Ángela descubre la verdad sobre Jana envenenada: el 28 de julio, ‘La Promesa’ se incendia con pasiones, secretos y revelaciones que cambiarán sus destinos para siempre

El 28 de julio amaneció en La Promesa como un sol aparentemente benigno, ajeno a la tormenta de emociones que se agitaba entre sus muros. Cada salón, pasillo y cocina era el escenario de destinos tensos, preparándose para el momento decisivo cuando la verdad, largamente enterrada, despertara para destruirlo todo. Entre esas piezas, Ángela aún ignoraba que pronto sería el epicentro de una revelación devastadora.

Sin saberlo, la joven paseaba con aire ligero por el jardín, mientras la memoria insistía en recordarle las palabras de su madre Leocadia: salvar las apariencias, casarse con un hombre adecuado… abandonar cualquier atisbo de investigación sobre Jana. Pero ella no se conformó. Jana no era solo una amiga: era quien pagó con su vida por conocer demasiado. Y su muerte no fue natural. No fue un accidente.

Curro llevaba una carga demasiado pesada. Esa mañana, después del enfrentamiento con Lorenzo —a quien temía y enfrentaba a partes iguales— decidió que ya no podía callar. Caminó hacia Pía con paso firme, a quien había elegido como única confidente de su secreto. Entre susurros, le habló de su hermana, de la agonía en sus brazos, de la sospecha y del silencio compartido.

Su confesión fue brutal y monumental:

“Jana fue asesinada, envenenada. No fue una enfermedad.”

La reacción de Pía fue un nudo en la garganta, pero también un alivio: habían vivido con el peso de la verdad oculta, temiendo las consecuencias, protegiendo a Ángela. Pero aquel día, decidieron que la justicia sería su motor. Y Curro, con voz temblorosa, dijo:

“Lo sabrá ella. Ya no puedo sufrirla en silencio.”

Luego, en la biblioteca, Curro llamó a Ángela. Las palabras llenaron la estancia, tan poderosas que pusieron fin a los silencios que los habían separado. Jana no había sufrido una dolencia. Jana había muerto víctima de un acto cruel y premeditado. La incredulidad dio paso al grito, y luego a una transformación dolorosa: de la desesperación surgió la rabia helada de quien ha sido traicionado por la muerte.

Ángela se derrumbó primero. Pero pronto, la incredulidad se tornó determinación.

“Vamos a destruirlo” dijo, con la voz firme y la mirada encendida por la sed de justicia.
Curro le aseguró:
“Lo haremos juntos.”

En ese instante, en una pequeña sala cubierta de libros, nació una alianza irrompible: su dolor compartido, su amor común y su convicción de que la verdad no solo une, sino que empodera. La bestia del silencio había sido convocada… y no tendría escapatoria.

Mientras Ángela y Curro forjaban su alianza, en otros rincones del palacio se desataban conflictos igualmente intensos:

• En las cocinas, Petra anunció al mayordomo Cristóbal Ballesteros que Lope debía volver a ser lacayo, despojándolo de su rol de cocinero. Las cocineras Simona y Candela se rebelaron, exigiendo que Lope recupere su puesto y amenazando con huelga interna. Finalmente, un triunfo parcial: un mes de prueba bajo vigilancia estricta.
• En los salones, el barón de Valladares irrumpió con amenazas abiertas contra Catalina y Adriano, exigiendo la revocación de sus reformas sociales. El ultimátum era claro: un mes para retractarse o enfrentar represalias públicas, boicots y ostracismo. Una bomba en pleno salón que escaló en una feroz disputa entre Catalina y Martina, con acusaciones personales que reavivaron rencores familiares, destruyendo la frágil tregua entre primas.
• Ricardo, angustiado por el chantaje de Santos contra Pía, lo confrontó físicamente en el patio trasero. Santos reveló que conoce el secreto más íntimo de Pía —un hijo fuera de matrimonio— y amenazaba con destruirla. Ricardo lo redujo con violencia, luego fue a consolar a Pía y le juró protección absoluta y eterna.
• En un rincón apartado del taller, Manuel y Enora celebraban una noticia brillante: el ingeniero Pedro Farré aceptaba financiar el motor que habían diseñado. Ese logro profesional fortalecía su lazo personal y dejaba espacio para una nueva promesa conjunta, nacida del sudor, el talento y la esperanza.

Con la noche cayendo sobre La Promesa, aunque no existía un cierre total, sí había un nuevo orden moral. Ángela y Curro se convirtieron en pareja forjada por la verdad y el dolor. Ricardo se ganó la confianza absoluta de Pía. Las cocineras unidas luchaban por la dignidad de Lope. Catalina y Martina, aún distantes, compartían una tregua incómoda. Manuel y Enora dibujaban una alianza cargada de futuro. La casa seguía siendo un hervidero de amenazas y conspiraciones, pero aquella noche los héroes se fueron a dormir con un arma poderosa: la esperanza.

El gran secreto estalló, y la lucha por la justicia comenzaba. Pero ya no estaban solos frente al mal. La batalla apenas comenzaba.