🌹 Sueños de Libertad: Fina y Marta, entre el amor, el deseo y el silencio

En uno de los momentos más conmovedores y sinceros de la semana, Sueños de Libertad nos regala una escena cargada de emoción, anhelos y verdades que apenas se pueden pronunciar en voz alta. La historia de Fina y Marta alcanza un nuevo nivel de profundidad y ternura, mientras ambas lidian con lo que sienten y con el peso de vivir en una sociedad que aún no les permite amar libremente.

Todo comienza con una conversación aparentemente inocente. Fina, con su natural sensibilidad, menciona a su amiga Ester, quien vive en París. Le cuenta a Marta que Ester siempre decía, como también lo comentaba el artista señor Cobeaga, que en París la gente puede vivir con mayor libertad. Es un comentario casual en apariencia, pero Fina lo utiliza como puerta para expresar lo que guarda en su corazón.

Con la mirada baja pero el alma abierta, Fina le propone a Marta que se imagine otro mundo. Un mundo distinto al que conocen, donde las dos puedan caminar de la mano por un parque, donde puedan abrazarse sin preocuparse por las miradas ajenas, donde un beso no sea un acto prohibido, sino una expresión natural del amor que sienten. No es solo una fantasía, es un deseo profundamente real. Fina no habla de utopías, sino de una vida que anhela construir junto a Marta.

Marta, más cauta, intenta mantenerse anclada en la realidad. Le responde que ni siquiera el señor Cobeaga, por muy libre que parezca, puede vivir del todo sin limitaciones, incluso estando en una ciudad como París y siendo hombre, artista y extranjero. Ella piensa que quizás él goce de ciertos privilegios que mujeres como ellas no tienen. Pero aunque sus palabras intentan ser racionales, en sus ojos hay un brillo que la traiciona: también sueña.

Con voz apenas susurrada, Marta confiesa que sí, que ella también desea besar a Fina. Que ha imaginado cómo sería poder tocarla, abrazarla, sin miedo, sin tener que esconderse. Lo ha soñado más veces de las que quisiera admitir. Y en esa confesión, algo se libera. El amor entre ambas, tan contenido, empieza a fluir con naturalidad. Ya no necesitan fingir que solo se aprecian como amigas. Por un momento, el espacio que comparten se convierte en su refugio, su pequeño mundo donde sí es posible decir lo que sienten.

Fina entonces se deja llevar por sus propios sueños. Le cuenta a Marta que a veces imagina que están en un restaurante, comiendo juntas como cualquier pareja, riendo sin pensar en lo que pensarán los demás. Que desea poder abrazarla en público simplemente porque le nace. Pero hay un deseo más profundo que se atreve a compartir: quiere casarse con ella. Le dice que se la imagina como la novia más hermosa del mundo. Y por primera vez, lo dice con la convicción de que ese deseo no es una locura, sino una posibilidad lejana pero real.

El momento es tan íntimo y sincero que Marta no puede contener su emoción. Con voz temblorosa y afecto puro, llama a Fina por su verdadero nombre: Tomás. Es un gesto lleno de respeto, cariño y aceptación. En esa palabra hay todo un universo de confianza, una forma de decir “te veo, y te quiero tal como eres”.

Pero como tantas veces ocurre en su historia, la realidad irrumpe. Marta baja la mirada, suspira, y recuerda que todo lo que desean no puede ser, al menos por ahora. Dice que tal vez lo único que puedan hacer es conformarse con esos momentos robados, aunque a veces parezcan insuficientes. Se preguntan, con el corazón en la mano, si algún día todo cambiará. Si algún día podrán amar sin esconderse.

Fina, con una mezcla de esperanza y resignación, responde que sí. Que cree que algún día el país avanzará. Que llegará un tiempo en que amores como el suyo no tendrán que ocultarse. Lo dice no como una promesa, sino como un sueño que se niega a dejar morir.

La escena avanza hacia una despedida. Fina decide marcharse, no porque no quiera quedarse, sino porque teme caer en la tentación de dejarse llevar por lo que siente. Es una forma de protegerlas a ambas. Marta, medio en broma medio en serio, le dice que le gustaría besarla en ese momento. Pero Fina, con una dulzura que esconde firmeza, le recuerda que deben tener cuidado. No están en un lugar seguro, y cualquier paso en falso podría tener consecuencias graves.

Antes de irse, Fina le cuenta que va a tomar unas fotos a Claudia, igual que lo hizo con Marta tiempo atrás. Claudia, al parecer, se sintió celosa al ver lo bien que salió Marta en sus retratos. Marta, protectora, le pide que tenga cuidado, recordándole que incluso lo más inocente puede ser malinterpretado por quienes siempre están dispuestos a juzgar.

La escena concluye con un delicado equilibrio entre el amor que sienten y el miedo que los rodea. Una conversación donde los sueños conviven con las restricciones, donde cada palabra es un acto de valentía, y cada mirada un refugio silencioso. A pesar de todo, se tienen. A pesar del mundo, valoran cada instante compartido. Porque saben que, aunque todavía no puedan amarse con libertad, el amor que sienten es verdadero. Y eso, por ahora, es suficiente.