Es un poco tarde para seguir trabajando, ¿no?
La noche ya había caído sobre la ciudad, y el silencio de la oficina solo era roto por el sonido de las hojas al pasar. Entre carpetas, papeles y contratos, él continuaba concentrado, sin percatarse del paso de las horas. Fue entonces cuando ella apareció en el marco de la puerta, con una sonrisa ligera y una observación que buscaba romper la seriedad del momento: “Es un poco tarde para seguir trabajando, ¿no?”
Él levantó la vista, sorprendido pero complacido de verla. “Estaba revisando los contratos para la tienda de Arenal. Los necesitan mañana”, explicó con un tono que mezclaba profesionalismo y cansancio. Ella, comprendiendo la urgencia, asintió: “Ah, en ese caso, te dejo que acabes hasta mañana.”
Pero antes de que ella pudiera dar media vuelta, él la detuvo: “No, no, espera, Begoña… también puedo madrugar. Aprovechemos ahora para tomarnos una copa juntos.” Sus palabras cambiaron por completo el ambiente, transformando una noche rutinaria en una oportunidad para compartir algo más íntimo. Ella aceptó, con un brillo en los ojos: “Eso estaría muy bien.”

Mientras se acomodaban, él notó que algo en su mirada delataba una inquietud. “¿Qué te tiene desvelada?”, preguntó con delicadeza. Ella dudó un instante, pero finalmente, con voz baja y sincera, respondió: “¿Te puedo ser sincera?” Él, sin dudarlo, aseguró: “Por supuesto.” Entonces llegó la confesión: “Simplemente quería verte.”
Sus palabras, tan simples y tan profundas, hicieron que él sonriera. “Gracias. Yo también quería verte, pero tenía miedo de invadir tu espacio y que te sintieras presionada.” Ella, con un gesto suave, le agradeció por haber respetado sus tiempos: “Te lo agradezco… y también que me hayas escuchado sin hacer preguntas, sin juzgar.”
Él la miró con ternura. “¿Cómo iba a juzgarte después de haber vivido ese infierno con Jesús? De hecho, te agradezco la confianza por contarme algo tan íntimo. Sé que no ha sido fácil.” Ella asintió, reconociendo que abrirse le había costado, pero que de alguna forma, hablar con él había aligerado su carga. “Tal vez así puedas comprender mejor el porqué de algunas de mis reacciones”, dijo con un dejo de vulnerabilidad.
Él, lejos de alejarse, se acercó aún más con sus palabras: “Lo único que has conseguido es gustarme más.” Ella, sorprendida, preguntó: “¿Por qué?” Y la respuesta fue un retrato de admiración sincera: “Por haber sido capaz de sobrevivir a ese demonio de Jesús. Por tu fuerza, tu valentía, tu capacidad de sobreponerte.”
Ella, que durante mucho tiempo creyó que su corazón estaba cerrado, confesó lo impensable: “Yo estaba convencida de que jamás me volvería a ilusionar por nadie, pero estaba equivocada. Eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.” Él sonrió, reconociendo en esas palabras una promesa velada. “Eso es una declaración de intenciones.” Ella negó suavemente: “Es mucho más que una declaración de intenciones. Eres la única persona que me hace sonreír, que me hace sentir que este mundo puede ser un lugar más amable.”
Sin embargo, él quiso dejar algo claro: “No quiero que te sientas obligada a corresponder mis palabras de afecto, de cariño. Lo he dicho esta tarde: estoy dispuesto a esperar lo que sea. Y si lo digo, es porque quiero.” La intensidad del momento creció cuando añadió: “Igual que ahora quiero hacer esto.”
Sin más, la distancia entre ellos se desvaneció, y un gesto lleno de ternura y pasión selló lo que ambos habían estado conteniendo durante tanto tiempo. Afuera, el mundo seguía su curso; adentro, el tiempo se detuvo. El sonido de la música de fondo se mezcló con el eco de un aplauso lejano, como si hasta el universo aprobara ese encuentro.

Ella, con la respiración agitada y una emoción que le recorría el alma, susurró: “Prométeme que vamos a ser felices.” Él, sin titubear, tomó sus manos y afirmó: “Te prometo que ese va a ser el motor de mi vida.” En ese instante, ya no había pasado doloroso ni miedos que pesaran más que la certeza de lo que sentían.
Finalmente, ella pronunció las palabras que sellaban todo: “Estoy muy enamorada de ti.” Y él, aunque ya lo sabía, sintió que su corazón latía con más fuerza que nunca. Ambos entendieron que ese era el inicio de algo que merecía ser vivido intensamente, sin reservas.
En Sueños de Libertad, esta noche marcará un antes y un después. Dos almas heridas que han encontrado en el otro un refugio, dos personas que se atrevieron a volver a sentir después de creer que el amor ya no estaba hecho para ellas. Pero en este universo donde la felicidad siempre parece tener un precio, la pregunta será: ¿podrán mantener esa promesa en medio de todo lo que está por venir?
Porque si algo ha demostrado la vida en esta historia es que la calma siempre es el preludio de una tormenta. Y aunque ahora se juren amor eterno, no faltarán quienes quieran poner a prueba su fortaleza. Sin embargo, por esta noche, las sombras quedan fuera… y solo existe la certeza de que, pase lo que pase, se tienen el uno al otro.