Spoiler: Gabriel vuelve a la casa — Alianzas inciertas y tensión contenida

Gabriel irrumpió en la sala de los De la Reina con esa mezcla característica de firmeza y prudencia. Allí, encontró a María sentada, como si lo esperara. Su saludo fue cordial pero medido, sin dejar de reflejar cierta incomodidad. Enseguida, con voz serena, preguntó si todo marchaba en orden. Había visto salir a la doctora momentos antes, y la escena le pareció demasiado silenciosa.

María, como es habitual en ella, no perdió el tiempo con cortesías. Con una mirada aguda y un tono cargado de ironía, desvió la conversación hacia lo que verdaderamente captaba su atención: el golpe visible en el rostro de Gabriel. Con una sonrisa que no ocultaba su sarcasmo, insinuó que quien parecía necesitar ayuda era él, no ella. Quiso saber qué había pasado, pero Gabriel, evasivo, restó importancia al asunto. “Solo un pequeño accidente”, dijo, como si no valiera la pena ahondar más. Agradeció el interés, aunque ambos sabían que las palabras de María no nacían del afecto.

María, pragmática como siempre, fue al grano. Quería saber qué hacía allí a esas horas. Gabriel respondió que no pretendía quedarse mucho. Su visita, en apariencia, tenía un único propósito: felicitarla por su decisión reciente de apoyar el aniversario número 25 de la familia, un gesto inesperado de su parte. María, aún desconfiada, le preguntó si realmente había venido solo por eso. Pero Gabriel, que rara vez visita sin motivos ocultos, tenía más en mente.

Con un tono que mezclaba sinceridad y estrategia, Gabriel le recordó a María una conversación del pasado: cuando ella le había pedido que se acercara a Begoña, con la intención clara de separarla de su esposo. Gabriel confesó que no le había dado mucha importancia en ese momento, pero que últimamente lo había estado reconsiderando. Ese comentario tomó por sorpresa a María, quien no esperaba que él siguiera pensando en aquella propuesta.

Gabriel admitió que al principio no entendía bien sus razones, pero ahora creía comprenderlas. Según él, ella intentaba aprovechar la frágil alianza que había empezado a formarse entre ambos. Y, lejos de ofenderse, decía verlo justo. Pero María no se dejó impresionar tan fácilmente. Le recordó que esa alianza aún no era oficial y que, antes de avanzar, quería ver ese acuerdo por escrito.

Gabriel, seguro de sí mismo, no vaciló en comprometerse. Dijo que se lo entregaría, que quería que confiara en él. Pero la desconfianza de María era profunda y bien fundada. Le lanzó una pregunta directa: ¿había algún truco escondido detrás de todo eso? No creía que Gabriel diera un paso como ese sin tener algo que ganar.

Gabriel, sin perder la calma, insistió en que no había ningún engaño, que sus intenciones eran claras. Y fue entonces cuando María, con la misma frialdad con la que desarma a sus oponentes, lo desafió con una pregunta cargada de escepticismo: ¿Cómo piensas conquistar a Begoña?, le preguntó, remarcando que ella aún parecía completamente enamorada de su marido.

Gabriel no se inmutó. Lejos de sentirse atacado o intimidado, le regaló una sonrisa cargada de confianza. Sus palabras fueron tan certeras como perturbadoras:
“Hasta las torres más altas se caen.”

Esa frase, pronunciada con tanta seguridad, dejó claro que no solo estaba decidido, sino que confiaba en poder lograrlo. Para él, ningún obstáculo era imposible de derribar.

La conversación quedó suspendida en el aire, cargada de una tensión latente. Ambos sabían que estaban tejiendo una red de intereses cruzados, de lealtades dudosas y promesas frágiles. Era un juego de ajedrez emocional y estratégico, donde cada uno avanzaba con cuidado, conociendo el riesgo de caer en la trampa del otro.

María no confiaba en Gabriel, pero sabía que lo necesitaba. Gabriel no tenía motivos para fiarse de María, pero veía en ella una oportunidad. Y así, como dos fuerzas opuestas dispuestas a colaborar por conveniencia, se lanzaron en una alianza frágil, alimentada por el deseo de controlar lo que aún no podían dominar por separado.

Él buscaba algo más que venganza o ambición, quizás un lugar dentro del mundo que María defendía con uñas y dientes. Ella, por su parte, intentaba proteger su poder, incluso si eso significaba usar a Gabriel como herramienta, como peón o como cómplice.

Y mientras ambos hablaban de estrategias y acuerdos por firmar, el verdadero conflicto aún latía en lo no dicho, en las miradas que no terminaban de confiar, en los silencios que gritaban más que las palabras. Esa escena, tan cargada de tensión como de cálculo, marca un antes y un después en su relación.

Gabriel ha dejado claro que está dispuesto a jugar su papel, incluso si eso implica conquistar a una mujer enamorada de otro. Y María, aunque lo escucha con desdén, acepta esa ayuda envenenada, sabiendo que cada paso que den juntos puede ser una bendición… o una maldición.

Porque en Sueños de Libertad, la ambición siempre tiene un precio, y esta alianza que comienza entre sombras podría desencadenar consecuencias mucho más graves de lo que cualquiera de los dos imagina.