LA PROMESA… LA MARQUESA VUELVE CON UNA SORPRESA MORTAL…
En el ambiente tenso del palacio, cuando todos creían que la calma al fin reinaba tras tantos escándalos, la tierra volvió a temblar con una aparición inesperada: la marquesa, que muchos daban por desaparecida o incluso muerta, regresó… y no lo hizo sola. Su reaparición no fue una simple visita familiar ni un intento de reconciliación: trajo consigo un secreto tan letal que amenaza con destruir todo lo que la familia Luján ha construido con esfuerzo, ambición y mentiras.
Todo comenzó al amanecer, cuando una misteriosa carroza cruzó las puertas de la finca. Nadie esperaba que, al abrirse la puerta, descendiera de ella la mujer que marcó la historia de la familia con su carácter férreo y su insaciable sed de poder. Su figura, erguida como si el tiempo no hubiese pasado, dejó a todos sin aliento. Pero más allá de su presencia física, lo que más perturbó a quienes la vieron fue la mirada que traía consigo: oscura, decidida, como si viniera a ajustar cuentas.
La marquesa no tardó en hacerse sentir. Desde el primer momento dejó claro que no venía a pedir perdón ni a sanar heridas, sino a poner las cartas sobre la mesa. Portaba una carta sellada, un documento legal cuyo contenido fue lo suficientemente impactante como para provocar la caída al suelo de Alonso. La lectura de esa carta reveló un testamento modificado a última hora, que despojaba a los actuales herederos de sus derechos y otorgaba el control total de las propiedades y títulos a una figura que nadie esperaba: una hija ilegítima que hasta ahora había sido mantenida en las sombras.
Los rumores no tardaron en esparcirse como pólvora por toda la finca. ¿Quién era esa joven mujer que acompañaba a la marquesa y que ahora reclamaba lo que según ella era suyo por derecho? Su nombre: Leonor. Su historia, hasta ahora oculta, comenzó a salir a la luz: fruto de una pasión secreta entre la marquesa y un noble extranjero, fue criada en el extranjero, lejos del escándalo y de las intrigas de palacio. Pero con el tiempo, y gracias a la intervención de la propia marquesa, Leonor fue entrenada para asumir su lugar como heredera legítima.
La reacción de los Luján fue inmediata. Jimena, acostumbrada a ser la señora absoluta de La Promesa, no soportó la humillación de ver su autoridad cuestionada. En un arrebato de rabia, se enfrentó directamente a la marquesa, pero esta le respondió con una frase que heló la sangre a todos los presentes: “He regresado para hacer justicia, no para pedir permiso”. Esa noche, las paredes del palacio se llenaron de susurros, planes secretos y conspiraciones al calor de la chimenea.
Manuel, que siempre fue el más ecuánime, intentó mediar entre ambas partes, pero incluso él quedó atrapado en la telaraña de verdades que se iban revelando. Las lealtades comenzaron a tambalearse, y lo que antes parecía sólido ahora se desmoronaba bajo los pies de todos. La única que parecía mantener el control era la marquesa, cuya estrategia estaba claramente calculada desde hacía años.
Pero la sorpresa mortal no se limitaba a documentos y herencias. En los días siguientes, una serie de incidentes comenzaron a ocurrir en la finca: la desaparición del mayordomo, una criada envenenada, cartas anónimas deslizadas bajo las puertas. Todo apuntaba a una venganza en marcha, una que había sido cuidadosamente tejida durante años por alguien que no había olvidado ni perdonado.
La marquesa, lejos de ocultarse, convocó a todos los miembros de la familia en el salón principal y allí hizo una revelación devastadora: uno de los actuales herederos no era en realidad un Luján de sangre. Los análisis, según ella, lo comprobaban. Esa bomba desató una ola de sospechas y acusaciones cruzadas. Todos comenzaron a mirarse con recelo, temerosos de ser el siguiente blanco del destierro o de algo peor.
La promesa de estabilidad que parecía haberse alcanzado tras tantas tormentas se convirtió en una ilusión rota. La llegada de la marquesa abrió viejas heridas, expuso secretos enterrados y desató una lucha interna por el poder que amenaza con acabar en tragedia. Los sirvientes ya murmuran en los pasillos, temerosos de lo que vendrá. El ambiente en La Promesa se ha tornado irrespirable.
Y mientras todos buscan respuestas, la marquesa, desde su nuevo aposento en la antigua torre del ala norte —el lugar más alejado y misterioso del palacio—, observa, espera y sigue moviendo sus piezas con maestría. Sabe que no puede confiar en nadie, pero también sabe que el tiempo está de su lado. Su objetivo no es solo la restitución de su hija, sino destruir desde dentro todo lo que fue creado sin su consentimiento.
Porque esta vez no ha venido a negociar. Ha venido a terminar lo que empezó hace décadas.