No se atreva a hablar de sus servicios
El momento que muchos habían esperado durante años finalmente ha llegado: el capitán Lorenzo de la Mata ha sido arrestado y deberá enfrentarse a un consejo de guerra. El ejército lo llama a rendir cuentas por sus fechorías, y aunque el juicio será inminente, todo apunta a que gran parte de ese proceso, al igual que ocurrió con Cruz, tendrá lugar fuera de cámara. Es probable que el lunes lo veamos por última vez, cerrando la escena de su detención, y a partir de ahí, su destino quedará en manos del tribunal militar.
En paralelo, la trama de Cruz sigue su curso. Su abogado, el más prestigioso y acérrimo opositor a la pena de muerte en España, hace todo lo posible para retrasar el juicio, intentando que la condena capital se conmute por cadena perpetua. Una estrategia cara y arriesgada, pero que podría darle un giro al desenlace de la marquesa.
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Pero hoy, la atención está centrada en el final de Lorenzo. Su caída no llega por los crímenes más terribles que ha cometido —que son muchos— sino por aquello de lo que hay pruebas sólidas: desfalco y corrupción militar. El varón de Linaja ya sospechaba, y antes de morir compartió sus dudas con el conde de Ayala. Gracias al soplo de Curro y a la intervención del coronel Fuentes, las irregularidades han salido a la luz y han puesto fin a la carrera del capitán.
Si se repasan sus delitos, el listado es extenso: violencia contra Eugenia y Curro, un intento de envenenamiento con láudano en complicidad con Leocadia, tráfico de armas junto a Pelayo, maniobras con la varonesa de Grazalema para quedarse con la herencia del varón, un fallido plan de asesinato contra Curro que terminó con la vida de Feliciano, e incluso conspiraciones para eliminar a la propia varonesa. Sin embargo, en la época en que transcurre la historia, algunos de estos actos, por terribles que fueran, no tenían el peso legal ni el repudio social que tendrían hoy.
Lo que sí es incuestionable es el impacto del desfalco. En el contexto castrense, es una mancha imborrable y un delito de máxima gravedad. El pronóstico es que Lorenzo pierda el rango de capitán, lo que abriría la puerta a un retorno posterior con un papel totalmente distinto: despojado de sus galones, convertido en una sombra de lo que fue. La posibilidad de que conserve el título de conde es incierta, aunque poco relevante en la narrativa, ya que apenas se menciona.
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No se descarta que Leocadia juegue un papel en su destino. Podría salvarlo para mantenerlo en deuda o para proteger a su hija Ángela, quien ha estado manipulando documentos comprometedores. Sin embargo, Lorenzo es un hombre sin lealtades, y si ve la oportunidad de salvarse delatando a alguien, lo hará sin dudar.
La escena de su arresto es reveladora: rostros de sorpresa, horror o alivio entre los presentes. Curro no oculta su satisfacción, mientras que Alonso, el marqués, parece completamente despistado, como si no entendiera la magnitud del momento.
El futuro del capitán podría seguir dos caminos: la humillación total tras perder su rango, o un regreso después de una estancia en prisión, renovado y sediento de venganza. Un final definitivo parece poco probable, ya que el personaje, interpretado magistralmente por Guillermo Serrano, es demasiado valioso para la trama como para desaparecer sin más.
Sea como sea, este arresto marca el cierre de una etapa y el inicio de otra, en la que las alianzas y traiciones se reconfigurarán. Si algo ha quedado claro, es que en La Promesa, ni siquiera los caídos están completamente fuera del juego.