LA PROMESA ANTICIPAZIONI… ¡EL DESCUBRIMIENTO DE EUGENIA PUEDE DESTRUIRLO TODO!

A veces, lo más inquietante no es lo que alguien hace, sino la calma con la que lo hace. Y así regresa Eugenia: serena, decidida y completamente transformada. Nadie, absolutamente nadie, estaba preparado para lo que estaba a punto de revelar.

Todo comenzó con una sensación vaga, un presagio silencioso que flotaba en los pasillos de La Promesa. Leocadia miraba por la ventana con una mezcla de miedo y expectativa. Se oían pasos apagados, murmullos tras puertas entreabiertas. Eugenia, que había sido confinada en la habitación de Lorenzo tras una fuerte discusión con Alonso, desapareció sin dejar rastro. Nadie la vio salir. No se pidió ninguna carroza. Era como si la tierra se la hubiera tragado.

Intentaron mantener la compostura para evitar un escándalo, pero el miedo se propagó rápidamente por todo el palacio. Alonso, inquieto y sudoroso, no podía evitar imaginar lo peor. Eugenia no era una mujer cualquiera: era la hermana de Cruz. Si algo le sucedía en ese preciso momento, justo cuando se intentaba mantener la paz con el duque Lisandro, las consecuencias podían ser devastadoras.

Lorenzo, aunque intentó mantenerse frío, organizó una búsqueda discreta por toda la propiedad. Se revisaron los establos, los bosques y se interrogó al personal, pero no hubo ni una sola pista. El silencio pesaba. La tensión era insoportable. Incluso Leocadia, siempre tan fría, susurró lo impensable: “¿Y si le pasó algo irreversible?”

Y entonces, cuando el temor ya era insoportable, Eugenia regresó. Apareció en la entrada del gran salón, empapada por la lluvia, con el cabello desordenado y las manos temblorosas, pero con una mirada que nadie le había visto antes. Estaba pálida, pero su determinación era incuestionable. Caminó lentamente hasta el centro de la sala, dejando huellas mojadas sobre el mármol, y con voz firme, soltó la bomba: “Estuve con Cruz.”

El impacto fue inmediato. Leocadia y Alonso se quedaron perplejos. Visitar a Cruz estaba prohibido, nadie tenía permiso para verla. Pero Eugenia lo hizo. No explicó detalles, solo insinuó que entró sin ser vista, que superó el miedo que paralizaba a los guardias y que arriesgó todo por la verdad. “¿Tienes miedo de la verdad, Alonso? Yo no”, le lanzó con una frialdad que lo dejó mudo.

El efecto de sus palabras fue como una piedra en el agua: todo comenzó a tambalearse. Leocadia se encerró en su habitación. Lorenzo empezó a cuestionarse si realmente tenía asegurado su lugar en la familia. Y desde las sombras, Rómulo, siempre observador, parecía saber más de lo que decía. El ambiente se volvió opresivo, cada miembro de la familia quedó a solas con sus propias dudas. Porque Eugenia no reveló todo lo que habló con Cruz… al menos no todavía.

En otro rincón de la finca, Curro y Lope se encontraban en una panchina del jardín. El misterio que rodea el intento de asesinato de Curro seguía sin resolverse. Habían regresado a la joyería, interrogaron a Esmeralda, pero todo parecía un callejón sin salida. Lope, pensativo, planteó una nueva perspectiva: “Tal vez no se trata de quién lo hizo, sino de por qué. Quizás no fue un enemigo del pasado… sino alguien que ahora tiene algo que perder.”

Esa hipótesis cambió todo. Curro comenzó a sospechar que el peligro podía estar dentro de la finca, que alguien cercano estaba involucrado. Y entonces, una pista inesperada: una vieja fotografía doblada en cuatro. En ella, una escena de una cena de años atrás. Al principio nada llamativo… hasta que vio un rostro olvidado. Lope lo reconoció de inmediato. “No desapareció… solo cambió de nombre… y ahora ha vuelto.”

La revelación fue contundente. El enemigo nunca se fue. Solo se ocultó, esperando el momento oportuno. Ahora, las piezas comienzan a encajar y los protagonistas se enfrentan a una verdad más compleja de lo que imaginaron. Las máscaras empiezan a caer. El misterio se intensifica. Y Eugenia podría ser la clave que derrumbe la fachada de toda la familia.