⚠️ Attenzione, algo impactante está a punto de suceder en La Promesa
En los próximos episodios, un elemento inesperado irrumpirá de forma silenciosa pero con consecuencias devastadoras. Todo comienza cuando un misterioso paquete llega al palacio. Nadie sabe qué contiene, hasta que el mayordomo, con las manos temblorosas, lo abre frente a la mirada atónita de los sirvientes. Dentro, un retrato imponente y perturbador de la marquesa Cruz, enviado directamente desde prisión, sin carta, sin explicación, solo su rostro, regresando como para reclamar presencia.
El cuadro es colocado en el salón principal, exactamente en el lugar donde antaño colgaba el viejo retrato familiar que la misma Cruz había ordenado retirar años atrás. No es una simple sustitución decorativa: es un acto de guerra, un regreso silencioso pero con un poder latente. La imagen parece seguir con la mirada a cualquiera que atraviesa la sala… y no es solo una impresión. Los criados comienzan a murmurar: unos aseguran que los ojos se mueven, otros dicen oír susurros. La atmósfera se vuelve cada vez más densa, casi irrespirable.
Pero nadie se ve tan afectado como Manuel. Para él, el cuadro es una herida abierta que lo transporta a la agresión contra Jana, a noches de dolor, a preguntas sin respuesta y a una rabia imposible de apagar. Y lo peor es saber que, incluso tras las rejas, su madre todavía ejerce poder sobre su vida… hasta que una noche algo se quiebra en su interior. Cegado por el dolor y la ira, entra al salón y destroza el cuadro en mil pedazos.

Ese acto violento, que parece liberador, se convierte en revelador: tras la tela rota aparece algo inesperado, un objeto oculto, una pieza de verdad silenciada demasiado tiempo. Desde ese instante, nada volverá a ser igual. Secretos antiguos caerán, nuevas acusaciones saldrán a la luz y un nombre sorprendente se convertirá en el epicentro de la intriga. Alguien que todos creían inofensivo podría resultar más letal que la propia Cruz.
Mientras tanto, en los pasillos, el retrato se convierte en tema constante de susurros. Criadas intercambian miradas nerviosas: “¿Lo has visto? No parece un retrato, parece que nos observa.” Incluso el joven jardinero, al entrar en el ala noble, queda paralizado y luego bromea nerviosamente: “Juro que me guiñó un ojo.” Pero la tensión crece cuando hasta los más racionales empiezan a notar cosas extrañas. Pia, al pasar con un cesto de sábanas, se detiene: “Esto no es vanidad, es un mensaje. Cruz quiere hacernos saber que sigue aquí.”
Lorenzo, intrigado, se acerca al cuadro como buscando un secreto en la moldura. Leocadia lo alcanza y advierte: “Es una provocación. Un recordatorio de que nunca perdió el poder.” Ambos coinciden en que, si el retrato esconde un mensaje, podría ser la antesala de una nueva jugada estratégica de Cruz. Incluso presa, parece estar recuperando terreno.
Manuel, por su parte, evita la mirada pintada, pero un día, al pasar por el corredor principal, ve el reflejo de esos ojos en un espejo. El corazón se le acelera y revive los momentos más dolorosos con Jana. Frente al retrato, murmura: “¿Has tenido el valor de mandarme esto? Incluso desde prisión sigues persiguiéndome.” Pia, preocupada, le responde que tal vez Cruz solo quiere demostrar que no está derrotada. Manuel, amargo, replica que debería mostrarse humilde y arrepentida.
Cuando ordena al mayordomo que retire el cuadro, Cristóbal se niega: fue enviado con autorización de la duquesa y solo Alonso puede decidir retirarlo. Frustrado, Manuel enfrenta a su padre: “Este cuadro es un insulto. Quiere recordarme a Jana, volverme loco. ¿Puedes detenerla?” Alonso, sereno, le contesta que no actuará por impulso hasta conocer toda la verdad.
Esa misma noche, Leocadia y Lorenzo se reúnen en secreto. Ella advierte que Cruz está recuperando el control del palacio a distancia. Lorenzo propone destruir el retrato, pero Leocadia, calculadora, rechaza la idea y le sugiere visitarla en prisión para averiguar qué quiere. Él se niega, pero ella insiste: si Cruz regresa, destruirá todo por lo que ha trabajado.

Manuel, sin poder dormir, recorre el palacio en la oscuridad. Llega al salón, observa fijamente los ojos de su madre pintada y susurra: “Basta.” Sube a una silla, arranca el cuadro de la pared y, con un cuchillo, lo corta de arriba abajo. Cuando la tela queda hecha jirones, abre la parte trasera de la moldura y encuentra una carta sellada con lacre rojo, escrita con la refinada caligrafía de Cruz.
La abre, y al leer las primeras líneas, sus manos tiemblan: “Si esta carta ha llegado a ti, Manuel, es porque algo muy grave está por suceder, y solo diciendo la verdad podrás salvarla.” La confesión es devastadora: Cruz revela que durante años fue chantajeada por Leocadia, quien amenazaba con exponer un oscuro secreto de su pasado. En un momento de desesperación, Cruz pidió a Rómulo eliminarla, pero él se negó y, en su lugar, la protegió.
Con el tiempo, Leocadia regresó fingiendo amistad, pero en realidad buscaba dinero, poder y posición. Manipuló todo para conseguir sus objetivos, incluso usando el amor de Manuel por Jana como arma. Y lo más escalofriante: fue Leocadia, con la complicidad de Lorenzo, quien saboteó el tratamiento médico de Jana. Las sustancias escondidas en las joyas del intento de asesinato y el silencio forzado de Cruz formaban parte de un plan minucioso para deshacerse de la marquesa y arruinar la vida de Manuel.
La carta termina con un ruego: “Perdóname, hijo mío. No quise que sufrieras así, pero ahora la verdad debe salir a la luz. Lleva esta carta al capitán Burdina. Él sabrá qué hacer.”
Ese hallazgo no solo destroza las certezas de Manuel, sino que marca el inicio de un giro que podría cambiar el destino de todos en La Promesa. Nadie, absolutamente nadie, está a salvo.