Pues ya tendríamos la prueba

En esta entrega, se desarrolla una escena llena de tensión y expectativas dentro del mundo de la perfumería, donde se pone a prueba no solo un nuevo producto, sino también la integridad creativa y profesional de quienes están detrás de su creación.

La historia comienza con la anticipación de presentar una fragancia nueva, que promete ser algo especial, con un toque diferente, un matiz “picante” que debería marcar la diferencia. Sin embargo, lo crucial para el equipo no es solo el aroma en sí, sino cómo esa esencia se conecta con la visión artística y la colección a la que debe pertenecer, especialmente con una pieza tan icónica como la lámina de Monet, que simboliza delicadeza y refinamiento.

En ese contexto, aparece el señor Coveaga, un cliente de gran relevancia y poder, esperado con cierta impaciencia por el equipo. Su presencia es una oportunidad única, pero también un motivo de nerviosismo. La impaciencia, reconocida incluso por el propio equipo como un defecto, se entrelaza con el deseo ferviente de impresionar.

El señor Coveaga es cordial, pero firme; sabe lo que quiere y no se anda con rodeos. A pesar de que el equipo intenta presentarle una muestra inicial, una “primera aproximación”, es evidente que sus expectativas son altas. Esta primera muestra es el resultado de pruebas y ajustes, y aunque se reconoce que está en fase experimental, todos esperan que pueda convencer a este cliente tan importante.

Cuando Coveaga prueba la fragancia, la respuesta no es la esperada: “No es lo que esperaba.” Esa frase pesa como una sentencia. La reacción negativa, aunque expresada con cortesía, deja claro que la fragancia no cumple con los estándares que él busca para su colección. Esperaba algo distinto, quizá un aroma más seco, fresco o floral, algo que armonice perfectamente con su visión y la identidad que desea transmitir. La realidad es que, aunque el perfume es bueno en términos absolutos, no se adapta al estilo ni a las expectativas de su exclusivo público.

El desencanto se hace palpable. Se discuten las posibles razones: tal vez el problema radica en la base de la fragancia, la estructura fundamental que sostiene toda la composición. El señor Merino, que acompaña la presentación, comparte esta opinión y reflexiona sobre la dificultad de satisfacer un gusto tan particular.

La conversación se torna aún más tensa cuando Coveaga revela que decidió apostar por talento local y nacional, una decisión que inicialmente parecía prometedora y un gesto de apoyo. Sin embargo, ahora siente que fue un error confiar en una empresa “clásica y de provincias”, sugiriendo que sus ideas son demasiado innovadoras para una perfumería tradicional como Perfumerías de la Reina.

Ante esta crítica, se plantea la posibilidad de que el talento que buscan para llevar a cabo sus proyectos cosmopolitas solo pueda encontrarse en lugares más avanzados y modernos, como Bechentul, una región reconocida por su vanguardia y sofisticación en el mundo de la perfumería. Este comentario duele, porque implica que no están a la altura de sus expectativas y que, para él, su empresa se queda corta.

El equipo recibe estas palabras con profesionalismo, agradeciendo la franqueza y mostrando disposición para cerrar el proceso sin generar conflictos. Incluso se ofrecen a cubrir los costos de la muestra, aunque ellos no suelen cobrar por prototipos, evidenciando la importancia de mantener buenas relaciones pese a la frustración.

La despedida es cordial pero fría. Queda claro que no hubo entendimiento, que los caminos creativos y comerciales no lograron alinearse. El señor Coveaga expresa su intención de buscar otra perfumista que pueda cumplir con sus exigencias, mientras el equipo queda reflexionando sobre lo sucedido.

Tras la salida de este cliente tan influyente, los miembros del equipo se reúnen para analizar lo ocurrido. Surge la teoría de que el problema pudo haber sido causado por un mal cargamento de materias primas provenientes de Chinchón, lo que afectó la calidad del prototipo. Sienten que tal vez deberían haber solicitado una nueva oportunidad, con materiales adecuados y tiempo suficiente para perfeccionar la fragancia, pero lamentan que esa chance ya no está disponible.

Sin embargo, lo más preocupante no es solo el fallo técnico, sino la percepción que el cliente tiene de ellos: como retrógrados, poco profesionales, casi “pueblerinos”. Esto hiere profundamente su orgullo y pone en jaque su confianza, especialmente porque la empresa ha trabajado duro para construir una reputación sólida.

A pesar de la decepción, hay una voz de razón que recuerda que esta relación comercial, aunque valiosa por la oportunidad que representa, también puede tener un costo demasiado alto. La idea de trabajar para clientes que imponen sus propias reglas y visiones creativas va en contra del espíritu de la empresa. No están dispuestos a sacrificar su identidad ni su libertad creativa para satisfacer demandas externas.

Se plantea la necesidad de llevar este asunto a la próxima junta directiva para presentar una queja formal. La frustración y la necesidad de defender la esencia de su trabajo se convierten en el motor de esta decisión.

Cristina, una de las figuras clave del equipo, hace un llamado firme y claro para que todos internalicen un principio fundamental: su verdadera identidad está en sus creaciones originales, aquellas que reflejan su visión y pasión, no en adaptarse a los caprichos de otros. Esta declaración se recibe con aplausos, simbolizando un momento de reafirmación y unión.

El episodio concluye con una nota de esperanza y determinación. A pesar del revés, el equipo está más fuerte y consciente de que deben preservar su autenticidad para seguir adelante en un mercado competitivo y exigente.

Este capítulo nos sumerge en el complejo mundo de la perfumería, donde la creatividad, la técnica y el negocio se entrelazan y a veces chocan. Muestra la dificultad de complacer a un cliente importante sin perder el alma del proyecto, y resalta el valor de mantenerse fiel a uno mismo, incluso cuando las circunstancias son adversas.