He permitido que mi familia se derrumbe…

En el majestuoso pero sombrío palacio de La Promesa, las confesiones y los silencios pesan tanto como los muros de piedra que guardan secretos de generaciones. Alonso, el marqués, atraviesa uno de los momentos más oscuros de su vida. Con el alma hecha pedazos, reconoce lo que durante años había intentado ocultar: su pasividad, sus errores y, sobre todo, el rechazo hacia su propio hijo. “He visto cómo mi familia se venía abajo delante de mí —admite con la voz quebrada— y no moví un solo dedo para impedirlo”.

Quien lo escucha intenta consolarlo, recordándole las batallas que libró y las dificultades que afrontó, pero Alonso se niega a aceptar alivio alguno. “No merezco consuelo —continúa—. Yo mismo renegué de mi sangre, de mi hijo, solo para conservar el favor de la corte. Si ahora todo se derrumba a mi alrededor, es justicia divina”. Estas palabras no solo reflejan su culpa, sino que ponen sobre la mesa el gran tema que atraviesa la historia: las deudas del pasado y la justicia que, en La Promesa, siempre parece llegar tarde… o no llegar jamás.

En medio de este clima de desesperanza, surge la figura de Curro, el joven que ha cargado con culpas ajenas y que durante años ha sido la víctima silenciosa de la ambición y el honor mal entendido. El destino, sin embargo, parece abrir una nueva puerta para él. ¿Seguirá siendo Curro de la Mata, con todo lo que ese apellido arrastra de dolor y maltrato? ¿O ha llegado, por fin, el momento de ser reconocido por lo que realmente es: Marcos de Luján, hijo del marqués?

La comunidad de seguidores de la serie lo tiene claro. Muchos han señalado que Curro no debería continuar pagando por los pecados de su padre. Su único “delito” fue nacer, y por ello fue despojado de su título, humillado y relegado al papel de lacayo en el mismo lugar que debía haber sido su hogar. Mientras Alonso mantenía intacto su estatus de noble, la deshonra cayó únicamente sobre aquel muchacho inocente. Una injusticia tan flagrante que indigna tanto dentro como fuera de la pantalla.

Rosana, una de las voces más activas en este debate, lo expresa con claridad: ¿qué sentido tiene que Curro conserve un apellido que nunca le perteneció? Lorenzo, aquel capitán cruel y manipulador, jamás fue su verdadero padre. Y, sin embargo, Curro ha tenido que cargar toda su vida con ese estigma. El apellido “de la Mata” es como una cadena que lo ata a recuerdos de abuso y a un vínculo inexistente de sangre. Muchos creen que es hora de que se libere de ese peso, abandone para siempre ese apellido maldito y reivindique el que de verdad le corresponde: el de Luján.

Además, no podemos olvidar cómo el capitán, con saña, llegó a llamarlo “Curro Expósito”, usando un apellido falso con un desprecio que dolía más que los golpes. Esa burla lo reducía a la condición de hijo sin padres, cuando en realidad lo que ocultaba era algo mucho más poderoso: Curro sí tenía un linaje, pero le fue negado. La paradoja es cruel: mientras el marqués vive rodeado de privilegios, su hijo legítimo ha tenido que soportar el desprecio como si fuera un paria.

La serie, en este punto, nos pone frente a un espejo de la sociedad de la época: el poderoso se protege, el débil paga. Castigar al inocente para salvaguardar la reputación del culpable. Una dinámica injusta que, pese a estar ambientada en el pasado, resuena con fuerza en el presente y en el corazón de los espectadores.

Pero hay un detalle que pocos recuerdan: cuando nació, su madre Dolores lo llamó Marcos. Ese era su verdadero nombre de pila, el que lo unía de manera indeleble a la mujer que lo trajo al mundo y a su hermana Jana, que tanto luchó por él. El apodo de “Curro” apareció después, cuando Eugenia lo acogió. ¿No sería, entonces, un acto de justicia poética devolverle no solo su apellido legítimo, sino también el nombre que lo conecta con sus raíces? Imaginen escucharlo presentarse como Marcos de Luján: un renacer, una reivindicación, un acto de reparación que cerraría para siempre el capítulo de humillaciones sufridas bajo el yugo de Lorenzo.

Un nombre, al final, no es solo un conjunto de letras. Para Curro significaría reclamar su identidad completa: la herencia de su madre y el linaje de su padre. Ser Marcos de Luján sería más que una formalidad; sería recuperar su lugar en el mundo, ocupar la posición que siempre le correspondió y borrar de una vez las cicatrices de haber sido tratado como un sirviente en su propia casa.

Este debate también nos lleva a reflexionar sobre la figura de los bastardos en la nobleza de la época. Muchos recuerdan que incluso reyes como Alfonso XI tuvieron hijos ilegítimos, y nadie cuestionó su legitimidad dentro de la corte. ¿Por qué, entonces, el caso de Curro ha sido tratado con tanta severidad? La respuesta quizá se encuentre en los guionistas, que han querido intensificar el drama. Pero para los espectadores, la pregunta sigue siendo incómoda: ¿no es hora de equilibrar la balanza?

En capítulos recientes, la posibilidad de que el propio rey restituya los privilegios de Curro ha comenzado a circular como un rumor esperanzador. Después de todo, él ha demostrado lealtad y valentía al enfrentarse al capitán traidor y servir al ejército español con honor. ¿No sería lo mínimo que el monarca reconociera su verdadero estatus y lo devolviera al lugar que nunca debió perder?

La expectativa es alta. Cada episodio se siente como un paso más hacia esa posible revelación. Y los seguidores de La Promesa esperan con ansias el día en que el joven deje atrás el nombre de Curro de la Mata para alzarse con el de Marcos de Luján. Ese cambio no solo sería un triunfo personal, sino también una victoria para todos los que han creído en él desde el principio, una señal de que la justicia, aunque tarde, puede llegar.

En definitiva, lo que está en juego no es solo un apellido ni un título nobiliario. Lo que se dirime en esta trama es la dignidad de un joven marcado por las decisiones de otros, el derecho a ser reconocido por lo que realmente es y no por lo que la sociedad quiso que fuera. La pregunta queda flotando en el aire: ¿será este el momento en que el marqués, roto por la culpa, dé el paso definitivo y acepte públicamente a su hijo?

Quizá pronto dejemos de hablar de Curro, el lacayo despojado, y empecemos a hablar de Marcos de Luján, heredero legítimo y símbolo de esperanza en medio de tanta oscuridad. Hasta entonces, el público seguirá expectante, sabiendo que en La Promesa nada es sencillo, pero todo, absolutamente todo, puede cambiar en un solo episodio.