⚠️ Spoiler: Nuevas heridas en La Promesa ⚠️
Título: “El silencio duele más que mil palabras”
La tensión vuelve a apoderarse de La Promesa en un episodio donde el dolor emocional supera incluso las palabras más duras. La inesperada presencia de Pelayo en la residencia genera una atmósfera cargada desde el primer minuto. Marta, aún afectada por lo sucedido en el aeropuerto, se muestra sorprendida al verlo en casa. Creía que, tras la cancelación del viaje, él se encontraría ocupado con múltiples asuntos de trabajo. Sin embargo, Pelayo decide quedarse y atender sus gestiones desde casa, con la clara intención de no alejarse de ella tan fácilmente.
Marta no puede evitar expresar su tristeza por la suspensión del viaje. Sabía que no podría viajar, pero albergaba la esperanza de disfrutar al menos de las historias, las fotos, y los recuerdos que traerían de regreso. Londres, dice, siempre estará ahí, pero también recuerda que la vida puede cambiar en cualquier momento, sin previo aviso. Pelayo asiente con una amarga resignación: él también creía en las segundas oportunidades, en los momentos robados al destino. Sin embargo, reconoce que las circunstancias, y sobre todo la familia en la que le tocó vivir, lo han convertido en un prisionero más de ese entorno rígido e implacable.
Mientras Marta se retira a su habitación, guiada por Pelayo, ambos intercambian palabras cargadas de segundas intenciones. Ella le recuerda que Marta —la otra Marta, la de las decisiones firmes y los valores férreos— sigue siendo la misma mujer llena de defectos, pero también de virtudes. Pelayo sonríe con cierta nostalgia, reconociendo esas virtudes que tanto admiró. Le propone que un día hablen con calma, como dos personas que aún se deben muchas verdades. Marta asiente, aunque ambos saben que ese día no llegará pronto. Por ahora, las prioridades pesan más que el pasado.
Luego del breve y tenso encuentro, Marta se retira a atender sus obligaciones, mientras Pelayo se prepara para realizar unas llamadas importantes desde la galería. Pero no está solo. En ese mismo espacio, se encuentra con una mujer que no está dispuesta a seguir ignorando lo que ambos sienten. Ella lo acusa, con palabras entrecortadas pero firmes, de distanciarse, de evitarla deliberadamente. Desde que regresaron del aeropuerto, apenas le ha dirigido la palabra. Ni siquiera alcanzaron a salir del pueblo antes de que él decidiera regresar, y desde entonces, su actitud ha sido fría y distante.
Ella le reclama su ausencia emocional. Le duele verlo volver tarde, esperando que ella ya esté dormida para no tener que enfrentarse. Le duele más que ni siquiera intente comprenderla. Aclara que su decisión de cancelar el viaje no fue producto de una duda de último momento. Fue algo meditado, un acto doloroso que tomó con plena conciencia.
Pelayo escucha en silencio, asumiendo la carga de sus palabras. Él también está herido. Confiesa que es doloroso imaginar un futuro con alguien, proyectar una vida, y ver cómo ese plan se desvanece de repente. Le recuerda que aún cuenta con el apoyo del gobernador civil, un respaldo importante para su candidatura política, pero también reconoce que eso no es suficiente. Él soñaba con formar una familia, con tener algo más que una buena imagen pública. Sí, es cierto que ese vínculo con ella le habría servido para conquistar a los sectores más conservadores, pero en el fondo, su deseo era sincero. Ahora, sin ese proyecto en común, sabe que parte de su fuerza política se diluye, y lo acepta con resignación.
La mujer se muestra conmovida. Le asegura que lo siente, de verdad. No fue su intención hundir sus planes ni causarle más sufrimiento. Él, en cambio, intenta convencerse de que logrará superarlo, como lo ha hecho en otras ocasiones. Han tenido muchas discusiones, enfrentamientos intensos, pero siempre encontraron la manera de solucionarlo todo. Cree que eso se debe a la confianza y franqueza que siempre caracterizaron su relación. También al cariño y al respeto que se tienen mutuamente.
Pelayo le pregunta si ella aún confía en ese vínculo. Ella responde con convicción: claro que sí. Pero él le pide algo a cambio, algo vital para poder seguir adelante: tiempo. Necesita espacio para procesar todo lo que ha ocurrido. Necesita comprender qué lugar ocupa ella ahora en su vida y si realmente puede reconstruirse algo después de tanto dolor.
La música, suave y melancólica, acompaña este intercambio que marca un antes y un después en su relación. Ambos quedan sumidos en un mar de dudas, de emociones no resueltas, de palabras no dichas que aún laten con fuerza. En La Promesa, el silencio se convierte en el verdadero protagonista. Un silencio que grita lo que ninguno se atreve a decir en voz alta.