Spoiler con el título: “¿Crees que merecemos esa oportunidad?”

El corazón de Begoña se debatía entre el deseo y la razón, entre la posibilidad de una nueva felicidad y el peso de un pasado que aún no lograba soltar del todo. Las palabras de Gabriel retumbaban en su interior con fuerza: ¿no merecían ellos una oportunidad real? Sin embargo, para ella, todo era mucho más complicado de lo que parecía a simple vista. No se trataba solo de que su matrimonio con Andrés no hubiera sido feliz, sino de lo reciente de su separación. A pesar de que ya no existía nada tangible entre ellos, aún quedaban residuos emocionales, heridas sin cerrar y recuerdos difíciles de enterrar.

Gabriel, en cambio, hablaba con la serenidad de quien ha tomado una decisión firme. Para él, todo era sencillo: se gustaban, se atraían, y no había razón lógica para no intentar descubrir hacia dónde podía conducir ese sentimiento. En sus palabras, se percibía una seguridad conmovedora. Él quería vivir ese vínculo sin reservas. Pero Begoña, con un nudo en la garganta, le pedía que se alejara, convencida de que solo iba a traerle complicaciones y problemas.

Gabriel, lejos de dar un paso atrás, reafirmaba su posición. Él no necesitaba protección, y si había dificultades por delante, estaba dispuesto a asumirlas. Incluso cuando ella le hablaba de la presión familiar y de los juicios que podría desatar su cercanía, él se mostraba impasible: nada lo detendría si lo que estaba en juego era una historia verdadera con Begoña.

Ella intentó persuadirlo de nuevo, sugiriéndole que buscara a alguien con una vida menos cargada de sufrimiento, con menos equipaje emocional. Pero Gabriel, mirándola con una intensidad desarmante, negó con la cabeza. Su vida tampoco había sido fácil; había enfrentado más dificultades de las que ella podría imaginar. Y precisamente por eso, sabía lo que valía una oportunidad de ser feliz.

“Creo que no soy la persona que imaginas”, susurró Begoña, como si quisiera advertirle del riesgo que corría. Pero él no hablaba desde las ilusiones, sino desde lo que había visto con claridad en ella: una mujer fuerte, bondadosa, admirable… una mujer por la que valía la pena arriesgarlo todo.

Y entonces, con la mirada firme y el corazón abierto, Gabriel le hizo una pregunta que dejó a Begoña sin aliento: “¿Estás dispuesta a dejar de ser presa del pasado para abrirte a ser feliz?”

El silencio que siguió no fue solo incómodo, sino profundamente revelador. Begoña sabía que esa era la pregunta crucial. Si respondía que sí, tendría que dejar atrás años de miedos, inseguridades y el dolor de un amor que ya no existía. Pero si decía que no, probablemente perdería una de las pocas oportunidades reales que la vida le había ofrecido para volver a sentir, para volver a vivir.

La tensión se disolvió un poco con un pequeño gesto, un intento de disculpa, un “perdón” que flotó en el aire más como una forma de escape que como una verdadera petición. Pero ya era tarde. Gabriel había tocado una fibra profunda en ella. Y aunque trató de mantener la compostura, algo en su mirada había cambiado.

Mientras la música sonaba de fondo y las emociones bullían sin control, Begoña se quedó sola con sus pensamientos. Gabriel se alejó lentamente, pero su presencia seguía viva en cada rincón de la estancia, en cada latido apresurado de su corazón. Lo que acababa de vivir no era simplemente una conversación más. Era un momento decisivo, uno de esos giros que definen el rumbo de toda una vida.

En el fondo, Begoña sabía que Gabriel no era solo una distracción pasajera. Él representaba la promesa de una vida diferente, una vida en la que ella no tuviera que pedir permiso para ser feliz. Pero para alcanzarla, debía dar el salto más difícil: dejar de vivir con la mirada puesta en lo que fue, para centrarse en lo que podría ser.

Las palabras de Gabriel seguían resonando como un eco persistente: “¿Estás dispuesta a dejar de ser presa del pasado…?”

El destino de ambos, ahora, pendía de una sola decisión.