Ha recuperado su ministerio
En un inesperado giro de los acontecimientos que sacude los cimientos de la comunidad de La Promesa, el sacerdote que todos daban por apartado de sus funciones vuelve a aparecer con una noticia que pocos esperaban o incluso creían posible: ha recuperado su ministerio.
Todo comienza en una conversación cargada de tensión, donde Petra, siempre directa y poco dada a contener sus opiniones, suelta una afirmación que parecía incontestable: “Pues desde luego no es eso lo que nos llegó a La Promesa”. Su tono, lleno de incredulidad, reflejaba la versión que ella había escuchado: que el sacerdote había dejado de serlo y que su destino estaba marcado por la censura eclesiástica.
Él, sin alterarse, responde con serenidad: “Nunca dejé de ser sacerdote”. Con esas palabras, rompe de golpe el rumor que había corrido por pasillos y salones. La música de fondo parece intensificar el momento, subrayando que no se trata de un simple malentendido, sino de una verdad que cambiará la percepción que todos tenían hasta ahora.
Petra, que no se caracteriza precisamente por la prudencia, insiste en su versión. Afirma que la información le llegó de manera directa y que incluso la diócesis se lo había confirmado a doña Catalina cuando esta llamó para aclarar la situación. Según ese informe, el sacerdote no se había presentado ante el obispo cuando fue requerido y, como consecuencia, se le había abierto un expediente e incluso se había contemplado su excomunión.
La respuesta del sacerdote es contundente, pero no exenta de calma: “Pues ya ves que gracias a Dios no es así”. El contraste entre la gravedad de la acusación y la tranquilidad con la que responde es casi desconcertante. Petra, con evidente curiosidad, le pregunta cómo fue posible que evitara una sanción tan severa.
Con un tono que mezcla prudencia y autoridad, él elige no entrar en todos los detalles: “No creo que sea el momento de entrar en vericuetos del derecho canónico”. Sin embargo, ofrece la clave que desmonta todo el caso: al revisar su expediente, las autoridades eclesiásticas determinaron que la falta cometida al oficiar la boda de doña Catalina no era lo suficientemente grave como para justificar una excomunión. En otras palabras, toda la tormenta que se había levantado en torno a él no tenía el peso jurídico ni moral que sus detractores creían.
Petra, con algo de ironía, le recuerda que eso bien podrían haberlo sabido desde el principio, evitando así tantos rumores y tensiones. El sacerdote, sin inmutarse, introduce un matiz casi místico: “El Espíritu Santo otorga su gracia, sedón dicta su providencia, y nosotros tan solo podemos maravillarnos y aprender”. Sus palabras no son solo una respuesta, sino una lección de humildad y paciencia.
La conversación gira entonces hacia lo que vendrá. Petra quiere saber si, con esta resolución, él volverá a oficiar misa en la región. Él asiente: “Eso parece. Sí, aunque no sé dónde”. Esta última frase sorprende a la mujer, que no entiende cómo puede no tener claro su destino si ya ha sido restituido.
Es ahí cuando él revela el siguiente capítulo de esta historia: será enviado de misiones. El lugar todavía no ha sido definido, pero todo apunta a que será en Ultramar, lejos de La Promesa, de sus intrigas y sus recuerdos. Petra, sin mostrar demasiado afecto, reconoce que tal vez eso sea lo mejor para todos, aunque en sus palabras flota la ambigüedad: ¿lo dice por el bien del sacerdote, o por el de quienes prefieren tenerlo lejos?
El sacerdote no se deja llevar por las interpretaciones y concluye con una frase que reafirma su fe: “La providencia vela por todos nosotros”. Luego, en un gesto que rompe con la tensión, pide algo tan simple como un poco de agua, recordando que ha sido un largo viaje y que está sediento. La petición la dirige a Petra, pero es María quien se apresura a ir por un vaso.
Ese instante cotidiano, casi banal, contrasta con el peso de lo que acaba de revelarse: un hombre que estuvo al borde de perderlo todo ha sido reivindicado por la misma institución que parecía querer apartarlo.
La escena deja muchas preguntas abiertas:
- ¿Qué motivó realmente la revisión de su caso?
- ¿Quiénes alimentaron los rumores de su caída y con qué intención?
- ¿Qué pasará ahora que será enviado a tierras lejanas?
Para los habitantes de La Promesa, su partida podría significar el fin de una tensión que llevaba tiempo incubándose, pero también la ausencia de una figura que, para bien o para mal, formaba parte de la vida diaria del lugar.
Mientras el sacerdote bebe el agua ofrecida, la música vuelve a sonar, marcando el cierre de una conversación que, aunque parece concluida, probablemente tendrá repercusiones en los días venideros. La recuperación de su ministerio no solo es un triunfo personal, sino también un recordatorio de que, en La Promesa, las apariencias y los rumores rara vez cuentan toda la verdad.
Porque, al final, lo que se creía perdido ha sido devuelto, y lo que parecía definitivo no era más que una etapa de un viaje que aún está lejos de terminar.