemplo de resiliencia. Ha perdido todo: nombre, título, posición social y orgullo. Fue humillado y reducido a la nada. Pero ahora, con un solo gesto de valentía, ha ganado algo mucho más grande: el respeto del Ejército y del Estado. Ese reconocimiento no es menor. Puede ser la llave que abra la puerta a su redención definitiva.
El destino, en este punto, vuelve a colocar las piezas sobre la mesa. ¿Será el rey Alfonso XI capaz de reparar la injusticia cometida y devolverle a Curro el título que se le arrebató? ¿Veremos renacer al barón de Linaja de entre las cenizas de su propia desgracia?
La lógica y la justicia dicen que sí. Si a personajes como Adriano se les otorgó el título de conde de Campos y Luján por salvar la vida de un duque, ¿por qué no restituir a Curro lo que siempre le correspondió por derecho y por honor?
El simbolismo de este posible regreso es enorme: no se trataría solo de devolver un título nobiliario, sino de restaurar el honor de un joven que nunca se rindió, que supo enfrentar al poder y denunciar la corrupción, aunque eso le costara su tranquilidad y su seguridad.
Pero en La Promesa nada está asegurado. El juego de poder, las alianzas secretas y los odios ocultos siguen siendo una amenaza constante. Y la figura de Leocadia, siempre al acecho, podría convertirse en la mayor piedra en el camino de Curro.
De cualquier manera, lo que ha logrado hasta ahora es un triunfo enorme. Ha transformado el desprecio en respeto, la humillación en reconocimiento. Y aunque el camino hacia la restitución total aún es incierto, el simple hecho de que se plantee esa posibilidad ya demuestra que su lucha no ha sido en vano.
Curro es la prueba viviente de que, incluso en las circunstancias más oscuras, siempre hay una oportunidad para levantarse. Y si el destino le sonríe, podría recuperar no solo un título, sino también la dignidad y el lugar que le fueron arrebatados.
El tiempo dirá si la justicia se impondrá definitivamente. Por ahora, lo cierto es que el joven que fue repudiado por su origen ilegítimo se ha convertido en un símbolo de valor y esperanza, alguien que con un solo acto ha puesto en jaque a todo un sistema corrupto.