Spoiler: Un gesto que lo cambia todo – La noche en que Gabriel cruzó la línea
Era una de esas noches en las que el sueño se niega a llegar. Las preocupaciones rondaban como fantasmas, y el silencio de la casa no hacía más que amplificarlas. En la cocina, un leve crujido del suelo anuncia la presencia de alguien más. “¿Tampoco puedes dormir?” dice una voz suave, interrumpiendo el silencio. Un pequeño susto y una disculpa bastan para romper la tensión inicial. “Pensaba que me habías oído”, se justifica Gabriel, mientras prepara una infusión.
Ella había ido en busca de una manzanilla, incapaz de pegar ojo. “Es que no me quito el juicio de la cabeza”, admite, revelando que lo que le impide dormir es mucho más profundo que el insomnio común. Gabriel trata de restarle importancia, recordándole que hacen buen equipo. “Tengo que darte las gracias”, le dice ella con sinceridad. “Por los consejos que me has dado estos días, por tu paciencia… por todo.”
Él se encoge de hombros, quitándole peso al elogio. “Es mi trabajo, ¿no?”, responde. Pero ella sabe que ha hecho mucho más de lo que su rol le exigía. “Tu trabajo era seguir las instrucciones de don Pedro”, le recuerda, sabiendo que Gabriel se ha desviado de ellas por hacer lo correcto. Y no fue gratis: ha recibido una fuerte reprimenda por su benevolencia con Diosado.
“Ha quedado en nada”, dice él, intentando quitarle hierro al asunto. Pero ella insiste: “No ha quedado en nada porque has sabido darle la vuelta a la situación. Has sabido convencer a don Pedro de que era lo mejor para todos.” Aun así, Gabriel no está seguro de haber salido indemne. “Ya verás que en un par de días vendrá por mí.” Ella intenta calmarlo: “Se habría de apaciguar el temporal.”
A la pregunta de si cree que don Pedro tomará medidas contra él, Gabriel responde con cierto optimismo: “No creo que mis primos y mi tío se lo permitan. En todo caso, estaré bien.” La conversación entonces gira hacia algo más personal. Se ríen recordando el día que se conocieron, cuando ella lo confundió con Marta y él metió la pata una y otra vez. “Pensaba que creías que era bobo”, dice con una sonrisa. “¡No, hombre, no! Me llevé muy buena impresión”, responde ella con ternura. “Yo también”, añade él.
El ambiente se vuelve más íntimo, más cargado. La música de fondo, tenue, marca el tono. Entonces ocurre lo inesperado: Gabriel se inclina hacia ella, impulsado por un impulso que no mide. Ella se aparta de inmediato. “¿Qué haces, Gabriel?” Él retrocede, abrumado por el rechazo. “Disculpa, disculpa… Pensaba que tú también querías. Solo estaba siendo amable.” Ella le aclara, firme pero sin perder la compostura: “Yo no soy como las chicas con las que flirteas.” Él responde, casi ofendido: “Yo no flirteo con nadie.”
Pero ella no se deja engañar: “Por favor, que no soy estúpida.” Entonces, con una mezcla de torpeza y ternura, Gabriel le lanza un elogio inesperado: “Estúpida no. Eres la mujer más inteligente que he conocido, Nuka. Eso es lo que me gusta de ti: tu manera de expresarte, cómo te mueves con esa elegancia, cómo mueves las manos cuando hablas, como si tocaras el piano. Y cómo miras las cosas que te producen curiosidad… y cómo me miras a mí.”
Ese último detalle rompe la barrera entre ambos. Hay algo de verdad, algo que ella también ha sentido pero no está dispuesta a reconocer ni permitir en ese momento. “Gabriel… es mejor que me vaya a dormir.” El intento de él de retenerla con un “por favor” queda en el aire, sin fuerza. Ella se va, dejando a Gabriel solo en la cocina, atrapado entre la culpa y el deseo, sabiendo que ha cruzado un límite que quizás no debió tocar.
Esta escena no solo marca un antes y un después en la relación entre ambos, sino que también expone la fragilidad emocional de Gabriel y la firmeza con la que ella defiende sus límites. Él, movido por una mezcla de admiración y afecto, confundió las señales. Ella, aún valorando su compañía, no está dispuesta a permitir que un gesto impulsivo empañe lo que han construido.
Ahora queda por ver cómo se reconfigurará su vínculo tras esta noche. ¿Será posible volver a la complicidad de antes? ¿O este momento marcará el inicio de un distanciamiento inevitable? El tiempo lo dirá, pero lo que está claro es que nada volverá a ser igual.