Begoña se apiada del ladrón que la atacó y se plantea retirar la denuncia – Sueños de Libertad

Spoiler: Un ladrón con razones, un sistema sin compasión

La situación avanza con rapidez en la colonia. La identificación que Begoña proporcionó ha sido clave para dar con el responsable del robo en el dispensario. La Guardia Civil ha sido eficaz, y ahora solo falta un paso más: quieren que Begoña acuda al cuartel a identificar personalmente al sospechoso.

Por supuesto, iré cuando me den el alta, responde ella con serenidad. La doctora, sin embargo, le insiste en que no debe hacer ningún esfuerzo, que lo importante es su recuperación. Pero Begoña parece decidida y agradece que al menos el culpable ya esté bajo custodia.

Aunque todos esperaban que se tratara de un acto puramente criminal, pronto se revela algo inesperado. El detenido no robó por codicia. De hecho, ni siquiera ha tocado el dinero. Lo que realmente motivó el robo fue la desesperación de un padre: su hija sufre una grave enfermedad pulmonar y él no puede costear el tratamiento.

La noticia deja a todos en silencio. Begoña, conmovida, cambia radicalmente su percepción del ladrón. Ahora puede comprender el motivo detrás de aquel acto desesperado. “Yo, en su lugar, habría hecho lo mismo”, admite con honestidad. Asalta el dispensario o lo que fuera necesario. A pesar de todo, reconoce que el hombre no tenía intención de agredirla, aunque terminó haciéndolo.

Gabriel, atento a los detalles, lanza una pregunta que cambiará el rumbo de la conversación:
¿Sabes si ese tal Diosdado tiene alguna conexión con la fábrica?
Begoña, tras pensarlo, recuerda algo. Ese apellido le resulta familiar. Pronto todos coinciden: Sandra Diosdado trabajaba en la sección de saponificación, y fue atendida por quemaduras al poco tiempo de su llegada a la colonia. Es muy probable que se trate de la misma familia. Todo empieza a encajar.

Capítulo 59 de Sueños de libertad, 17 de mayo: Begoña defiende a capa y  espada a Jesús mientras su vida pende de un hilo

A pesar de esta nueva comprensión del caso, la legalidad impone sus reglas. Aunque Begoña estuviera dispuesta a retirar la denuncia, se trata de un delito penal, y la fiscalía seguirá adelante de oficio.

Pero eso es completamente injusto —protesta una de ellas—. Apenas robó nada, y solo lo hizo por necesidad.

La ley es la ley, responde Gabriel, con un gesto resignado.
¿La misma ley que permite que una niña enferma no tenga acceso a medicamentos vitales?, retruca Begoña, visiblemente indignada.

Se respira impotencia. Todos saben que no se trata de un criminal cualquiera. Es un hombre desesperado, y sin embargo, va a enfrentarse a un proceso judicial. Begoña insiste: “Tiene que haber algo que podamos hacer”.

Pero Gabriel, con el rostro serio, recuerda su posición:
Yo solo soy el abogado de Perfumerías de la Reina, y don Pedro ha sido tajante: debemos presentarnos como acusación particular.

Las reacciones son inmediatas:
¿Es una broma? ¿Quieren castigar con dureza a ese pobre hombre?
Gabriel baja la voz:
Don Pedro exige un castigo ejemplar. Sin piedad. Así me lo dijo.

La discusión se vuelve más tensa cuando él plantea una pregunta dura, pero real:
¿Pensarían igual si ese ataque hubiera tenido consecuencias fatales para Begoña?
El ambiente se enfría.
Pero no las tuvo. Eso no pasó.
Aun así, Gabriel intenta justificar su papel:
Estoy de acuerdo con vosotras. No creo en castigos ejemplares, pero debo actuar conforme a las órdenes de la dirección.

La conversación termina con una amarga sensación de impotencia ante la rigidez del sistema. Un robo con causas humanas, una ley sin matices, y una empresa que prefiere castigar antes que entender.

En este episodio, la justicia se ve desafiada por la compasión, y los personajes se enfrentan al eterno dilema entre hacer lo correcto y seguir las normas. La historia de Diosdado no es solo la de un ladrón: es la tragedia de un padre sin opciones, de una niña sin recursos, y de un mundo donde a veces la ley olvida la humanidad.

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