Spoiler: Una propuesta que no todos quieren escuchar
En un episodio cargado de sutilezas y tensión emocional, se desarrolla una escena que mezcla arte, libertad y un subtexto de insinuaciones que no pasan desapercibidas. La conversación comienza cuando un personaje revela que su próxima colección de moda estará inspirada en Turquía. Habla con entusiasmo de los colores vibrantes de sus paisajes, los aromas de sus especias y, sobre todo, de la mágica luz del Bósforo al atardecer. Explica que se siente fascinado por ese país, al que considera más abierto y tolerante que muchos lugares de la Europa contemporánea.
Con cierto tono filosófico y nostálgico, menciona que en algunas regiones de Turquía aún se respira la libertad de los tiempos del Imperio Otomano. Dice que allí se puede ser uno mismo sin miedo a que ciertas afinidades sean malinterpretadas, que la gente comprende sin necesidad de preguntar y deja que las cosas sigan su curso natural. Es un lugar donde, según él, uno puede fluir sin restricciones.
Aprovechando el tono íntimo de la conversación, lanza una pregunta directa: “¿Le gustaría ir?”. La respuesta es cortante: el otro personaje explica que su esposa no estaría interesada en un viaje tan lejano, tan alejado de Toledo y de sus responsabilidades en la fábrica. Su interlocutor responde con un comentario cargado de doble sentido: podría ir solo, a disfrutar. Ante la tensión creciente, sugiere que todavía no ha empezado a insinuar nada, aunque sus palabras y gestos sugieren lo contrario. Se refiere a él como un hombre elegante, con gusto refinado, y lo alaba por estar casado, como todo hombre “respetable” en la España de la época. Aun así, le deja caer la idea de una escapada a Estambul, ya sea solo… o acompañado.
La respuesta no se hace esperar. Con frialdad y firmeza, se le corta de raíz: “Le ruego que no se equivoque conmigo”. El mensaje es claro. La conversación termina abruptamente, y el ambiente se carga de incomodidad.
Justo en ese momento, irrumpe don Pedro en escena. Saludando con cortesía, comenta que Marta y Pelayo lo han invitado a almorzar en ese restaurante tan agradable. Marta, explica, se ha marchado a la fábrica, y él ha estado conversando con Pelayo mientras tomaban una copa de champán. La charla, según él, giraba en torno a la libertad que da viajar por el mundo, dejando en el aire un eco del diálogo anterior.
Don Pedro se interesa por cómo va la colaboración con el perfumista, a lo que recibe una respuesta ambigua: aunque ha disfrutado de lo que ha conocido hasta ahora, hay ciertas tensiones con Luis. Reconoce que cuando dos personas creativas se juntan, es natural que haya fricciones, pero nada que no pueda resolverse si hay buena voluntad. Don Pedro se ofrece a intervenir si hace falta, pero se le tranquiliza: Marta y Pelayo ya han dejado claro que el proceso de creación requiere su tiempo.
Tras un breve intercambio más, don Pedro se despide amablemente. El interlocutor anterior también se levanta para marcharse. Antes de irse, recibe un consejo directo: “No se arrepentirá de darle otra oportunidad a don Luis.” Sin embargo, la respuesta es contundente: “Mis intereses ahora mismo no están en ese perfume.” El otro, molesto por su desinterés, le lanza una advertencia: “Pues lo siento. Céntrese en lo que tiene que centrarse.”
Esta escena, cargada de insinuaciones sutiles, revela mucho más de lo que dice en palabras. La libertad de ser uno mismo, los límites sociales, las tensiones personales y profesionales, y el respeto (o falta de) por los espacios ajenos, se entrelazan en un episodio que deja claro que no todos están dispuestos a jugar el mismo juego… ni a aceptar ciertas invitaciones, aunque estén disfrazadas de arte y elegancia.