Curro arriesga su vida; Leocadia exilia a Ángela
Una verdad que había permanecido oculta durante años comienza a fracturar los cimientos de La Promesa. María Fernández descubre el verdadero motivo tras la excomunión de Samuel y, devastada por haber culpado injustamente a Petra, exige que se haga justicia frente a todos los sirvientes. Sin embargo, mientras algunos luchan por redimirse, otros enfrentan decisiones que podrían costarles la vida.
En un momento profundamente íntimo junto a la tumba de Jana, Curro y Manuel se abrazan. Este acto fraternal despierta en Curro una peligrosa determinación: junto a Lope y Pía, decide comprobar si la joya relacionada con la muerte de su hermana contiene cianuro. ¿Hasta dónde llegará para descubrir la verdad?
Por otro lado, el esperado regalo que Lisandro hace a Adriano resulta desconcertante y perturbador, revelando intenciones ocultas del duque que podrían transformar para siempre su relación.
Mientras tanto, en las cocinas, un susurro romántico sacude a todos cuando Emilia confiesa su relación con Rómulo. Pero lo que sigue es aún más impactante: Rómulo le propone abandonar La Promesa para empezar una nueva vida lejos del pasado, una oferta que hiela la sangre de Emilia.
Sin embargo, no todos celebran el amor. Con una determinación implacable, Leocadia decide cortar de raíz la relación entre Curro y Ángela: con frialdad le anuncia a su hija que partirá a Zúrich para continuar sus estudios. ¿Será esta separación el fin de su historia o solo el inicio de una rebelión?
Este capítulo está cargado de revelaciones, decisiones extremas y despedidas inesperadas, mientras La Promesa se ve consumida por el peso de la verdad.
Para María Fernández, el amanecer no trajo alivio, sino el peso agobiante de una culpa profunda. Cada rincón del ala de servicio le recordaba el error cometido; cada mirada parecía un reproche silencioso. La verdad sobre la excomunión de Samuel, revelada en una confesión forzada, no fue liberadora sino el comienzo de una penitencia.
Ella había juzgado y sentenciado cruelmente a Petra, convirtiéndola en una paria por un pecado que no cometió. La imagen habitual de Petra, severa y firme, ahora le parecía una máscara que ocultaba el sufrimiento de una mujer calumniada de forma devastadora. El remordimiento mordía el alma de María, recordándole la injusticia que ayudó a perpetuar, incluyendo la expulsión de Samuel, todo basado en una mentira.
Incapaz de soportar más el peso de su culpa, María decide que no basta con conocer la verdad; esta debe ser proclamada. Con lágrimas que secó furtivamente, se dirige a la pequeña iglesia del pueblo para pedir al párroco que haga justicia y revele la verdad ante todos en La Promesa.
El cura, hombre sabio y compasivo, acepta la inusual petición, dispuesto a ayudar a reparar el daño causado. Para María, esta misión da un nuevo propósito a su alma atormentada: preparar el terreno para que la verdad sane las heridas abiertas por la mentira.
Mientras tanto, Manuel de Luján lucha con su propio dolor, sumido en una apatía profunda tras la muerte de Jana. Sus días son una neblina de tristeza, una rutina sin sentido. Una mañana, incapaz de soportar más, decide visitar la tumba de su amada hermana.
En el cementerio, Manuel se arrodilla junto a la modesta lápida de Jana, llorando y pidiéndole perdón por no haber sido suficientemente valiente para salvarla. Sus lágrimas son la expresión de un amor eterno y un dolor insoportable.
En ese momento, Curro aparece y se une a Manuel en un silencio compartido que solo hermanos pueden comprender. Curro le recuerda que Jana no querría verlo derrotado, sino vivo y luchando. Él, que siempre defendió a su hermano y su hermana, ahora reaviva la fuerza de Manuel con su apoyo.
Ese instante íntimo se convierte en un catalizador: para Manuel, un rayo de esperanza; para Curro, la confirmación de su propia misión. La muerte de Eugenia y Jana no pueden quedar impunes. Curro está decidido a desentrañar la verdad que hiede en los cimientos de La Promesa, cueste lo que cueste.
Para eso, reúne a sus aliados más confiables, Lope y Pía, en la cocina a una hora tranquila. Allí, sobre una mesa, despliega la joya que creen fue el arma del crimen. La pieza, hermosa y mortal, parece contener un rastro de cianuro, un veneno invisible pero letal.
Pía y Lope admiten que están estancados: la Guardia Civil no los toma en serio y no tienen pruebas sólidas, solo la palabra de un joyero nervioso y la intuición de Curro.
Pero Curro, con una fría determinación, propone una idea temeraria: probar si la joya contiene veneno en carne propia. Él está dispuesto a arriesgar su vida para obtener la prueba irrefutable que necesitan.
La idea aterroriza a sus compañeros. Pía, con miedo, se opone a semejante locura. Pero Curro insiste, convencido de que es la única forma de avanzar. No pueden rendirse, no cuando está en juego la justicia para Eugenia y la verdad para todos.
El capítulo cierra con una tensión palpable: Curro está decidido a enfrentarse al peligro más extremo, llevando su lucha por la verdad hasta el límite, mientras en otro lado, Leocadia destierra a Ángela, sembrando una posible rebelión que podría cambiar para siempre el destino de La Promesa.