🔥 LA PROMESA – ¿MATRIMONIO EN PELIGRO? ¡Pelayo quiere huir justo después de casarse con Catalina!
El ambiente en La Promesa estaba impregnado de una tensión apenas disimulada, a pesar de los lazos, las sonrisas forzadas y los brindis cargados de buenos deseos. La boda entre Catalina y Pelayo, que en otro tiempo habría sido motivo de celebración auténtica y desbordante, se convirtió en un acto donde los susurros ocultos pesaban más que la música. Desde el primer momento en que los recién casados intercambiaron votos, una sombra invisible se cernía sobre ellos.
Catalina, vestida con un traje impecable y una mirada que intentaba transmitir seguridad, parecía convencida de haber tomado una decisión importante y definitiva. Sin embargo, no todo era como aparentaba. En el fondo de sus ojos se escondía un rastro de duda. No por falta de amor, sino porque algo en el comportamiento de Pelayo comenzaba a perturbarla desde los días previos a la ceremonia.
Pelayo, por su parte, estaba visiblemente inquieto. Su sonrisa era una máscara, y sus gestos, torpes e impacientes, hablaban más que sus palabras. Apenas finalizó la ceremonia, sus actos comenzaron a delatarlo. Rechazó la idea de pasar la noche de bodas en la finca. Con una excusa poco convincente, mencionó que tenía que resolver asuntos urgentes en la ciudad, aunque no dio mayores detalles. Esta actitud desconcertó a Catalina, que intentó mantener la calma frente a los criados, pero por dentro comenzaba a temer lo peor.
Los rumores no tardaron en circular por los pasillos de La Promesa. Teresa, una de las doncellas más antiguas, aseguró haber visto a Pelayo hablando con un hombre desconocido en los jardines, justo la mañana antes de la boda. La conversación parecía intensa y cargada de nerviosismo. Aunque nadie pudo confirmar de qué se trataba, lo cierto es que algo estaba ocurriendo fuera del conocimiento de Catalina y, por extensión, de toda la familia.
Lo más inquietante llegó apenas unas horas después del banquete. Un mozo descubrió a Pelayo cargando un pequeño bolso de viaje y subiendo sigilosamente a un carruaje que lo esperaba escondido entre los árboles. No fue un viaje de negocios ni un simple paseo. Pelayo tenía la intención de marcharse… abandonar La Promesa y dejar atrás a Catalina. Su repentino impulso por escapar revelaba que jamás había estado completamente comprometido con la unión.
Catalina, alertada por la ausencia de su esposo, lo buscó por toda la propiedad. Finalmente, fue Cruz quien, con su usual tono frío y calculador, se lo dijo sin rodeos: Pelayo había intentado marcharse. La noticia fue un golpe demoledor. Catalina sintió cómo todo su mundo se desmoronaba ante sus ojos. Lo que debía ser el comienzo de una nueva etapa se transformaba en una traición humillante.
Aun así, no se permitió llorar frente a nadie. Catalina decidió confrontar a Pelayo, quien fue obligado a regresar antes de que pudiera alcanzar la estación del tren. La conversación entre ellos fue tensa, cargada de reproches y verdades dolorosas. Él confesó que había sentido desde un inicio que la boda era más una obligación que un deseo, una forma de asegurar alianzas y beneficios, más que una unión basada en el amor. Catalina, herida pero digna, le exigió que al menos tuviera el valor de quedarse y afrontar las consecuencias de sus actos.
Mientras tanto, Manuel, que había mantenido una distancia prudente desde el anuncio del compromiso, comenzó a mostrar signos evidentes de preocupación por Catalina. Aunque su relación con ella era compleja y llena de silencios, algo en su actitud revelaba que aún le importaba profundamente. Su mirada hacia Pelayo se volvió más dura, incluso desafiante, como si algo dentro de él deseara proteger a Catalina del daño que le estaban causando.
Por otro lado, los marqueses no sabían cómo contener el escándalo que estaba a punto de estallar. La imagen de la familia estaba en juego, y el fracaso de este matrimonio traería consecuencias sociales y económicas severas. Alonso, con su habitual tono severo, le dejó claro a Pelayo que si decidía romper el vínculo con Catalina, tendría que atenerse a las repercusiones. No solo perdería todo el respaldo de la familia Luján, sino que también quedaría marcado como un traidor en todos los círculos nobles.
En medio de todo este caos, Jana y María Fernández murmuraban entre sí en la cocina, comentando lo rápido que cambian las cosas en La Promesa. “Un día se promete amor eterno, y al siguiente, se planea una fuga”, decía María con sarcasmo. Mientras tanto, Jana pensaba en lo frágil que es la felicidad cuando se construye sobre apariencias y no sobre verdades.
La noche cayó sobre la finca con un silencio espeso. Catalina, sola en su habitación, observaba por la ventana el lugar donde, horas antes, su esposo intentó huir. Su corazón estaba destrozado, pero su voluntad seguía firme. Sabía que, de algún modo, debía sobreponerse a esta nueva humillación y tomar el control de su destino. La Promesa no solo era su hogar, sino también el escenario de todas sus batallas.
Lo único cierto es que, en La Promesa, ninguna boda está libre de secretos… y ningún corazón, por más fuerte que sea, está completamente a salvo del dolor.