👀 Hola amigos, bienvenidos a un avance exclusivo de Sueños de Libertad…
En el próximo capítulo, los secretos y las tensiones crecen de forma imparable. Gabriel se infiltra silenciosamente en la fábrica de la familia Reina, decidido a encontrar una información clave que podría darle un giro completo a la historia. ¿Podrán descubrir sus verdaderas intenciones antes de que sea demasiado tarde?
Todo comienza en la casa de los Reina, donde un apagón ha envuelto las habitaciones en sombras. En ese contexto, Raúl se cruza con Andrés y le comenta casualmente: “Justo los estaba buscando. Si no me necesitan, me marcho. Me llevo el paraguas y mañana se los devuelvo”. Andrés, sin darle demasiada importancia, responde con amabilidad: “Claro, sin problema. Justamente te estaba buscando”.
Raúl, intrigado, pregunta si necesitaba algo y si había traído la documentación solicitada. Andrés, con tono más firme, le hace notar que no la ha visto en el despacho. Raúl, visiblemente nervioso, baja la cabeza y se disculpa: “Se me fue de la cabeza, don Andrés. Pero voy ahora mismo a la fábrica, Tasio estará allí. Se la traigo en seguida”. Andrés intenta detenerlo, preocupado por la lluvia torrencial, pero Raúl insiste con firmeza. Finalmente, pese a la negativa de Andrés, Raúl sale decidido a cumplir su palabra.
En medio de esta escena doméstica, Begoña permanece en el comedor, revisando unos documentos. Andrés se le acerca y le pregunta si no va a dormir. Ella, sin apartar la vista de los papeles, le confiesa que tiene la mente demasiado agitada para conciliar el sueño. Él intenta suavizar la situación recordándole que no es el momento adecuado para hablar con María. Pero Begoña, con seguridad, responde que si viven en la misma casa, tarde o temprano deben normalizar la situación.
Andrés insiste en que María no quiere contacto con nadie, y que ya lo ha dejado claro. Begoña, con dolor en la voz, reconoce que lo sabe. Pero entonces, lo enfrenta directamente: “¿De verdad crees que puedo quedarme quieta viéndote así, apagado? Si María te quisiera tanto como dice, jamás te haría esto”.
Andrés, profundamente afectado, le pregunta si aún le importa, a pesar de todo lo que ocurrió entre ellos. Begoña, con ternura, le responde que nunca dejó de importarle, y que por eso sufre tanto. Él no puede callar más: le confiesa que la sigue amando con todo su ser, y que alejarla fue solo una forma desesperada de protegerla de su desgracia.
Con lágrimas contenidas, Begoña le dice: “Para mí, un destino sin ti también es oscuro y doloroso. Pero tú aún puedes salvarte, Andrés”. Le revela que lo que siente por él va más allá de todo —de sus decisiones, sus miedos, incluso de su propio deseo—. No podría vivir sin él, porque eso no sería vivir, pero también reconoce que están obligados a renunciar a ese amor.
Andrés queda en silencio. Su expresión lo dice todo. Finalmente, murmura: “¿Y sabiendo que siempre nos amaremos, cómo lo soportamos? ¿Puede haber castigo mayor?”. Begoña da un paso atrás, sus palabras son un susurro lleno de fuerza: “Te quiero, Andrés. Y por eso respeto tu decisión. Ya te lo dije”. Se retira con dignidad, reprimiendo el llanto. Lo deja solo en la penumbra, atrapado entre el amor y el deber.
Pero mientras ese drama se desarrolla en la casa, algo aún más inquietante está ocurriendo en otro lugar. Gabriel, aprovechando la oscuridad del apagón, ha logrado colarse sin ser visto en las instalaciones de la fábrica. Sus pasos son precisos. Sabe exactamente a dónde va: a la oficina de Irene. Busca una carpeta específica: aquella que contiene las rutas de distribución que esa misma mañana vio en manos de Tasio e Irene.
Con habilidad, fuerza la cerradura sin hacer ruido. Una vez dentro, revisa con rapidez los archivadores hasta dar con el lomo rojo que buscaba. Coloca la carpeta sobre la mesa y empieza a fotografiar página por página, sin omitir detalle alguno. Pero cuando está a punto de coger otra carpeta, un ruido inesperado lo pone en alerta. Son voces. Tasio y Raúl se acercan.
“Alúmbrame bien, que como me caiga será tu culpa”, se queja Tasio mientras tantea en la oscuridad. “Los documentos los necesita don Andrés con urgencia”, le recuerda Raúl, agitado. Gabriel, sin perder la calma, agarra un bolígrafo del escritorio y se esconde rápidamente en el despacho de don Pedro, tras la puerta, listo para defenderse si es descubierto.
Desde su escondite escucha cómo Tasio y Raúl encuentran los papeles: la hoja de rutas, los encargos pendientes, la recogida de materiales para el perfume… Pero entonces, Tasio menciona que las rutas del próximo mes están en el despacho de don Pedro, justo donde Gabriel se encuentra escondido. El corazón de Gabriel late con fuerza. La llave gira lentamente en la cerradura. El pomo empieza a moverse. Está preparado para atacar.
Pero Raúl lo salva sin saberlo: “Espera, Andrés dice que solo se van a usar las de esta semana”. Tasio se detiene y ambos deciden marcharse. El peligro pasa. El silencio vuelve.
Gabriel, aún con el bolígrafo en la mano como arma improvisada, suspira aliviado. Sale de su escondite, se acerca al teléfono del escritorio de don Pedro, marca un número y espera. Del otro lado, una voz responde: “Salcedo”. Entonces Gabriel, con tono frío y decidido, dice:
“Escucha bien: mañana habrá una recogida de materiales entre las 9 y las 10 en las inmediaciones de un proveedor en Chinchón. Ya sabes lo que tienes que hacer.”
Cuelga sin esperar respuesta. Sus ojos brillan con determinación. Lo que está en juego es mucho más que un simple movimiento logístico. Todo forma parte de un plan mayor, de una estrategia meticulosa junto a Brosar. La pregunta ahora es inevitable:
¿Por qué Gabriel quiere destruir a la familia Reina? ¿Qué lo impulsa con tanta ferocidad? ¿Y cuándo descubrirán quién es realmente?