Spoiler: Un beso inesperado, una promesa de olvido
La escena comienza con un ambiente cargado de nerviosismo, aunque disfrazado por la cotidianidad: un café, una tortilla y una conversación aparentemente trivial. Pero tras la cortesía, lo que verdaderamente pesa en el aire es el recuerdo de lo que ocurrió el otro día.
Ambos se sientan juntos, intentando disimular la incomodidad. —Qué incómodo es esto, ¿no? suelta uno, rompiendo el silencio. El otro asiente. Sí, lo es. Inesperado, incómodo, confuso. Todo al mismo tiempo.

Lo ocurrido fue un beso. Un beso no planeado, pero no rechazado.
—Te pido disculpas por lanzarme así, dice una de las partes.
—No fue solo tu culpa. Tú me besaste, sí, pero yo me dejé besar, responde el otro, con una mezcla de honestidad y vergüenza.
Ambos admiten que fue agradable. Lo suficiente como para hacer que los nervios suban, que las mejillas se sonrojen y que el peso de las palabras no dichas comience a acumularse.
Pero la realidad no tarda en hacerse presente. Uno de los dos está comprometido, y la boda se acerca. Por eso, aunque lo que sucedió haya sido real y genuino, debe quedarse atrás.
—Soy consciente de que no debió pasar, dice con sinceridad.
—Y por eso te prometo que no volverá a ocurrir.
El otro asiente. Agradece el gesto. Es lo correcto.
Con la promesa sobre la mesa y la tensión liberada, el momento llega a su fin. Uno se despide, más tranquilo, sintiendo que ha puesto en orden un desliz que pudo haberlo cambiado todo. La música suena suavemente de fondo mientras cada uno se queda con sus propios pensamientos: lo que fue, lo que no puede ser, y lo que deben hacer para seguir adelante.
El beso fue real. La conexión también. Pero hay promesas más fuertes que los impulsos.