¿Puede decirnos qué está pasando, coronel?
La tensión en el salón principal del palacio alcanza un punto insostenible cuando las miradas se clavan en el coronel, esperando que ofrezca una explicación convincente a la noble familia reunida. El marqués, con voz grave y llena de desconfianza, lanza la pregunta que todos estaban deseando formular: “¿Puede decirnos qué está pasando, coronel?”. El silencio posterior pesa como una losa, roto únicamente por la respiración contenida de los presentes. El coronel, con gesto firme pero visiblemente incómodo, responde que todo está perfectamente claro, aunque sus palabras no hacen más que aumentar la incertidumbre.
El marqués, incrédulo, exige saber con exactitud de qué se acusa al capitán De la Mata, ese miembro tan cercano a la familia y, al mismo tiempo, figura controvertida por su carácter enigmático y reservado. La respuesta del coronel, lejos de ofrecer transparencia, resulta desconcertante: afirma que quizá sea más adecuado que sea el propio capitán quien dé explicaciones, pues, al fin y al cabo, ellos son su familia y merecen escuchar de su propia voz la verdad que hay detrás de las acusaciones.
La tensión se dispara. El capitán De la Mata, con aplomo calculado, decide tomar la palabra. Su voz resuena firme, casi desafiante, cuando asegura que no importa de qué se le acuse, porque él es inocente. Declara que todo lo ocurrido no es más que un desafortunado malentendido, repetido varias veces con un matiz casi teatral, como si quisiera grabar esa idea en la mente de todos los presentes. El capitán insiste en que las sospechas que se ciernen sobre él no son más que una ironía cruel, pues tienen su origen en lo que él considera su entrega incondicional al ejército.

Según su propio relato, si en algo se le puede reprochar es únicamente por un exceso de celo en el cumplimiento de su deber, nunca por negligencia ni mucho menos por traición. Sus palabras buscan despertar simpatía, pero el gesto serio de los miembros de la familia refleja más dudas que alivio. El capitán, consciente de ello, intenta suavizar la atmósfera con un tono casi ligero, pidiendo que no pongan caras tan graves, pues está convencido de que todo esto acabará pronto.
A continuación, asegura que acompañará a los soldados sin oponer resistencia, dispuesto a aclarar cada detalle y limpiar su nombre manchado por falsas acusaciones. Se esfuerza en presentar todo aquello como un mero “percance desagradable”, algo que pronto será olvidado. Con una calma calculada, incluso llega a invitar a los presentes a relajarse, a tomar un refrigerio mientras él recoge algunas pertenencias y contacta con su abogado, confiando en que el coronel muestre cierta deferencia hacia un compañero de armas.
Pero bajo la superficie de sus palabras se percibe una grieta: ¿es auténtica su inocencia o se trata de un elaborado discurso para ganar tiempo y preparar una estrategia? Los presentes se miran entre sí con gestos de incertidumbre, mientras la música de fondo, suave y ominosa, marca el ritmo de la escena.
El marqués observa con severidad, sin pronunciar palabra, pero su mirada transmite la desconfianza que lo consume. Algunos familiares, divididos entre la lealtad y la sospecha, intentan convencerse de que el capitán es incapaz de semejantes actos, pero la duda se instala en cada rincón de la sala. Nadie puede ignorar que la presencia de los soldados no augura nada bueno, y que los rumores que circulan en el ejército podrían ser más graves de lo que el capitán intenta hacer creer.
El capitán De la Mata, por su parte, mantiene la compostura de un hombre que no teme enfrentarse a las consecuencias, aunque cada palabra suya parece cuidadosamente medida para desviar las sospechas y despertar compasión. Repite que su vida entera ha estado marcada por el servicio y la disciplina, y que jamás ha puesto por encima de su deber intereses personales. Sin embargo, la repetición constante de la palabra “malentendido” empieza a sonar como un eco vacío, como un recurso desesperado para aferrarse a una verdad que tal vez solo él crea.

La tensión alcanza un nuevo nivel cuando el coronel, visiblemente impaciente, da la orden de que se proceda con la salida del capitán. El silencio sepulcral del palacio es interrumpido por el resonar de las botas militares sobre el suelo de mármol. El capitán, sin perder la elegancia ni la calma, recoge un par de documentos, un reloj de bolsillo y un cuaderno, como si se tratara de un viaje breve y sin importancia. Antes de partir, lanza una última mirada a los presentes, con una mezcla de orgullo y desafío, asegurando que volverá pronto y que todo esto no será más que un recuerdo incómodo.
Sin embargo, mientras se aleja escoltado por los soldados, la duda se transforma en un nudo que aprieta los corazones de quienes lo observan. Algunos sienten un escalofrío al pensar que quizá aquel hombre tan seguro de sí mismo guarda secretos más oscuros de los que nadie puede imaginar. El marqués, inmóvil, sabe que la reputación de la familia está en juego y que, si el capitán es culpable, las consecuencias serán devastadoras.
La música se intensifica mientras las puertas se cierran tras el capitán De la Mata, dejando a todos sumidos en una mezcla de silencio, miedo y desconcierto. ¿Es realmente inocente o sus palabras no son más que la máscara de un hombre acorralado? Lo único cierto es que el destino de la familia, del ejército y del propio capitán pende de un hilo que pronto podría romperse con consecuencias irreversibles.