Buenas noches, señor | Sueños de Libertad
En una escena llena de calma aparente pero con una profunda carga emocional, un encuentro nocturno se convierte en un diálogo cargado de confidencias y dudas. La escena inicia con un saludo cortés: “Buenas noches, señor. ¿Está usted bien?”. La respuesta es tranquila, con la intención de no preocupar a la otra persona, aunque un leve malestar físico asoma en la conversación. “¿Quiere que le traiga la sal de frutas? Tan mala la tengo”, dice, mostrando la preocupación que tiene por su bienestar.
La respuesta es sencilla pero directa: “Bueno, ya le voy conociendo”, denotando la confianza que hay entre ambos personajes. La charla deriva hacia las preocupaciones cotidianas, en particular hacia la empresa, un tema que claramente pesa en la mente de uno de ellos. “¿Algún problema con la empresa?”, pregunta con genuino interés. La respuesta es evasiva, con un tono que deja entrever que los problemas existen, aunque se prefiere dejarlos lejos, “en la fábrica”, donde no interfieran con el momento de tranquilidad que se busca.
La conversación se torna en una reflexión más profunda. Uno de los personajes comenta que ojalá fuera posible dejar todos los problemas a un lado, como si fuera tan sencillo como aislarlos, para poder disfrutar de un sueño tranquilo y reparador. “Dormiríamos la mar de bien”, añade con un suspiro, mientras el otro asiente, reconociendo la verdad en esas palabras.
Justo cuando parece que la conversación se da por terminada, hay un cambio sutil pero significativo. “Con permiso”, se escucha, seguido de un “Espere, Manuela, espere”, que denota que aún queda algo importante por decir. Una duda que ha estado rondando la mente de quien habla y que necesita la opinión sabia y sensata de la otra persona. Manuela, que ha demostrado a lo largo del tiempo tener un gran sentido común, es la persona elegida para este momento de confidencia.
El dilema que se plantea es profundo y humano: se trata de una persona que ha vivido engañada durante toda su vida. Hace años, esa persona tomó una decisión crucial basada en una mentira. Ahora, quien habla se encuentra en una encrucijada: no sabe si debería contarle la verdad o dejar que siga viviendo en la ignorancia, aunque esa ignorancia esté construida sobre un cimiento falso.
Manuela responde con sinceridad y comprensión, reconociendo lo difícil que es esa situación. “A veces saber la verdad duele más que vivir engañado”, dice, con la sabiduría que dan las experiencias vividas. Y es que no es la primera vez que se enfrenta a dilemas similares. Relata cómo en otra ocasión ocultó una verdad y que, cuando esta finalmente salió a la luz, las consecuencias fueron desastrosas.
Con humildad, Manuela confiesa que también cometió un error parecido en el pasado y que aprendió una valiosa lección: “Una mentira, por pequeña que sea, ocupa mucho espacio en las relaciones y puede acabar con ellas”. Estas palabras resonaron profundamente en quien la escucha, que responde reconociendo que sabe que Manuela actuó sin mala intención y confiando en que todo se solucionará.
Sin embargo, la incertidumbre sigue presente. “No sé yo”, dice, mostrando la lucha interna que tiene entre el deseo de proteger y la necesidad de sinceridad. La conversación toma un giro casi humorístico cuando ambos reconocen que, aunque han estado hablando sobre los dilemas y errores de Manuela, en realidad era él quien buscaba un consejo.
Este intercambio demuestra la humanidad de los personajes, la fragilidad y complejidad de las decisiones que deben tomar en sus vidas personales y profesionales. Manuela, con su habitual buen humor y pragmatismo, se alegra de haber podido ayudar más de lo que esperaba y se retira con un “Buenas noches”, dejando un ambiente cálido y cercano en la habitación.
Mientras Manuela se dirige a la cocina para terminar sus tareas, el silencio queda acompañado de una suave música de fondo que acentúa la atmósfera íntima y reflexiva del momento.
Pero la tranquilidad se rompe cuando suena el teléfono. La voz al otro lado de la línea se presenta: “Buenas noches. Hablo con José Gutiérrez.” La respuesta es formal y educada, aunque con un dejo de sorpresa: “Sí, mire, mi nombre es Damián de la Reina.” Y para dejar claro el motivo de la llamada, añade “Sí, precisamente de los jabones. Eso es.”
Lo que sigue es un giro inesperado. Aunque ambos interlocutores no se conocen personalmente, Damián muestra interés en reunirse con José. Esta invitación abre una nueva puerta, un posible encuentro que podría desencadenar acontecimientos importantes.
La escena termina dejando un aire de misterio e incertidumbre sobre lo que esta reunión puede significar para ambos personajes y para la trama en general.